Pese al aire colorista y naíf, la pintura de Marc Chagall (1887-1985) refleja un alma atormentada, fruto de haber vivido dos guerras mundiales, la persecución nazi de los judíos y el exilio. Alentado por un hondo compromiso político de corte humanista, el trabajo del ... artista destaca por ser un conmovedor testimonio de un tiempo convulso, cuyas consecuencias aún reverberan hoy. La exposición 'Chagall, un grito de libertad', que se puede ver en la Fundación Mapfre hasta el 5 de mayo, arroja luz sobre el creador, una rara avis del arte que vivió en carne propia los acontecimientos clave del siglo XX.
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«La obra de Chagall era política. Se le suele asociar con una imagen dulce y soñadora, pero al mirar sus obras y ponerlas en perspectiva con sus escritos, podemos ver que tenía una implicación social mucho más fuerte de lo que se pensaba», asevera Ambre Gauthier, una de las comisarias de la muestra junto a Merete Meyer, nieta del pintor. Las dos han llevado a cabo un concienzudo trabajo de recopilación de cientos de documentos traducidos por primera vez del ruso y el yidis, la lengua de los judíos askenazíes, textos que hablan de una realidad conflictiva y violenta, hasta el punto de que el creador se vio obligado a exiliarse en Nueva York en 1941.
Chagall, a quien Henry Miller veía como «un poeta con alas de pintor», es tenido por un precursor del surrealismo, pero su obra transciende esta etiqueta. Es cierto que su imaginario está poblado de animales voladores, hombres-gallo, violinistas flotando en los tejados y novias bicéfalas, seres que exudan la tensión y el antisemitismo que padecían en su época los judíos.
«Sin el conocimiento de estos documentos no hubiéramos podido llegar a esta reinterpretación política de su obra. El trabajo de inventariado nos llevó más de dos años», explica Gauthier. Cartas, poemas y manuscritos dan cuenta del entusiasmo con el que vivió la revolución de 1917, el horror por los pogromos, la desolación que le produjo la desaparición de su obra de los museos a causa de la censura nacional-socialista, la aflicción del desterrado... Una situación que se puede constatar contemplando 160 piezas, que incluyen pinturas, y dibujos, además de 90 documentos que se exhiben en la muestra.
La exposición indaga en temas infrecuentes en el universo del pintor, en asuntos más sombríos y pesimistas. Están presentes la guerra, el miedo y las masacres. «El tiempo no es profético, reina el mal», escribió el 21 de septiembre de 1925, a raíz de una serie de trabajos en los que se refleja su origen ruso y judío. Si mirada buceó siempre en ese pasado jasídico que estaba siendo aplastado por el holocausto.
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La Revolución de Octubre le permitió ejercer de comisario de Bellas Artes de Vitebks, su ciudad natal, hoy en Bielorrusia. Aprovechó la oportunidad para diseñar los decorados y afiches que se iban a desplegar en la ceremonia de conmemoración del primer aniversario de la sublevación bolchevique, que convirtió el lugar en un descomunal escenario. Chagall retornó a París después de la efervescencia revolucionaria en 1923. En esos años acuñó su estilo onírico preñado de colores chillones, un imaginario poblado de animales antropomórficos en los que a veces se autorretrata. 'Su alter ego' podía ser un gallo, un asno, macho cabrío... Prueba de esa madurez es 'El vendedor de ganado' (1922-1923), obra en la que ausencia de perspectiva hace de una escena costumbrista una representación delirante.
Sus lienzos están repletos de mártires, crucifixiones y rabinos que portan la Torá como sino de resistencia. En 1912 había pintado por primera vez un Cristo judío con el talit, el paño de oración alrededor de las caderas en vez de la tela de pureza presente en la iconografía cristiana.
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El diálogo que Chagall había emprendido en los años cincuenta con técnicas diversas –como la escultura, la cerámica, la vidriera, el tapiz y el mosaico– le permitió explorar distintos materiales que le sirvieron para preparar su obra más monumental. Al final de su vida, Chagall se mostró libérrimo y alegórico, al tiempo que abrazó colores aún más vibrantes. Sus obras apuestan por un universo quimérico en el que desaparecen la gravedad y la perspectiva.
Nacido en Vitebsk, estudió en San Petersburgo, fue amigo de Modigliani y Soutine en La Colmena de Montparnasse, en el París bohemio, y quedó atrapado en Rusia durante la I Guerra Mundial. Había regresado en 1914 para encontrarse con Bella, su gran amor y musa, con quien se casó. Después de una vida errabunda, Chagall murió a los 98 años en Saint-Paul-de-Vence, en la Costa Azul francesa, bajo el sol que adoró Matisse.
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