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Celebramos ¡por fin! las fiestas mateas tan ansiadas durante estos dos años de restricciones COVID y deseo que ustedes, mis queridos lectores, las estén disfrutando.
Lo mejor de las fiestas es que acojan en su diversión tanto a autóctonos como a foráneos, y por igual ... a niños, jóvenes, adultos y ancianos. Para ello se programan gran variedad de actividades. Es difícil por tanto que no haya al menos una o dos de nuestro particular agrado. Año tras año —con el fin de aptar los intereses y de contentar al mayor número posible de público— se añaden, con la excepción antes citada, nuevas actuaciones a las clásicas y tradicionales como el pisado de la uva, las degustaciones, los pasacalles, las marionetas o las carrozas. Hay, ha habido, y habrá muchas más pero esas han estado siempre en la piel de mi memoria.
Principalmente la de las carrozas, y todo tiene su modesta historia: vivíamos en un piso de maestros. Un tercer piso de Avenida España, exterior, haciendo esquina con el patio de la estación de autobuses. En frente del chaflán de la casa –donde ahora se encuentran el centro de salud Espartero y el colegio público del mismo nombre— estaba un porche amplio que servía de aparcamiento para autobuses. En las semanas próximas a la fiesta de la vendimia quedaba despejado, y allí se iban construyendo algunas de las carrozas que saldrían posteriormente en el desfile.
La emoción de ver resurgir un cisne donde solo había envoltorios, o de predecir un gnomo, pero ver emerger viñas, de soñar estar allí en las majestuosas carrozas saludando... no puedo negar que espoleaba la imaginación de mis hermanos y la mía y nos hacía darnos prisa con los deberes para ir a observar desde el balcón las construcciones. Tareas de las que se veía poco pues el rato de contemplación era corto. Luego cubrían el trabajo y el resultado no se apreciaba hasta el día siguiente cuando destapaban la obra para continuar.
Quizá eso nos ayudó a que aprendiéramos «la espera», «la demora», a no ver o tener todo de forma inmediata, a resistir la impulsividad (cosa poco usual estos días). Posiblemente pues todo influye en nuestras vidas.
Pero a lo que yo venía es a traer este recuerdo, de espera sí, y de ilusión. Ver el día del desfile de carrozas, esas que habían nacido bajo nuestro balcón dando la vuelta por las otras ventanas de casa de Avenida España y alejarse solemnemente rumbo a Vara Rey era como despedir un amigo.
De las fiestas también nos despediremos, confío en que os dejen gratos recuerdos inolvidables, sobre todo en la permeable memoria de los más pequeños. Festejar es algo especial que rompe rutinas y tedio, creo como Shakespeare que «si todo el año fuese fiesta, divertirse sería más aburrido que trabajar». ¡Feliz San Mateo, amigos!
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