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Sábado, 26 de septiembre de 1868. El telégrafo eléctrico instalado en la torre de la iglesia de San Bartolomé no paraba de recibir y de transmitir noticias de una España envuelta en un estallido revolucionario. «Torrecilla en Cameros. Stop. Combate en 'Peña del Cura'. Stop. ... Diez muertos. Stop. Nueve presos. Stop. Vence Ejército Borbón. Stop».
Aprovechando la revuelta militar y política que ocho días antes había prendido en media España de la mano de Topete, Prim o del riojano Sagasta, los opositores a la monarquía de la entonces provincia de Logroño habían amalgamado sus escasas fuerzas para enfrentarse a las tropas todavía leales a la reina Isabel II y al Partido Moderado. Era una locura, pero ni el desesperado intento por parte del líder progresista riojano Salustiano Olózaga consiguió frenar lo inevitable.
Las escaramuzas entre los autodenominados 'Voluntarios de la Libertad' y los monárquicos tomaron los derroteros de la cuenca del Iregua, rumbo al Camero Nuevo, y estallaron finalmente en la Peña del Cura, un paraje situado en la población de Castañares de las Cuevas y perteneciente al término municipal de Viguera. Comenzó la batalla sobre las dos de la tarde y hasta bien entrada la noche no cesó el fuego de fusiles y el ruido de sables.
El balance de víctimas no pudo ser más nefasto para los sublevados, que perdieron a diez compañeros, mientras que otros nueve fueron capturados. Otros seis combatientes resultaron heridos. Desde el Ayuntamiento de la capital, no obstante, se movieron todas las influencias para evitar que se atentara «de ningún modo contra la vida de los prisioneros». Los muertos quedaron definitivamente enterrados en el camposanto de Torrecilla, cuna de Práxedes Mateo Sagasta.
Con la publicación de los nombres de todas las víctimas, así como de sus respectivas circunstancias, el Boletín Oficial de la Provincia se convirtió en triste fedatario de la refriega civil. Gracias a sus hojas amarillentas, que se conservan en el Archivo Histórico Provincial, conocemos algunos de los detalles: que los fallecidos tenían entre los 18 y los 53 años, que la mitad de las víctimas mortales era menor de 25 años, que casi todos estaban casados, que pertenecían a estratos sociales y laborales bajos -salvo un maestro de primeras letras y un teniente de carabineros-, y que entre el resto se encontraban un labrador, varios artesanos, jornaleros, sirvientes e hijos de comerciantes.
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