Un marco puede cambiar una obra de arte por completo, condiciona la percepción de la pintura, además de que aporta elementos añadidos a la interpretación de lo representado. No tiene nada que ver un marco barroco, con sus volutas y hojas carnosas, con uno neoclásico, ... de líneas rectas y sobrios negros y dorados, como el que protege 'Las hilanderas' de Velázquez.
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El Museo del Prado dispone de una extraordinaria colección de marcos, compuesta por más de 8.000 piezas, que recorren la historia del arte desde los siglos XIII al XXI. Los hay medievales, renacentistas, neoclásicos y del siglo XX. Para destacar el valor de este elemento como una pieza de arte más, la pinacoteca propone un nuevo acercamiento a sus colecciones a través de un itinerario expositivo. El recorrido, titulado 'Otra colección: los marcos del Museo Nacional del Prado', permite que la mirada del visitante recale en detalles y asuntos que normalmente pasan inadvertidos.
La muestra, que se puede ver hasta el 31 de marzo de 2024, incorpora 29 piezas que permiten al espectador hacer un recorrido cronológico por la colección de marcos del museo y por la historia de estos objetos. Para el director del Prado, Miguel Falomir, el itinerario es una «vindicación de la materialidad e integridad de obra de arte» «El museo presta cada vez mayor importancia a los marcos, que por los demás están en un magnífico estado».
El recorrido, comisariado por Gemma García Torres, restauradora y responsable de la colección de marcos del Prado, propone una observación de las piezas desde la época medieval, donde los marcos eran fijos e inseparables de las obras que guarnecían, pasando por el siglo XVI, cuando se desvincularon físicamente de las pinturas y se convirtieron en piezas con entidad propia.
El paseo llega al esplendor del barroco, se detiene en el neoclasicismo, momento en el que las colecciones reales se unificaron de manera seriada, y termina con la diversidad de materiales y modelos de los siglos XIX y XX. «Las obras sin marco siguen siendo igual de bellas, pero pierden una parte de su energía. Los marcos aportan luz, textura, color y hasta complementan la iconografía de la representación», asegura Gemma García.
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Gracias al itinerario se puede comprobar el valor histórico y artístico del marco en sí, que en muchas ocasiones está estrechamente ligado a la obra que enmarca y de la que forma un conjunto. El marco más que una pieza ornamental: protege a la pintura, su decoración va unida generalmente al estilo de la representación y, en ocasiones, es cómplice de la temática. «El itinerario que se exhibe con esta iniciativa y todo lo que ello comporta es un proyecto pionero en todo el mundo», destaca García.
Gemma García
Restauradora y comisaria de la muestra
Las salas medievales del Prado acogen marcos románicos, como el 'Frontal de Guils', y góticos pertenecientes a retablos, completos o fragmentados, como 'Retablo de la vida de la Virgen y de San Francisco', de Nicolás Francés o el cuadro de 'Santo Domingo de Silos entronizado', de Bartolomé Bermejo. Conviven junto a ellos pequeñas piezas devocionales con molduras finas y doradas, generalmente decoradas con inscripciones epigráficas o escudos heráldicos, como el 'Cristo Barón de Dolores', de Juan Sánchez de San Román. Los dípticos y trípticos de pintura flamenca, con armoniosas molduras estrechas, negras y doradas, pueden verse en la sala del Bosco, por ejemplo en 'La adoración de los Reyes Magos.'
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«La de los marcos es una tradición muy antigua. Los enmarcadores eran artesanos que hacían sus marcos y permanecían en el anonimato. En este recorrido se encuentran piezas salidas de talleres desconocidos o que figuran sin firma. No obstante, también había artesanos muy renombrados», apunta la comisaria.
El marco del cuadro 'El Descendimiento de la Cruz', de Pedro Machuca, compite en originalidad con la pintura. Dotado de dos columnas monstruosas, así llamadas porque están decoradas con sirenas, querubines, guerreros y otras criaturas fantásticas, sus elementos forman un santuario.
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En el siglo XIX, algunos marcos complementan la iconografía de la obra enmarcada, como sucede con 'Una huelga de obreros en Vizcaya', de Vicente Cutanda o 'La esclava', de Antonio María Fabrés y Costa. El resto de piezas que recorren las salas decimonónicas se caracteriza por su eclecticismo, una diversidad que se puede ver en las pinturas 'Josefa Manzanedo e Intentas de Mitjans' o 'II marquesa de Manzanedo', de Raimundo de Madrazo.
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