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Justo Rodrígez
Bob Dylan en Logroño, como un canto rodado
Rough and rowdy ways

Bob Dylan en Logroño, como un canto rodado

. Un diluvio en la calle y un concierto de leyenda en el corazón a cargo del mítico cantautor norteamericano hicieron una noche histórica en Logroño

J. Sainz

Logroño

Jueves, 22 de junio 2023

Qué pasa conmigo? –se pregunta, todavía a estas alturas, el viejo Bob– ¿Qué pasa conmigo? No tengo mucho que decir –miente modestamente este hombre que siempre tiene algo más que contar–. La luz del día se cuela a través de la ventana. Y todavía estoy en este café abierto toda la noche. Caminando de un lado a otro bajo la luna en este banco de arena. Y viendo el río fluir...'

'Watching the river flow' fue el tema con el que Bob Dylan abrió este miércoles su concierto en Logroño, un concierto histórico que ha situado la capital de La Rioja en el mapa de carreteras de la canción. Ninguna otra estrella internacional comparable de la música popular de nuestra era ha pasado nunca por esta ciudad; al menos nadie tan grande, ni vivo ni muerto, se ha dignado siquiera considerar la opción de actuar aquí (a excepción de Mark Knopfler o Joe Cocker hace ya muchos años). Y aquí es donde ahora, justo cuando por edad está próximo al final de su carrera, el legendario cantautor norteamericano ha sido más canto rodado que nunca.

Mientras en el exterior se desataba el diluvio, el pabellón se convirtió en arca de salvación guiada por el patriarca Noé

El autor de 'Like a rolling stone' y tantas emblemáticas canciones que han sido himnos generacionales desde los años sesenta, uno de los músicos más prolíficos e influyentes de nuestro tiempo, también uno de los más comprometidos social y culturalmente, ofreció un recital extraordinario: sobrio en la puesta en escena, correcto en el sonido y por momentos mejorable en la ejecución, pero insuperable en ese valor inasible que es la emoción. Fue un concierto histórico, un acontecimiento digno de quedar grabado en la memoria colectiva de la ciudad.

Seguramente muchos buenos fans de Dylan lo considerarán solo uno más entre tantos y tantos conciertos, no todos memorables, del genio de Minnesota. Incluso los habrá que lo tachen de concierto crepuscular de un artista de ochenta y dos años, monolítico, antipático y muy jubilable. Y habrá espectadores más jóvenes que no entiendan absolutamente nada a pesar de estar ante su antepasado cultural más importante en la genética del rock. Pero la presencia en Logroño del mayor trovador de todos los tiempos cobra especial relevancia en una tierra que se precia de ser cuna de un idioma, porque, aunque su obra sea en otra lengua, ambas son una misma cosa: contar historias.

Como en toda la gira, el concierto combinó los últimos temas y otros de su extenso repertorio, pero ni un solo clásico

Bob Dylan llegó a Logroño con su gira 'Rough and rowdy ways', que recala en doce ciudades españolas en dos semanas, desde Madrid hasta Barcelona, donde se despide este sábado. Tres mil espectadores ocuparon el Palacio de los Deportes de La Rioja (que no llegó a agotar las localidades) y soportaron obedientemente que se les inutilizara el móvil, lo que resultó un gran acierto. El concierto, que arrancó con toda puntualidad a las nueve y media de la noche, duró cerca de dos horas, mientras en el exterior del recinto se desataba el diluvio y el pabellón se convertía en arca de salvación guiada por el patriarca Noé. Dentro, en un escenario acotado por un telón rojo y una sencilla y tenue iluminación con ambiente de club, una muy buena banda formada por Jerry Pentecost (batería), Bod Britt y Doug Lancio (guitarras), Donnie Herron (steel guitar y violín) y Tony Garnier (bajo). Todos ellos concentrados en torno al jefe, todos ellos pendientes de él, como arropándolo, como cuidando que no se cayera y se fuera a romper, acompañándole con sus instrumentos, siguiéndole con la mirada, escuchándole a él.

