Secciones
Servicios
Destacamos
Al igual que ocurría en la Edad Media, época a la que se remonta el culto a Don Carnal según los historiadores, las fiestas que precedían a la Cuaresma en los albores del siglo XX tenían su significado. Hoy en día, con una sociedad más laica y, por lo general, menos necesitada de dispendios y comilonas, los carnavales han adquirido otro significado, han cambiado de paradigma, aunque siempre sin olvidar ese sustrato lúdico y un tanto amoral del que siempre han presumido.
De hecho, el Carnaval tiene su origen -como muchas celebraciones religiosas- en las antiguas saturnales romanas y cuyo nombre proviene del latín carnem levare (quitar la carne). Se trata de unos días que preceden al ayuno de 46 días a lo largo de la Cuaresma, que arranca el Miércoles de Ceniza y culmina el Domingo de Resurrección. Pero antes de sumergirse en la abstinencia, el dolor y la tristeza, el pueblo da rienda suelta a la alegría y el desparrame, disfrutando de todos los placeres mundanos como si no hubiera un mañana.
Desde tiempos inmemoriales La Rioja ha disfrutado de la tradición carnavalesca -cada ciudad y cada pueblo o comarca con sus particulares características-, excepto durante la larga noche del franquismo, cuyo régimen nacionalcatólico prohibió toda manifestación de una costumbre tan ancestral y carpetovetónica.
Para hacernos una idea de lo que el Carnaval representaba hace poco más de un siglo, es muy representativa la imagen del entierro de la sardina, acompañado por la banda de música, e inmortalizada en el centro de Haro por el histórico bodeguero Rafael López de Heredia.
La instantánea del último día del Carnaval jarrero de 1910, en plena calle de La Vega, no es sino un retrato social de un pueblo expectante, junto al ataúd que pasea la sardina, en una época de pobreza extrema en la zona, aún bajo los estragos de la plaga de la filoxera.
La imagen inferior está tomada en Logroño, justo diez años más tarde que la anterior, con una máscara gigante protagonizando el Carnaval capitalino. Estamos en los felices años 20, concluida la I Guerra Mundial y con una Rioja boyante, gracias a la industria conservera, a Tabacalera y al renacer del negocio vitivinícola.
Años en los que causaban furor los bailes de máscaras. Los menos pudientes fabricaban sus trajes en sus domicilios, a base de mucha imaginación y más puntadas, mientras que los más adinerados encargaban estas labores a sastres y modistas. Los comercios lucían nuevas telas, confeccionaban blusas japonesas o alquilaban trajes de fantasía o aquellos lujosos mantones de Manila a quien pudiera pagarlo.
Los escaparates de librerías y bazares mostraban a los ávidos ciudadanos sus coloridas máscaras de cartón, sus complementos y sus prendas de vestir fabricadas en papel, así como farolillos, guirnaldas y flores.
También los fotógrafos hacían su agosto en febrero, tanto los que mantenían abiertos sus estudios, por los que los disfrazados pasaban para guardar un recuerdo, como los que recorrían las calles o se acercaban a bailes y fiestas con el fin de inmortalizar momentos inolvidables.
¿Y qué decir de los pantagruélicos banquetes que organizaban entidades como el Círculo Logroñés? Todo puro pecado.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
Clara Alba y José A. González
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.