David Uclés
La entrevista ·
Su novela sobre la Guerra Civil en clave de realismo mágico, 'La península de las casas vacías', ha sido recibida con sorpresa y aplausos en el mundo editorialSecciones
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David Uclés
La entrevista ·
Su novela sobre la Guerra Civil en clave de realismo mágico, 'La península de las casas vacías', ha sido recibida con sorpresa y aplausos en el mundo editorialDavid Uclés lo mismo pinta un cuadro que toca el arpa. Es pintoresco. Muy singular. Valiente y algo enfermizo, muy listo, también ingenuo. Nacido en 1990, es licenciado y máster en Traducción e Interpretación, además de escritor, músico y dibujante. Su novela 'La península de las casas vacías' (Siruela) es el resultado de quince años de trabajo. He aquí la historia «de la descomposición total de una familia, de la deshumanización de un pueblo, de la desintegración de un territorio y de una península de casas vacías».
- ¿Usted de niño qué?
- Todo el día inventando cosas, inquieto, haciendo experimentos con lo primero que me encontraba. Que dábamos en clase el aparato digestivo, pues yo me hacía mi propio estómago con sus tripas y todo [ríe]. También me gustaba mucho pintar.
- ¿Cómo se recuerda?
- Guiñaba los ojos, todo el rato parecía bizco; no podía parar de hacerlo y eso me amargaba. Se lo decía a mi madre: «Quiero ser normal, no quiero pasarme el día girando los ojos». Tenía mucha energía, y el arte me permitió canalizarla. Pintaba y me relajaba.
- ¿Soñaba con ser pintor?
- Un poco sí, porque además [el pintor] Rafael Zabaleta, que era de Quesada y vivió con mi bisabuelo, era un poco mi modelo.
- Y los libros, ¿cuándo se encontró con ellos?
- En mi casa nunca ha entrado ni un libro, ni un disco, ni cualquier otra cosa que tenga que ver con la cultura. Así es que no tenía ni un libro infantil, ni juvenil, ni nada. A los once años empecé a leer libros que había en la biblioteca del colegio, lecturas para adultos. Era un niño cuando leí 'La peste', de Albert Camus, con aquellas ratas corriendo por todos lados; y leí también 'Guerra y Paz' [de León Tolstói], y 'El retrato de Dorian Gray' [de Oscar Wilde]. ¡No sé cómo podía disfrutar con esas lecturas a esa edad! [Risas] Mi padre me regañaba si metía libros en casa, y me regañaba si los compraba, así es que empecé a meterlos en secreto.
- ¿Qué le decía él?
- Que no merecía la pena gastar dinero en algo que vas a usar unos días y ya está. En mi casa reinaba la austeridad. Ahora, pasados los años, cuando envío un paquete de libros a casa para que los guarden allí, y como mi padre ya sabe que mi oficio es el de escritor, se sigue poniendo negro pero ya no tanto.
- ¿Qué esperaba su padre de usted?
- Que fuese guardia civil como él. Pero vamos, no por defender a la patria y esas cosas, sino por tener un sueldo fijo. Somos de familia de olivareros y él sabe lo duro del trabajo en el campo y lo bueno del sueldo fijo.
- ¿Llegó a planteárselo?
- ¡No! Yo soy homosexual, y se tiene la idea de que el entorno militar sigue pecando un poco de homófobo. He escuchado muchos chistes y comentarios sobre homosexuales, y no es agradable. Tampoco me veía yo jurando bandera, ni recibiendo órdenes.
- Ahora estará orgulloso de su hijo.
- Le ha costado, ¡eh!, le ha costado, pero hasta hace nada me seguía diciendo lo del sueldo fijo y que me sacara una plaza de funcionario de lo que fuese. Me veía ya con mis estudios terminados, dedicado a escribir, y se frustraba porque decía que el chiquillo tenía capacidades pero estaba perdiendo el tiempo, sin nómina y sin nada, mientras que los años pasaban. Yo empecé a hablarle a mi padre de 'La península de las casas vacías' hace años. Ahora creo que está feliz.
- ¿Su homosexualidad ha sido una fuente de conflictos?
- A ver, a mí de pequeño me tiraban piedras por ser homosexual, y venían los chiquillos, que estaban un poco asilvestrados, a pegarme con un palo.
- ¿Y usted qué hacía?
- Me defendía, me obligaron a tener que desarrollar también cierta maldad. Que me insultaba uno que llevaba gafas, pues yo lo llamaba cuatro ojos; que me tiraban piedras, pues yo también les tiraba, aunque era yo solo contra varios. Yo me defendí siempre, no me acobardaba, y tampoco creo que me traumatizara todo aquello. Creo que no fui un niño infeliz, al contrario.
- ¿Cómo lo consiguió?
- No lo sé. Tenía mucha imaginación, y esa imaginación era mi guarida. Y no he tenido problemas después en hacer amigos, tengo muchos. Cuando leía y pintaba estaba muy tranquilo. A lo mejor, si me psicoanalizara, aparecerían traumas que tengo escondidos, pero es que yo no soy muy freudiano.
- ¿Ahora está bien?
- Bueno, sí, con mis alergias y mis arritmias, pero bien. Las arritmias me dan buenos sustos a veces, convivo con ellas desde hace unos años. Para mí, un día en el que no tengo taquicardia es un día feliz.
- ¿Por qué decidió escribir una novela sobre la Guerra Civil, además, en clave de realismo mágico?
