Algunos de nuestros profesionales de la política –tal vez demasiados– están permanentemente en modo electoral. Y no porque les quite el sueño el bienestar de la ciudadanía, que no es el caso, sino porque su 'modus vivendi' puede cambiar. De ahí que a menudo en ... los medios nos quieran transmitir su afán de quedar bien. De darnos a entender que lo están haciendo bien.
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El lunes pasado nuestro diario publicaba unas reflexiones de Marta Caño Montejo, notaria del Tribunal Eclesiástico, acerca del «poder para el cambio». En dos palabras, la autora del escrito nos invitaba a todos a hacer el bien como auténtico motor del cambio. Nos venía a decir de manera muy sugerente lo que sigue: «¿Quieres que las cosas cambien a mejor? ¡Cambia tú! Ante los grandes problemas como la inflación, las consecuencias de la guerra, la desestructuración que está padeciendo la familia, la corrupción y un largo etcétera realmente duro y enmarañado, ¿qué puedo hacer yo? Si yo hago algo al respecto, ¿qué cambiaría? ¿Tengo algún poder de transformación? ¡Sí que tienes ese poder!»
Marta Caño ofrecía un par de consejos que cualquiera con dos dedos de frente haría suyos ahora mismo. Primero: «Decide hacer el bien al margen de las noticias que te llegan por televisión e internet». Y segundo: «No esperes a que otros corrijan la ideología dominante sobre la familia, sobre tu ciudad o sobre el medio ambiente. ¡Cambia tú!»
Los cristianos tenemos un punto de referencia que es válido siempre y para todos. No es otro que la persona de Jesús de Nazaret «que pasó por la vida haciendo siempre el bien». Jamás usó la violencia, jamás se sirvió de ningún ejército, jamás empleó ningún tipo de poder para cambiar el mundo. Hizo el bien y... no quedó bien. Y ese no quedar bien –la Cruz, el Calvario, la muerte– fue el verdadero detonante para cambiar el mundo. Y ya lo creo que lo cambió.
Su vida consistió en gastarse y desgastarse, sin queja alguna, alegremente, siempre con una sonrisa, por las necesidades más materiales y peregrinas de todos aquellos y aquellas que continuamente acudían a Él. Es curioso pero a pesar del gentío que siempre le rodeaba, Jesús atendía a cada persona individualmente, acogiéndola en su necesidad y mostrándole su compasión. Fue un auténtico maestro de lo que es el trato personal.
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Debo insistir en que Jesús pasó por la vida haciendo el bien y añado más: todo lo hizo bien, faceta esta absolutamente inimitable. Todos nosotros sin excepción podemos ganar en la calidad de nuestro hacer el bien, pero no podremos nunca hacer todo bien. Sus seguidores intentaremos imitarle aún a sabiendas de que nunca lo lograremos del todo.
Viene a mi recuerdo una escena de una película de esas clásicas que marcaron toda una época, no sólo del cine, sino de la vida social en nuestra España de la posguerra. Me refiero a 'Balarrasa'. La vi de seminarista en un ciclo muy interesante de cinefórum con Santiago Gil de Muro, un verdadero maestro en el tema. La escena –en un blanco y negro de lo más sugestivo– muestra el accidente de un coche que vuelca. De él sale a rastras una chica joven y guapa que mirando sus manos muy cuidadas, sin rastro de arrugas y las uñas pintadas, dice en su último aliento: «Estas manos, mis manos, están vacías». Lamentaba una vida, su vida, estéril y sin sentido, nunca había hecho nada por los demás.
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Jesús pasó por la vida de Mateo, de Nicodemo, de Judas, de los apóstoles, de José de Arimatea, de la Magdalena, de Lázaro y sus hermanas, de la samaritana y de tantos hombres y mujeres oprimidos por el desconsuelo y la falta de esperanza. Miraba siempre de frente y con dulzura, el primer paso para hacer siempre el bien. ¡Hermosa lección!
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