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Jorge Alacid
Sábado, 22 de abril 2023, 09:45
«La primera vez que visité Laguardia fue viniendo desde el norte. Es muy bello hacer el recorrido llegando desde Álava a la Sierra Cantabria y descubrir el valle del Ebro. Eso fue una de las primeras cosas que me impresionaron: la belleza y la ... enormidad del valle, que tiene un ambiente y una fisonomía muy diferente de la parte cantábrica del País Vasco». Invitado para recordar, 25 años después, cómo fue el proyecto de construcción de uno de sus encargos menos conocidos, Bodegas Ysios, Santiago Calatrava descarta responder al cuestionario remitido a su hogar en Suiza y regala a nuestros lectores un texto donde recopila la memoria de esa singular experiencia, que comienza por el párrafo arriba incluido y nos transporta hasta 1998. Por entonces, la asociación entre el mundo del vino y los grandes arquitectos internacionales aún balbuceaba. Luego vendrían los casos de Norman Foster, Frank Ghery, Zaha Hadid, Rafael Moneo y tantos otros profesionales que pusieron su firma al pie de majestuosos edificios, catedrales de las principales denominaciones vinícolas del globo, que hablan del valor de la arquitectura y de su encaje con un determinado contexto.
Pero hace un cuarto de siglo el encargo tenía algo de inusual. Provocador incluso. Su cliente, Bodegas y Bebidas, un gigante del sector a escala española, protagonizó este gesto audaz. Contrató a Calatrava y el resto es historia. La historia que cuenta el propio protagonista. «Lo que me sorprendió de Laguardia es la belleza de la villa», explica por escrito. «Es una maravilla de pueblo, que aún conserva su estructura medieval, perfectamente reconocible. También me sorprendió la iglesia, porque posee una peculiaridad excepcional: dado que la construcción de la torre fue posterior a la de la Iglesia, el acceso desde la calle se realiza a través de la torre». Magia y arquitectura, siempre tan unidas: natural que un arquitecto como Calatrava, tendente a ese juego de escalas y al amor por los espacios dotados por cierta dramaturgia, se sintiera identificado con un contexto geográfico que apelaba a lo más profundo de su manera de entender el oficio. Se refiere a la curiosa disposición del templo, «un sistema de doble puerta con el que la torre ha protegido la iglesia y su entrada», rememora mientras refresca la memoria de aquel encargo, que recuerda así.
Del caserío de Laguardia, al territorio, el viaje de aproximación de Calatrava a su encargo avanzó mediante el mismo código que se asocia a la elaboración del vino. Por un proceso de decantación, de modo natural, observó entonces otras singularidades a su alrededor: «El paisaje es diferente y la luz es diferente». Todo conspiraba en su ánimo para acometer un proyecto que estuviera distinguido por una ambición que se concretaría durante aquella visita inicial, muy rica en estímulos sensoriales: «Aquel paisaje me dejó realmente encantado. Mirando hacia el norte», detalla, «se contempla la Sierra Cantabria, que tiene todos esos peñascos de color gris en su parte superior». «El paisaje está formado prácticamente como una falla, por el empuje de dos placas opuestas, de modo que salen hacia arriba esas rocas extraordinarias», recuerda. «Hay todo un sistema de colinas más suaves que se van aproximando hacia la Sierra y van subiendo progresivamente en dirección a la sierra». Conclusión: «Con este contraste, las rocas parecen todavía más fuertes, dado que la transición es muy abrupta. Y por otro lado, mirando hacia el Valle del Ebro, se veía también más al fondo las arboledas, chopos quizá, que forman parte del paisaje de la Ribera».
Toda esa adictiva paleta de colores nutrirían el proyecto de Ysios, casi una pieza de 'land art' plantada en un entorno donde el juego cromático alcanza un formidable estatus: «En las colinas había muchos viñedos, que en aquellos días de otoño tenían pocas hojas. El suelo y las rocas se veían muy bien, había menos verde... Todo ello permitía observar el color de la tierra en tonos pardos y beige, así como el color gris de la Sierra Cantabria». Guiados por sus palabras, hemos llegado al primer estadio del proceso constructivo, cuando Ysios ni siquiera existía salvo en su privilegiado cerebro, donde se empezaron a agitar los elementos originales del encargo, que sumó los derivados de la naturaleza específica de toda bodega. Un programa basado en las exigencias propias de la elaboración de vinos.
Prosigue el viaje, siempre en palabras de Calatrava. «Desde el punto de vista del funcionamiento dentro del nuevo edificio», observa, «el cliente me explicó cómo funcionan las bodegas: las uvas entran por un lado y comienza el proceso de elaboración: despalillado, prensado, extracción del mosto, fermentación, envejecimiento en barrica, embotellado, envejecimiento en botella y luego expedición y distribución». Un mecanismo que reclamaba del arquitecto una predisposición a interpretar el proyecto desde ese mismo punto de vista: un punto de vista «lineal», reflejado en su criatura de acuerdo con un código similar: «El edificio es también perfectamente lineal». Ya tenemos por lo tanto alumbrada la parte principal del encargo, al menos en la imaginación de su autor, que añade otra perspectiva medioambiental para ayudarnos a reconstruir aquel proceso creativo: «Recibimos advertencias sobre el uso de materiales naturales, como el caso de las maderas que desde el primer momento pensé en usar en el proyecto, que no debían tener tratamientos químicos».