Aunque no es un tipo dicharachero, pareció estar a gusto y hasta resultó cortés, agradeciendo al público en varias ocasiones según avanzaba la velada y, hacia el final, presentando a sus músicos casi divertido. Hace años que Dylan no actúa con guitarra y en Logroño –como en toda la gira– lo hizo en todo momento al piano, a veces sentado completamente, a veces medio incorporado, y siempre con un estilo de interpretación muy libre, intercalando pasajes monótonos con arrebatos más enérgicos, incluso violentos y fuera de tiempo e incluso asonantes, a su aire. Hacía lo mismo con la voz, recitativa en su mayor parte, escasamente melódica, fluctuante con arreglo al tempo de cada tema, como siempre áspera pero, a pesar de los años, decidida y rotunda. Esa voz reconocible entre un millón de voces, por como canta y, sobre todo por lo que dice; la voz única de Bob Dylan.

Dylan tocó el piano regular, cantó mejor de lo esperable y, con una gran banda, dio un sobrio recital para el recuerdo

Esa voz y esa banda empezaron titubeantes pero se fueron entonando hasta terminar bastante arriba a medida que desgranaban un repertorio ajustado al guion de los conciertos previos: mitad selección de lo más reciente, 'Rough and rowdy ways' (2020), mitad temas de antaño. Pero en ningún caso grandes clásicos del autor de los más grandes clásicos. Nada de concesiones, nada para la galería. O lo tomas o lo dejas.

Comenzó con la mencionada 'Watching the river flow' (del 71) y 'Most likely you go your way (and I'll go mine)' (del 74) en un arranque genuino de sonido rock sureño y añejo. Y a continuación dio paso a dos temas del último disco que son verdadera declaración de intenciones: la maravillosa 'I contain multitudes' y la no menos confesional 'False prophet'; alguien que contiene multitudes en su interior, como dijo Walt Whitman, y es capaz de profetizarlo sin engañar. Dylan en estado puro.

Tras 'When I paint my masterpiece', un canto juvenil a la Roma renacentista, llegó otro canto más reciente y más lúgubre, 'Black rider'. Y es que el último trabajo de Dylan es un continuo diálogo con la muerte y sus negros heraldos, sin miedo alguno, con la tranquilidad de haberlo dejado dicho casi todo. También lo prescindible, como 'My own version of you', una canción frankenstein perfectamente olvidable pero exponente de la diversidad de estilos que caben en el amplio espectro dylaniano. Mucho más memorable, uno de los clásicos de su época más folk, aunque más modesto que sus grandes himnos, fue 'I'll be your baby tonight'.

Mientras fuera arreciaba el aguacero, dentro el concierto seguía ganando calor y se hacía hora de cruzar la frontera con 'Crossing the Rubicon' hacia un pasaje de blues más eléctrico, como la tormenta, con la banda cada vez más encima. O de vuelta al viejo country de 'To be alone with you'. Y de nuevo a la balada intimista con 'Key West', «buscando inspiración en esa estación de radio pirata».

También la última fase del concierto iba a consistir en intercalar nuevos y viejos temas, ritmos más ligeros como 'Gotta serve somebody', un precioso vals titulado 'I've made up my mind to give myself to you', simplemente «he decidido entregarme a ti», la juguetona 'Tweedle dee, tweedle dum' y una de las mejores nuevas canciones, 'Mother of muses': «Madre de las musas, canta para mí. (...) Llévame al río y libera tus encantos. Déjame acostarme en tus dulces y amorosos brazos. Despiértame, sacúdame, libérame del pecado. Hazme invisible como el viento. Tengo una mente para divagar, tengo una mente para vagar. Estoy viajando y estoy volviendo lento a casa».

¿Se despedía Bob Dylan solo por esa noche? Si era solo por esta vez lo hizo con 'Good bye, Johnny Reed'. Y si era para siempre, con 'Every grain of sand', haciendo sonar la armónica apenas unos compases antes de desaparecer finalmente entre la ovación general.

Solo el tiempo lo dirá. Si fue un hasta la vista, mereció la pena. Y si fue un hasta siempre, mereció aún más la dicha. Esta es una tierra de caminos y de ríos. Sabemos lo que vale un canto rodado, conocemos las esquirlas que se pierden con los golpes y cada grano de arena que se esparce en el tiempo. Por eso Bob Dylan tenía que terminar pasando por La Rioja como pasan las piedras por el río. Porque mucho antes pasó por nuestros corazones. Like a rolling stone.

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