O empezamos a reutilizar, a sacar con mucho menos, mucho más, o se acaba la fiesta». Habla el arquitecto Mario Galiana, el cincuenta por ciento de Atelier Atlántico, un estudio a ambos lados del océano en el que la otra mitad es el argentino Germán ... Müller. Juntos han firmado un proyecto de rehabilitación interior en Logroño que está entre los finalistas de un premio prestigioso, el Arquia Próxima. Un galardón que busca premiar proyectos de arquitectos con menos de diez años de ejercicio.
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De reutilizar hablaba Galiana. Porque en el corazón de ese proyecto (un piso en el mismo centro de Logroño) está esa filosofía del reciclaje, la misma que muchos aprenden de la abuela. «El domingo cocido, el lunes croquetas», ríe Galiana.
Y así, de hecho, todos los elementos de la casa se entienden como «comida de provecho». El piso, por ejemplo, aprovecha pavimentos retirados para usarlos a modo de «alfombras» cerámicas. O también reusar todo el ladrillo existente. O reutilizar mucho del material de escombro para nuevas piezas, o aprovechar la propia textura vista de las vigas de hormigón que protagonizan los umbrales.
«Había muchas piezas de lo que había que nos servían. Y todo el material que no teníamos lo encontramos, como mucho, a 30 kilómetros de Logroño», explica el arquitecto.
Ese reciclaje es el principio, pero faltaba acomodarlo a una intención arquitectónica y espacial. «Solemos pedir a los clientes que nos escriban una carta en la que nos cuenten cómo se imaginan viviendo en su nueva casa». Una manera de pedir pistas y dirigir el lápiz, cuenta. En esa carta Nuria, la futura dueña de la casa, hablaba de recuperar las sensaciones visuales de vivir en su pueblo aragonés, con el ladrillo tradicional como protagonista.
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De ahí una de las principales decisiones estéticas: «Ya que vamos a trabajar con ladrillo, vamos a mantener y aprovechar la capacidad plástica del ladrillo». Y lo hicieron cubriéndolo apenas con un enfoscado de cal aguada que deja entrever la propia textura. Como si fuera una cubierta textil que recorre el piso, siempre parecida pero diferente en cada paño.
A partir de ahí, las decisiones espaciales y de organización del espacio (un piso bastante estándar, de unos 98 metros cuadrados útiles) debían cumplir un programa sencillo: tres habitaciones, espacios de trabajo. Los arquitectos diseñaron «ensanchamientos» en el pasillo organizador que sirvieran para esos espacios laborales que necesitaban los dueños, y más durante la pandemia. Una coyuntura que también les hizo apostar por una 'logia-galería' como transición hacia el exterior.
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Esos espacios de trabajo (diferenciados de las habitaciones o el resto de estancias de día) no son tan comunes como debieran en la arquitectura residencial española. «En Europa nos llevan algo de ventaja», explica Galiana. «Hay que convencer a los promotores, porque muchos lo ven como metros cuadrados menos 'eficaces'. Quienes terminen apostando por ellos acabarán siendo beneficiados».
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