Territorio, estructura, materiales… La clase magistral que nos imparte Calatrava avanza hacia el momento decisivo del encargo: la ubicación concreta de su bodega, primera y única de su carrera. «El lugar en el que está ubicado el edificio no puede ser más bello», exclama. Y explica su afirmación: «Está mirando hacia el sur, alineado con el eje de la villa de Laguardia, y en el lado norte se encuentra con la Sierra Cantabria detrás. Y además se emplaza solitario en el entorno, no tiene relación o contraste con otros edificios, sino que la única relación que tiene en su entorno es fundamentalmente el paisaje». Un emplazamiento singular que convierte Ysios en lo que su autor pretendía, unsutil icono que dialoga desde hace 25 años con sus alrededores, cuya vista se hurta al viajero en los tramos más sinuosos de la carretera que discurre cercana, para reaparecer con toda su potencia al final de una curva y deslumbrar a quien se tropieza con ella por primera vez o a quien o se sigue admirando ante su silueta magnífica. Un rasgo de genio que nace por adicción: es la fusión de los factores que Calatrava va recopilando: «Esos son los dos elementos fundamentales con los que he trabajado: el desarrollo lineal del edificio, que se debe a la pura y directa funcionalidad de la elaboración del vino, y el resto, que se debe todo al paisaje: a los colores, sacados de la tierra de allí y de las rocas de la Sierra Cantabria».
Cerremos por lo tanto los ojos como sugiere el arquitecto. Dejemos que nos orienten las imágenes que ilustran estas línea y veremos cristalizar ante nosotros ese milagro llamado Ysios, consecuencia de las decisiones que su creador fue tomando tras aquella primera visita que sigue sin olvidar. «La elección de la cubierta en color gris dialoga con el color de las rocas de la Sierra Cantabria, que son de un color grisáceo, y la elección de color beige de las fachadas en madera refleja el color beige-pardo del suelo», subraya. Más detalles evocadores acompañan a su bodega: por ejemplo, la parte de posterior del edificio «medio hundida en el suelo debido la pendiente transversal del terreno, lo que hace que la sinusoide de la cubierta se aproxime mucho al suelo» y dibuja una elegante secuencia curvilínea. «En esa fachada norte», recalca, «no utilizamos madera, sino que utilizamos el color gris del hormigón que también casaba muy bien con los tonos del terreno». Ysios acaba de nacer: tardará todavía un tiempo en levantarse formalmente, pero en el tablero del arquitecto la bodega acaba de tomar cuerpo, a partir de una serie de gestos muy adheridos a su estilo que en este rincón de Rioja escalan de la anécdota a la condición de categoría: bienvenidos al mundo del Calatrava mitad arquitecto, mitad escultor, porque la elección de la tipología formal que selecciona para Ysios bebe «un aspecto muy usual en mi trayectoria:, se trata de encontrar formas a través de la experimentación con elementos escultóricos que realizo en mi estudio».
Un proceso que recrea en su texto descendiendo al detalle: «En este caso, en el jardín de mi casa tengo una escultura móvil sinusoidal llamada 'The Wave', porque está inspirada en el movimiento del agua». Una pieza que a su vez inspira la fisonomía de Ysios «y también se ha reproducido posteriormente en mayores dimensiones para el Meadows Museum en Dallas». «La geometría de esta escultura ha sido fundamental para míl para encontrar un elemento formal que pudiese recoger la dulzura y la fragilidad del sistema de colinas sobre el cuál es se encuentran los viñedos»: una sugerente frase, de evocadora belleza, que resume admirablemente de qué hablamos cuando hablamos de Ysios, una pieza donde convive la idea de fortaleza con su opuesta, la ligeerza: «La forma sinusoidal de las fachadas dota a los muros de gran rigidez, a pesar de que son muy delgados y esbeltos».
Fin del viaje. Calatrava va concluyendo su relato, dejando para el final la descripción de otra de las fortalezas de su bodega, un detalle diferencial: su intención de «recoger la fuerza de la Sierra Cantabria», la estribación que surca este territorio casi en paralelo a Ysios, «y la orografía de las rocas de las montañas detrás, que se muestra como un macizo de rocas con una punta más saliente». «Este aspecto lo quería recoger también en la tipología formal, para dar a todo el edificio un paralelismo con la Sierra Cantabria, que se abalanzara hacia adelante». Misión cumplida: para reforzar esa idea, Calatrava ideó «en la cubierta del edificio» ese mismo léxico que se alimentaba «del sistema de ondulaciones» de la cadena montañosa vecina. «La parte central del edificio avanza hacia adelante y al mismo tiempo sube más alta creando un cénit, una mímesis de la topografía del sitio». Natural que recuerde con cariño aquella experiencia singular, que merece tal vez un reconocimiento superior del que disfruta. Ysios es una pieza de autor, cercana al minimalismo, que funciona estupendamente y cuyo valor arquitectónico crece con el paso del tiempo. ¿Resumen? Habla de nuevo Calatava: «En ningún momento quise hacer un 'chateau' o un proyecto extravagante, sino que lo que quería es sacar de la tierra lo que ella da de sí. Del mismo modo que el vino sale de la tierra», concluye; «mi intención era, con toda modestia, como arquitecto sacar de la tierra la arquitectura, enraizar el edificio en el sitio, en las rocas y en el paisaje». «Porque, al fin y al cabo, no hay cosa más natural que el vino, ¿verdad?».
Verdad.
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