- Yo soy más lector que escritor. De repente, empecé a encontrarme con novelas que me encantaban, que utilizaban el realismo mágico y que describían la herida de un país; por ejemplo, 'El tambor de hojalata', de Günter Grass; o 'Hijos de la medianoche', de Salman Rusdhie; o 'Cuando el árbol canta', de Stratis Haviaras. Con ellos podía viajar a esos países, cuya idiosincrasia estaba presente en esos libros de una manera muy fuerte. Yo quería leer algo así escrito en castellano y no lo encontraba. Y me dije: '¡Pues lo escribo yo!'. No tenía prisa, no era famoso, nadie me conocía, nadie me iba a presionar a la hora de contar la historia, tenía tiempo... Y dediqué muchos años a leer, a documentarme, a recorrer los lugares en los que transcurrieron los acontecimientos y a escribir. Viajé por toda la península con la beca Leonardo para recoger testimonios, y poco a poco fui construyéndolo todo. Recorrí 25.000 kilómetros en diez meses. He escrito esta novela con total libertad, sin ningún reparo ni prejuicio, sólo he intentado honrar a toda la gente que murió.
- ¿Cómo explicar lo ocurrido?
- Fue tan grotesco, tan irracional, que creo que nadie sabe explicarlo bien del todo. Hay quienes lo explican culpando sólo a una parte de la población, u olvidándose de la otra. Lo que tengo claro es que abrió un pozo de tristeza que no se ha secado. Todo el mundo en este país tiene una historia sobre la Guerra Civil; unas familias las sufrieron más que otras, pero todas la sufrieron.
- ¿Aprendimos algo?
- Poca cosa. Todo ese daño inmenso que nos hicimos no ha servido para nada. Del daño se aprende, se sale más fuerte, pero en este caso no nos ha servido para eso. Y se siente una gran impotencia y pena pensando en que no tomamos todas las precauciones necesarias para que no vuelva a pasar algo así. No es que se vaya a repetir la historia, pero podía suceder otra muy parecida. Nos dejamos llevar mucho más por las entrañas que por la cabeza. Tenemos esa cultura del ágora, de preferir hablar antes de escuchar. Tenemos esa parte festiva que nos lleva a ponernos a bailar y a cantar en cuanto podemos, pero nos cuesta razonar, nos cuesta cultivar un pensamiento crítico, que requiere de mucha lectura. Y el no escuchar tiene otra consecuencia grave: si no escuchas al otro, mucho menos vas a poder perdonarle. A un amigo mío le explicaba, cuando me preguntaba que cómo es el español, que si para que a su enemigo le vaya mal, a él también le tiene que ir mal, pues adelante. En España se disfruta más de que le vaya mal al enemigo que de que te vaya bien a ti.
- ¿Defiende en su novela a algún bando?
- No es esa la intención, sino trazar un panorama humano en el que tienen mucha importancia aquellos a los que les vino la guerra sin querelo, sin pensarlo, y se vieron abocados a ese terrible conflicto civil. No he escrito la novela para contentar a nadie.
- ¿Cómo es su relación con la naturaleza?
- Llegué a vivir un tiempo en los Alpes, me gusta estar rodeado de ella. Heredé de mi familia el encontrar placer en sentarte en mitad del campo y descansar la vista en la tierra. Sentirme conectado con el campo, con la naturaleza, me sirve de terapia. Soy muy telúrico, de naturaleza.
- ¿Y los animales?
- Me encantan, pero no puedo relacionarme con ellos por mis alergias. Nunca he podido tener perros, ni gatos. Ahora, si en mi casa entra una avispa, haré todo lo posible para que salga de allí viva.
- ¿Qué sería saludable?
- Dejar de decir que la memoria histórica es volver a las batallitas del abuelo y darle la importancia que tiene. Y sacar a todos los muertos de las cunetas y las fosas comunes. No estaría mal crear un cuerpo público, sin políticos, de historiadores, filósofos y profesores que se responsabilizara de establecer una buena memoria histórica de nuestro país. Nuestra Guerra Civil se despacha con dos páginas en los libros de texto. Yo no colaboro con ningún partido político, pero me gusta hacerlo con asociaciones que trabajan por la memoria histórica.
- Su generación.
- Pues... conozco a mucha gente inteligente, con una buena formación cultural, con buenas lecturas, despiertos...; pero, por otro lado, creo que las pantallas nos tienen un poco paralizados, anclados, incluso dormidos. Creo que nos falta movilización, participar en más asociaciones, comprometernos para resolver los problemas. Somos muy individualistas, y veo con mucha preocupación, incluso con temor, a gente muy joven que hace suyas ideas políticas muy extremistas, sin conocer apenas nada de la historia, dejándose llevar por impulsos y cánticos y pensando muy poco sobre las consecuencias de esas ideas.
- Se declara usted iberista, partidario de que España y Portugal formasen un único país.
- Sí, creo que sería lo mejor para ambos países, y no sólo desde un punto de vista económico. Nos enriqueceríamos mutuamente en muchos sentidos. Me uno al pensamiento de [José] Saramago, de [Fernando] Pessoa, y más recientemente de Ian Gibson.
- ¿Se imagina siendo padre en un futuro?
- No, si lo que quiero es que me cuide alguien a mí, yo no soy de cuidar. Yo lo que quiero es un novio que me cuide. Y no me importaría que me mantuviera, yo haría todas las tareas de la casa, me encargaría de las plantas y de lo que haga falta (ríe).
- ¿Qué planes tiene?
- Me ilusionaría vivir en el extranjero porque me gusta sentirme extraño y que no te conozca nadie.
- ¿Y más inmediatos?
- Creo que me iré en verano a Santiago de Compostela a tocar el acordeón y a cantar en la calle. Es divertido, y hacerlo me ha ayudado a poder sobrevivir con el dinero que me he ganado.
- ¿Toca el acordeón?
- Sí, y muy bien [risas]. También toco el arpa.
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