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El lunes pasado, y visto lo visto en el encierro, los comentaristas de la TVE nos marearon a costa del capote imaginario de San Fermín. Y todo porque un toro se dio media vuelta, y en vez de correr hacia la plaza, le dio por ... encarar los corrales que acababa de abandonar. Por más que los tertulianos insistieran en que el encierro haya de recorrerse así o asá, lo cierto es que los toros –como todo animal que se precie– tirarán por donde les dé la gana. Y si bien es cierto que un mocetón de Pamplona que ha visto muchos encierros se mueve con mayor sentido que un pardillo japonés que se cree estar en el Retiro de Madrid, no es menos cierto que de toros no entienden, de verdad de la buena, ni los profesionales de la cosa que son los toreros. Todos ellos tienen en su pellejo un mapa de cicatrices.
¿Por qué traigo lo de los toros a mí escrito de hoy? Sencillamente porque traen a mi memoria recuerdos muy entrañables y simpáticos de mi primer curso de Periodismo en la Universidad de Navarra, hace ya casi sesenta años. No soy taurino ni antitaurino, asunto que me resbala. No he visto nunca una corrida de todos, primero porque no tengo dinero para ese dispendio, y segundo porque no entiendo cuándo un natural está bien dado y no digamos nada distinguir una verónica de una media verónica.
Me pierdo del todo. Por lo tanto que nadie vea en este mi escrito nada a favor y mucho menos en contra de la fiesta llamada nacional. Sí he disfrutado, y mucho, con mi amigo y colega Manolo González en una finca de toros en Laguardia. Creo que ya no existe. Ver a un toro moverse en el campo es una verdadera gozada. Yo lo comparo, aunque se trate de animales tan distintos, con el vuelo de una perdiz. Delibes me enseñó a disfrutar de ella aunque nunca he sido cazador.
Pero volvamos a mis recuerdos. Si se fijan detenidamente, los toros en el encierro parten de unos corrales situados al final de una calle en cuesta, la cuesta de san Francisco. A la que suben los toros, a la derecha, hay una muralla vistosa y en cuyo centro, en lo alto, se puede ver una hornacina ocupada por una pequeña imagen: San Fermín cubierto por una capa roja (de ahí el pañuelo rojo) que los clérigos siempre hemos usado en las procesiones. A esa capa se referían nuestros televisivos. Y en ella querían ver la protección del santo. Al otro lado de la muralla había en mi tiempo una capilla, no muy grande, pero de bastante valor histórico y artístico que pertenecía, si mal no recuerdo, a la Diputación de Navarra. Ahí celebré yo misa en muchas ocasiones. Y al ir o al volver, me detenía siempre ante la imagen del santo, adornada con muchos pañuelos correspondientes a las peñas pamplonicas. Yo rezaba al santo obispo por las necesidades –todas– del pueblo navarro, dada su condición de patrono de la región juntamente con el gran misionero san Francisco Javier. Hay un refrán muy castizo que habla de 'echar un capote', esto es, echar una mano al que lo necesita. Es una buena actitud que nos hará a todos más humanos, más hermanos, porque de odios y de malos modos andamos ya más que sobrados.
¿Creerán ustedes que yo corrí el encierro en aquel mi primer año universitario? Pues crean que sí. ¡Y con sotana! Y yo no era el único cura que lo hiciera. Eso sí, metido entre el grupo de los valientes, esos miles de corredores que no ven a los toros ni por el forro, que llegan a la plaza antes de que suene el cohete y que los municipales se las ven y se las desean para que no empiecen a correr ya desde la víspera. Pero puedo presumir de haber corrido el encierro.
Por cierto, en aquellos años sesenta un cura podía ir por la calle en fiestas de Pamplona sin que nadie se metiera con él. Hoy eso se acabó. Entre los violentos de siempre y los gamberros que no respetan ni a su madre, han conseguido que mucha gente de bien se largue lo más lejos posible cuando llegan esas fechas. Y algo parecido se da ya en muchos otros sitios.
Aquí en La Rioja no tenemos ningún encierro del nivel del de Pamplona. No hemos tenido aquí a ningún Hemingway que nos dore la píldora. Pero tenemos festejos muy simpáticos y en muchos de nuestros pueblos, sobre todo en La Rioja Baja. Pido a Dios que nuestras fiestas, todas, transcurran en paz, sin incidentes desagradables, que nos sirvan para estrechar lazos, para descansar.
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