Cristina Vázquez
Vermú de domingo ·
El confinamiento la llevó a cambiar la aguja por los pinceles, a plasmar en sus cuadros de escenas de playa «que sigue habiendo vida hasta que nos vamos»Secciones
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Cristina Vázquez
Vermú de domingo ·
El confinamiento la llevó a cambiar la aguja por los pinceles, a plasmar en sus cuadros de escenas de playa «que sigue habiendo vida hasta que nos vamos»En los cuadros de Cristina Vázquez siempre es verano. Cacereña criada en la sierra de Huelva y trasplantada a Sevilla, donde se licenció en Bellas Artes, la artista refleja en su pintura «despreocupación, tranquilidad, libertad, todo lo que asociamos con el verano». Por eso sus ... obras, tan alegres y luminosas como la propia Vázquez, están llenas de pequeños instantes cuya contemplación hace más llevadera la vuelta a la rutina: las amigas que pasean por la orilla, los niños que juegan en la arena o el bañista que duerme la siesta bajo la sombrilla. Felicidad a pleno sol.
-Deduzco que el chiringuito es su lugar ideal para tomar el aperitivo del domingo.
-Absolutamente, sí. Una cerveza, un vino fresquito, un tinto de verano, lo que sea.
-Ha sido restauradora de arte y diseñadora antes que pintora, hasta el punto de llegar a desfilar en la pasarela El Ego de Cibeles con su firma de ropa. Y, de repente, cambió la aguja por los pinceles.
-Fue al revés: cuando llegó la pandemia, cerraron todos los talleres de costura y yo ya no tenía a nadie cosiendo ropa. Por otro lado, estábamos metidos en casa, viendo paredes vacías y con ganas de salir al exterior, y yo tenía los materiales en casa y podía pintar y enviar los cuadros porque eso sí dependía de mí. Pero siempre he pintado, ¿eh? Siempre lo he hecho todo en paralelo, tanto con el trabajo de restauración como con la marca de ropa, pero 100% me empecé a dedicar a partir de 2020.
-¿Qué le da el paisaje playero que no le dan otros?
-No es que me dé cosas que los otros no me dan; de hecho, yo me crie en la sierra de Huelva y echo mucho más de menos la sierra que el mar, pero el horizonte del mar y esa sensación de inmensidad, de descontrol, me dan más paz. Todo el mundo sonríe al meterse en el mar, en la piscina, y eso me influye muchísimo. Si viviese donde me crie probablemente pintaría olivos, sierra pura, pero la playa… es bajarme del autobús, respirar ese aire y bajar mis revoluciones. Y toda esa gente corriendo, jugando, me da una alegría que yo creo que transmito.
-El paisaje es muy importante en su obra, pero aún lo es más la gente.
-No me interesa solo el mar, el mar es un simple escenario. Me interesa la gente, la idea de verano y cómo nos comportamos en verano. Mucha gente me manda un atardecer para que lo pinte, y yo pienso qué dices, si el atardecer es para vivirlo, no para pintarlo. Para mí, pintar un atardecer con un barquito no tiene ningún interés, pero sí me interesa lo que hay dentro de las personas. Y, para eso, observo mucho, paseo mucho y me fijo mucho en los comportamientos: hago muchísimas fotos y elijo justo la que muestra lo que quiero captar en ese momento, ya sea una calma, una alegría o un amor.
-Las redes sociales son su escaparate.
-Total, porque no tengo mi obra en galerías. Bueno, tengo una participación con una obra en Córdoba porque me invitaron, pero yo no hago exposiciones por muchas razones, así que las redes son mi único escaparate. Además, yo pinto en mi casa, no tengo un estudio a pie de calle ni nada. Pero tampoco me quiero agarrar solo a eso, porque ya me piratearon una vez la cuenta y perdí absolutamente todo, y ahí vi que no podía tener todos los huevos en la misma cesta. Pero, por ahora, esa es mi manera de vender.
-Pues no le va mal.
-No, la verdad.
-¿Qué olor prefiere, el del mar o el de la pintura?
-El del mar, el del mar. La pintura da muchísimo dolor de cabeza, no sabes cómo acabo por la noche después de diez o doce horas pintando. Yo preferiría que mi casa oliera a un perfume de esos maravillosos de los hoteles buenos, pero no, mi casa huele a disolvente universal, a óleo… no, no, prefiero el olor del mar.
-¿No se harta de tanta playa?
-Me gustaría combinarla con otras cosas. Tengo proyectos para decorar hoteles, y también tengo idea de otras temáticas, quizás las mismas playas, pero más abstractas, más globales, no tan íntimas. Ya estoy observando mucho los comportamientos de la gente en la calle para ampliar a otros escenarios esa misma base mía que es como actuamos cuando no nos damos cuenta. Porque, precisamente, eso de lo que no nos damos cuenta es lo que nos hace felices.
-Y usted capta esos instantes íntimos de felicidad que se producen en un lugar público.
-Sí. No pinto las caras de las personas para salvaguardar su intimidad, por supuesto: imagínate que alguien había dicho que estaba en el trabajo y estaba en la playa [risas]. También lo hago para que todo el mundo se vea reflejado. Fíjate que, el otro día, alguien me puso por Twitter «¿qué pasa, que en esas playas no hay gente joven y con buenos cuerpos?». Yo no contesto a esas cosas, pero me entran ganas de decirle que esa gente es joven y con buen cuerpo, aunque tenga 80 años. Además, las mujeres de esa franja de edad están un poquito olvidadas: se las ve como abuelas, como madres, como esposas, y no como mujeres. Y son mujeres, mujeres que se cuentan, que pasean juntas, que se quieren. Yo lo veo en mi madre, que tiene 82 años y es así. A mí no me interesa un cuerpo joven de una niña de 18, porque ahí ya va intrínseca la alegría de vivir. Yo quiero mostrar que sigue habiendo vida hasta que nos vamos.
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