Acabamos de recoger los adornos navideños y guardado alguna carta a los Reyes Magos. Entre tantas de ellas requiriendo juguetes y cosas materiales seguro, querido lector, que en más de una se pidió comida, o una estufa, o poder viajar a ver a los hijos, ... o que acaben las malditas guerras, o simplemente que «mis padres me hagan más caso». Y seguro que habrá cartas, relegadas en un bolsillo o en un cajón de la mesilla, de personas que piden un alivio a su soledad.
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Porque la soledad si es elegida es gestionable, pero la soledad devenida o impuesta es una carga, y cuanto más avanzada es la edad, más pesada se hace y más difícil de sobrellevar.
Según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) casi 5 millones de personas viven solas en España y unas 390.000 personas de edad avanzada viven en residencias. En este último caso al sentimiento de soledad se une el de abandono y el de 'edadismo', es decir, la edad como barrera: «como eres viejo no sirves». Sé que no todas las personas solas o 'solas en residencia' tienen la misma casuística, sin embargo, existen datos objetivos de estudios socio-sanitarios que indican tanto la repercusión de la soledad en el deterioro de la salud física y mental como el déficit de personal trabajando en el sector de la Dependencia en España y que para cumplir la ratio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) se necesitaría contratar a 40.000 profesionales más. Además, añadiré, de revisar los medios con los que son atendidos. Ambas cuestiones ayudarán a una mejor calidad de vida de las personas dependientes y de los mayores, aun así hace falta ser empáticos poniéndonos en su lugar, reconocerles su valor, lo que nos dieron, lo que aportaron y pueden aportar a la sociedad.
Al respecto recuerdo el cuento indio 'Las dos tinajas'. Narra la historia de un vendedor de agua que cada día iba al río a llenar sus dos tinajas. Una estaba nueva, la otra presentaba grietas notorias. Una mañana, la tinaja antigua le dijo al dueño que prescindiera de ella pues estaba rota y añosa y le hacía perder mucho dinero en las ventas. El tinajero le contestó que irían al río y que se fijase en los márgenes del camino. La tinaja así lo hizo y observó que estaban plagados de flores. Entonces, el hombre le explicó que se había dado cuenta del derrame de agua y había comprado semillas de flores que desperdigaba por la tierra del sendero. Estas habían florecido con el agua que caía de la vieja tinaja y ahora él hacía ramos y los vendía muy bien en el mercado.
Y es que «las circunstancias, por desfavorables que sean, y las personas, por años que soporten, siempre tienen algo muy valioso que aportar».
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