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Marcel Proust (1871-1922), un grafómano irredento, escribió un sinfín de cartas. Algunas a su vecina del piso de arriba. Veintitrés misivas datadas entre 1908 y 1919, descubiertas en 2010, no incluidas en su extensa correspondencia, y que conforman una deliciosa novela epistolar. Con el ... título de 'Cartas a su vecina', editorial Elba las publica ahora en español.
El maniático Proust sufría lo indecible por el ruido y forró de corcho las paredes de su dormitorio cuando el dentista estadounidense Charles D. Williams reformó el piso de arriba del escritor para poner su consulta en el número 102 del parisino Boulevard Haussmann. Marie Williams, esposa del doctor, culta y sensible, devino en una cordial corresponsal de Proust a causa el follón que le impedía dormir y trabajar.
Proust se muestra simpático y afectuoso con la dama que posee la llave del silencio. «Es usted muy gentil por preocuparse por el ruido. Hasta ahora es contenido y relativamente próximo al silencio», ironiza el escritor sobre la bulla de fontaneros y albañiles. «Es probable que cuando esta cuadrilla filarmónica se haya dispersado, el silencio suene en mis oídos tan antinatural que, lamentando la desaparición de los electricistas y la marcha del tapicero, añoraré mi canción de cuna», escribe haciendo gala de un fino humor.
Sin interés por el sexo opuesto, no hay nada escabroso en las cartas del autor de 'En busca del tiempo perdido' a Marie Williams, una apasionada melómana y arpista. Hablan de música, de las rosas que se intercambian con las misivas, de la soledad y las enfermedades crónicas de ambos. «Me entristece saber que tampoco usted está bien. A mí me parece normal estar enfermo. Pero la enfermedad debería perdonar al menos a la Juventud, la Belleza y el Talento», escribe Proust en 1909 a lady Williams, a quien vio en persona una sola vez y de la que jamás habló con nadie.
Desconocemos las respuestas de la vecina, pero por las cartas de Proust se adivina su tono. «Por un gesto indulgente de generosidad –o por un juego de reflejos–, atribuye usted a mis cartas un poco de las cualidades que tienen las suyas, que son deliciosas, de corazón, ingenio, estilo y talento».
Proust llego en 1907 al edificio en el que escribió el grueso de su obra. Lo abandonó el 31 de mayo de 1919, dos meses después que los Williams, obligados todos a mudarse ante la venta del inmueble. Sus últimas cartas se han perdido, e ignoramos si hubo una despedida apasionada o formal de Proust y Williams. Ocultas durante décadas, las misivas causaron sensación en la inauguración del Musée des Lettres et des Manuscrits de París en 2010, una valiosa colección que atesora originales de Rubens, Tolstói, Zola, Baudelaire, Liszt, Debussy, Van Gogh, Lorca, Einstein, Churchill o Camus.
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