![Okuda: «El color combate el racismo»](https://s1.ppllstatics.com/larioja/www/multimedia/202006/13/media/cortadas/okuda-kHaE-U110499867214EBB-1248x770@RC.jpg)
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El color combate el racismo. Así lo cree y así lo demuestra con su obra Okuda, Óscar San Miguel Erice (Santander, 1980), el artista consagrado como un mago del color y la geometría que saltó de las calles a las galerías y cuya obra colorea y vivifica espacios de medio mundo, de antiguas iglesias a silos. Okuda reúne ahora en el libro 'Colouring the World' (Espasa) su visión del arte y sus reflexiones sobre su vida y su carrera, desarrollada desde la convicción de que «el color puede cambiar el mundo y hacer realidad los sueños de todos».
En sus figuras humanas se aprecia la etnia sin necesidad de reflejar el color de la epidermis. Todas tienen la misma piel caleidoscópica y multicolor que hace reconocible al artista que halló en el color una manera de hacernos mejores. «Es un idioma universal, un instrumento de cambio revolucionario que nos llena la vida de energía. El color puede modificar ánimos y situaciones, hacer el mundo distinto al cambiar esos espacios grises, anodinos y deprimentes por otros llenos de vida», plantea.
Convertido en un artista global, inyectar color en la grisura le permite «hacer realidad mis sueños y los de los demás, lo que da sentido a mi trabajo y me llena de orgullo». Cita como ejemplo de diferencia superable los colores de las banderas y sus múltiples significados simbólicos y bélicos, que él trasciende. «Con todos los colores puedo pintar todas las banderas, todas las razas, todos los géneros, por que los colores representan lo universal, la multiculturalidad», asegura. «El color es mensaje de diversidad. Una llave que nos hace libres con un código que se entiende en todas partes, sin necesidad del contexto de una cultura o una religión», agrega Okuda.
En los once capítulos del libro alterna anécdotas y reflexiones en torno a los temas que aborda en su obra: la multiculturalidad, el sentido de la vida, la libertad o la naturaleza. «Son la base de mi manera de sentir y trabajar, y quiero compartirlas con la gente de forma más íntima y personal», afirma. Explica que once es su «número mágico» y que le debe mucho. «Era el número de la salida de la autopista que me llevó a mi primer gran proyecto en Estados Unidos, por ejemplo». Tanto le favorece «que el once del once del once decidí tatuarme en la muñeca las once y once, una hora óptima para todo, lo que me permite no llevar reloj», dice risueño.
Habla de los símbolos recurrentes en su obra, como las musas, la paloma o la calavera, que reflejan su visión del mundo y con los que quiere mostrar «el espíritu positivo y el afán de superación». «La calavera es omnipresente en la historia del arte y no podía faltar en mi trabajo. Permite ver mi evolución desde mis inicios», explica.
Un viaje que no todo el mundo ve con buenos ojos y en el que ha pasado de la calle a las galerías y los museos. A trabajar en un estudio con 20 personas, cotizar en un mercado que paga por sus obras y con proyectos que financian ayuntamientos, empresas e instituciones. «Estudié Bellas Artes y casi siempre he compaginado el trabajo de estudio con el de la calle. Los dos maduraron al tiempo y se han retroalimentado. Tanto que ahora, cuando me enfrento a un edificio liso, lo afronto con composiciones semejantes a las de los cuadros», explica sin ver contradicción. «Es una evolución lógica cuando creces, haces las cosas de corazón y aspiras a lograr una identidad artística única que a veces pertenece al mercado y a veces no. El 70% de mi trabajo es transformación de espacios públicos que no son plenamente comerciales», señala.
Llama la atención que con una paleta tan rica y un ideario multicromático, Okuda no tenga un color favorito. «Siempre predominan los cálidos, pero los utilizo todos, equilibrándolos con el blanco y el negro, aunque de pequeño tenía una clara preferencia por el amarillo y el naranja», confiesa Okuda, que toma su seudónimo de un apellido japonés del que supo por su hermano «muy viciado con los videojuegos». «Vi la similitud entre su sonoridad y las iniciales con las de Óscar, y me lo quedé», dice un creador etiquetado como «surrealista pop». «Esa marca se queda un poco corta, porque en mi trabajo hay muchas más referencias al arte indígena y sus símbolos, y a la pintura moderna», aclara.
Durante el confinamiento Okuda ha trabajado duro, «lo que me ha equilibrado mental y psicológicamente». «Nunca había estado tanto tiempo entre cuatro paredes y he podido desarrollar varios proyectos». Se refiere a su primera exposición en un museo chino -«una retrospectiva con un obra específica, un túnel caleidoscópico de espejos que permite pasear por toda mi historia»-, más otra muestra para la galería Corey Helford de Los Ángeles, y una pieza con un caballo de diez metros de altura para un espacio público en China.
Alabado y globalmente, lamenta que la que debe ser su primera obra en su Cantabria natal, una intervención en el faro del Cabo de Ajo, levante polémica. «En todo el mundo he cosechado aceptación y la primera vez que surge un proyecto interesante en mi tierra se vuelven locos por un cilindro blanco», ironiza. «He transformado iglesias en pistas de 'skate' y hasta un castillo, siempre de forma reversible y desde un profundo respeto a la arquitectura y al arte clásico, y me sorprende la reacción en contra ante el faro», concluye.
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