El último trago en La Imprenta
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El mítico local de rock y copas de Martínez Zaporta cerró el sábado lleno de amigos después de 37 años como referencia de la noche logroñesaJ. Sainz
Domingo, 24 de marzo 2024
Música a tope y la clientela cantando a voz en grito: '¿Vas a cerrar el bar? ¡No jodas! Yo quiero rocanrol. ¿A dónde voy ahora?' La canción de Fito se convirtió en himno del sábado noche, la última en La Imprenta. El mítico bar de ... rock, tragos y buena gente de la plaza Martínez Zaporta echa la verja después de treinta y siete años siendo referencia de la noche logroñesa a base de estilo propio y calidez humana. La despedida, siendo triste por inesperada, fue toda una fiesta entre los muchos amigos que forman en torno a Hugo y Yoli, y su inseparable Mariola, la gran familia de La Imprenta.
«No tenemos clientes, tenemos auténticos amigos», comenta Yoli Nevot pocas horas después de una dura pero emocionante última velada tras la barra. Tenían planeado cerrar en septiembre y hacerlo por todo lo alto, con un fin de semana de música en directo, poesía y mucha cerveza, pero las circunstancias han obligado a adelantarlo y prescindir de celebraciones. Sin embargo, la noticia corrió de boca en boca y el sábado el local se llenó de gente que quería saludar, despedirse y tomar la última en un bar del que, quien más quien menos, se lleva algún recuerdo imborrable.
«Han sido muchos años y mucha gente muy fiel a este sitio», explica Hugo Scordo. Fue él quien lo montó en los ochenta. Ya entonces era todo un personaje en la ciudad, el hijo del popular Juan 'el Argentino' y miembro de grupos musicales que hoy parecen de otra era pero que no se han olvidado, como la Orquesta Candela, Vertical Dadá y La Lavandería China. Primero probó con una tienda de ropa roquera, «al estilo de Londres –recuerda–, algo que aquí no se había visto nunca». Y a los dos o tres años se decidió a abrir un bar. Pero no uno cualquiera, tenía que ser un bar roquero.
Era 1987 y Logroño no era la ciudad que es ahora. La Imprenta, en la plaza que un día llevó ese mismo nombre, se convirtió desde el principio en un garito imprescindible para poder escuchar rock del bueno tomando unos vinos, pero también sus jarras, tequilas, licores y aquellos famosos 'cerebritos' de la casa.
El local primero fue en blanco y negro, con horario de café bar de mañana, tarde y noche. «Pero roqueros fuimos desde el primer día», insiste Hugo como si apostillara sus propios principios. Más adelante se pasó al horario nocturno y tomó el aspecto de bar americano que le ha caracterizado en las últimos veinte años.
Siempre ha sido un lugar abierto a todos, pero si alguien se ha sentido como en casa, esos son los rockers. Tipos que se visten por los pies y ya peinan canas en el tupé, como Johnny, que, según cuenta Yoli, «fue el primero en entrar a este bar y el último en marcharse la otra noche». Y los moteros, claro, como el propio Hugo, que gozaba viendo la plaza llena de Harleys aparcadas como caballos a la puerta del saloon. El sábado algunos quisieron volver como homenaje, pero no pudo ser. «Eso ahora está prohibido».
Muchas cosas han cambiado en cuatro décadas. La Imprenta ha visto transformarse Logroño y pasar de ser un agujero aburrido a una capital con ambiente y atractivo. De algún modo, Hugo y Yoli, y Mariola con ellos, han contribuido haciendo su trabajo con una clase que o se tiene o no se tiene. «La otra noche alguien nos dijo que Logroño es así por nosotros y eso es lo más bonito que te pueden decir», cuenta ella. Y él añade: «Creo que hemos sido un bar especial y le hemos dado un toque especial a esta ciudad».
Los dos tienen razón. Como, Fito cuando se lamenta: '¡Hay poco rocanrol!' Mucho menos ahora sin La Imprenta. Y, aun así, se despiden con una sonrisa: «Nos vemos en los bares».
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