8 M | Día de la Mujer

Cautiva y pionera María de la O

María Lejárraga. Resuelta toda duda sobre la autoría de la escritora riojana, queda el misterio de por qué una feminista como ella consintió el anonimato durante décadas

J. Sainz

Logroño

Domingo, 10 de marzo 2024

María sabía guardar un secreto:que la escritora era ella. Solo lo reveló cuando Katia, la hija extramatrimonial de su marido Gregorio y la actriz Catalina Bárcena, reclamó tras la muerte de su padre derechos de autor por las obras que en realidad habían escrito ... juntos o solamente ella. Pero más allá de la cuestión de la autoría, que de hecho era un secreto a voces, el verdadero enigma es por qué.

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¿Por qué María de la O Lejárraga, una escritora de talento, feminista pionera en la España de comienzos del siglo XX y diputada socialista durante la República, por qué una mujer valiente y luchadora prefirió el anonimato literario y consintió que su obra –con grandes éxitos como 'Canción de cuna'– fuera durante décadas atribuida a su marido, el productor teatral Gregorio Martínez Sierra, incluso después de separarse y a pesar de que en el mundillo se sabía la verdad?

Quizás solo ella conocía el misterio. En su autobiografía 'Gregorio y yo. Medio siglo de colaboración', obra que firmó en 1952 desde el exilio y después de conocer que las pretensiones de Katia la dejaban sin sustento, reconoció la autoría de todo cuanto escribió y durante largo tiempo se atribuyó exclusivamente a su marido. Pero incluso entonces algunos círculos le negaron el mérito que siempre prefirieron ignorar, primero por machismo y luego también por revancha franquista.

María de la O Lejárraga (San Millán de la Cogolla, 1874-Buenos Aires, 1974), primogénita de una familia con siete hijos, nació y pasó los primeros años de su infancia en el pueblecito riojano donde su padre ejercía como médico hasta ser trasladado a Carabanchel. En el entonces pueblo madrileño entablaron relación con la familia de industriales Martínez-Sierra y la joven María congenió enseguida con uno de los hijos, Gregorio (Madrid, 1881-1947), un chico con mala salud, seis años menor que ella y con la misma afición por el teatro, por Shakespeare y la literatura. Montar pequeñas funciones era su juego preferido y pronto empezaron a escribir a medias sus propias obras. Cuenta María que la primera que les publicaron ('Cuentos breves') fue recibida en su casa con tanta indiferencia que se prometió a sí misma no volver a firmar ningún libro más.

María Lejárraga en un mitin en la Casa del Pueblo de Madrid en 1933. lr L. R.

Pero no parece esa «rabieta», como ella misma la describe, razón suficiente para justificar un anonimato tan prolongado. Más tenía que ver con los prejuicios machistas y el firme compromiso con la pedagogía de María, maestra en su juventud como su madre, en los años de la Institución Libre de Enseñanza. Al casarse con Gregorio, en 1900, los modestos ingresos de ella debían de ser los únicos del matrimonio. « Siendo maestra de escuela –explica en sus memorias–, no quería empañar la limpieza de mi nombre con la dudosa fama que en aquella época caía como sambenito casi deshonroso sobre toda mujer 'literata'».

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Más personal es un tercer motivo para su silencio, lo que ella llamaba «el romanticismo de mujer enamorada, ese orgullo de humildad que domina a toda mujer cuando quiere de veras a un hombre». La propia María da la clave para comprender su compleja personalidad al describir el estreno de una de sus obras: «Mi compañero andaba entre bastidores animando a los intérpretes, o más bien compartiendo con ellos el pánico de la primera representación; yo, en un palco, me limitaba a presenciar el alumbramiento con no menos terror; estaba en mi papel, que ha sido siempre, no tanto por voluntad como por constitución mental, el de mirar la vida desde fuera. Siempre he asistido como espectadora a mis propios conflictos y, gracias a un peculiar desdoblamiento, todas mis actividades me parecen ejecutadas por otras personas».

Con todo, la lealtad de María se demostró mayor que la de Gregorio, amante de su primera actriz, Catalina Bárcena (Cuba, 1888-Madrid, 1978), la cual se llevaba los aplausos del público dando voz a las palabras que María escribía en soledad. El matrimonio se separó en 1921 cuando 'la Bárcena' se quedó embarazada pero María mantuvo su colaboración con Gregorio y continuó escribiendo como Martínez Sierra para nutrir de obras a la compañía.

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En el 36, en plena Guerra Civil, fue enviada a Suiza y Bélgica como agregada de la embajada. Nunca volvería a España: el exilio fue, primero Francia y Nueva York (donde Walt Disney le plagió el argumento de 'La dama y el vagabundo'), después México y finalmente Argentina, donde escribiría ya sin el éxito de antaño, haría radio y moriría poco antes de cumplir los cien años, acaso recordando el pueblito riojano de su niñez cubierto por las nieves del tiempo.

La dictadura ya la había sepultado; no perdonaba a una republicana que había sido diputada del PSOE por Cádiz en 1933 y se había distinguido en la lucha socialista y por los derechos de la mujer. Solo hacia el final, en el pasaje más melancólico de su relato, ella misma confesaba haber «muerto en vida y tener que resucitar para seguir viviendo».

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Hoy, gracias al trabajo de numerosas investigaciones y creaciones artísticas inspiradas en su figura y su obra, sobrevive ya fuera de la sombra. Pero la verdadera naturaleza de su secreto sigue siendo un misterio. Solo cabe especular con la posibilidad de que incluso una feminista como ella fuera al mismo tiempo prisionera de las cadenas de su tiempo. Cadenas que María Lejárraga, pese a todo, contribuyó a romper.

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