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La historia de un Instituto de Estudios Riojanos (IER), que no quería morir pero lo estaban matando, amenaza con convertirse en el cuento de fin de año. Parecía que el atropello había quedado solucionado pero el cuento es más terrible de lo imaginado. Simplemente nos ... han tomado el pelo asegurando que se iba a dar cumplimiento a las dos resoluciones aprobadas por unanimidad del Parlamento riojano. No hay cosa peor en política que marear la perdiz a ver si el observador se despista. Dice la directora de Cultura, Ana Zabalegui, que va a «convertir los Chapiteles en una referencia de la cultura». Ignora que la estructura administrativa de su departamento no es la cultura en sí, sino el instrumento para promoverla y además, por si no lo sabe, ya estuvo allí. Si volver al pasado es su aportación a la cultura riojana solo puedo decir que poco me parece.
Mientras los consejeros de Educación y de Hacienda juegan con la pelota de las culpas, hay cosas que ya no pueden ocultarse. La intención de vaciar de contenido al IER hasta hacerlo desaparecer y utilizar sus recursos para otros proyectos que precisan una financiación de la que carecen no era una intuición sino un proyecto. Con las fundaciones Sagasta y San Millán ocurre lo mismo si se suprimen, se liberan recursos y puestos. Pero esto que se niega, siendo importante, no me parece lo más inquietante.
Si el Parlamento de La Rioja no sirve para nada porque sus resoluciones no se respetan cuando no existe impedimento alguno para hacerlo, ¿para qué necesitamos 33 diputados? Esto es lo que puede preguntarse el ciudadano asombrado. O somos la antigua Diputación Provincial o somos una Comunidad Autónoma. El IER ahora no es el mayor problema, el meollo de la cuestión es que desacreditando el Parlamento se debilita la democracia. ¿De verdad empecinarse, burlar al Parlamento y portar a la espalda este baldón merece la pena?
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