«La Teresa solo es la que hace la comida, prepara la ropa, administra el dinero, hace la conserva, pare, cría y educa hijos, la que va al campo cuando hay tajo y no hay para pagar jornales, o la que va a la fábrica cuando el campo no da lo que hace falta. Y aún se siguen preguntando algunos sociólogos, que ven el mundo con las gafas de una encuesta, por qué en el campo hay más hombres que mujeres y por qué, en los pueblos de La Rioja, el índice de mozos viejos es tres veces superior al de la capital. Tendrá que ver con el cambio climático, ¿eh Teresa». Es el final del pasaje que Emilio dedica a su madre y un homenaje a la mujer rural que se deslomó en el campo, en la casa y en las fábricas para sacar adelante a las familias en silencio. «El mundo agrario no hubiera sido posible sin estas mujeres; son, al mismo tiempo, las responsables de que sus hijos y sus hijas se fueran del campo por la sencilla razón de que no querían esa vida para ellos», sostiene Barco.
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-No. La mía, no. Al revés, creo que se está recuperando en parte desde una nueva perspectiva de disfrute, paisajística, que es lo positivo. Mucha gente está mirando a la huerta como una actividad recreativa, paisajística o de satisfacción personal más que como un negocio. Es un fenómeno que, salvo honrosas excepciones, todavía no veo en el mundo del vino.
-Sin duda. En todo caso, a mí no me gusta un mercado agroalimentario tan polarizado como tenemos, entre las tiendas de 'todo a cien' y los clubes gourmet. Soy partidario de la vieja utopía de mi admirado Mario Gaviria de construir un mundo agrario capaz de producir alimentos sanos, sabrosos y baratos, y ahí la huerta puede jugar un papel fundamental. Los que no tenéis huerta no sabéis lo que os estáis perdiendo.
-No. Es la gran mentira. Pensar que el mundo rural puede vivir sin agricultura ni ganadería es un imposible. La banda ancha no arreglará el medio rural. Cada día veo con mayor recelo todos esos 'discursos oficiales'.
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