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Un sueño cumplido y una asignatura pendiente aprobada. Así se refieren los responsables del museo Thyssen-Bornemisza a la exposición 'Lucian Freud. Nuevas perspectivas' que la pinacoteca acoge hasta el 18 de junio. Reúne 55 de pinturas para ofrecer «una nueva imagen» del gran maestro ... británico y dar la vuelta a su morbosa leyenda. Llega con un inesperado regalo, un fabuloso retrato del barón Thyssen donado al museo por su hija Francesca.
La muestra quiere Superar el morbo que generó la escandalosa vida personal de Freud, con derroches, excesos, varios matrimonios y ruinas, decenas de amantes y al menos 14 hijos reconocidos. Pone el foco en el magisterio de un pintor cuya obra «es una reflexión constante sobre la pintura y que buscó la ternura en sus descarnados retratos», según Paloma Alarcó, la comisaria y conservadora del Thyssen que ha trabajado codo con codo con su colega de la National Gallery, Daniel Herrmann, en una exposición que celebra el centenario de Freud (Berlín, 1922- Londres, 2011).
Es una muestra histórica que llega con un insólito regalo, ya que Francesca Thyssen, hija del barón, anunció por sorpresa en su presentación que dona al museo uno de los dos icónicos retratos de su padre realizados por Freud, un lienzo presente en la muestra. Se trata de 'Hombre en una silla (Barón H.H. Thyssen-Bornemisza'), una tela de de 1,2 por 1 metro, pintada en 1985 y que en una subasta se habría roto, sin duda, el récord del pintor, que roza los 30 millones de euros.
Freud, que no solía aceptar encargos, pintó en dos ocasiones al barón en los años 80. En el segundo aparece casi de cuerpo entero, sentado en un sillón y con las manos huesudas y alargadas sobre sus muslos, como el retrato del Papa 'Inocencio X' de Velázquez, junto a un puñado de harapos que el pintor acumulaba en su estudio.
«Mis hijos y yo convivimos con esta obra en nuestra casa de Viena durante unos diez años y tenemos un vínculo muy especial con ella», explicó su propietaria. Cuando se disparó la cotización de Freud en el mercado «no pudimos asumir el coste del seguro», reconoció la aristócrata. La dejó en depósito en Thyssen al que ahora la dona. «Es mucho más de lo que podíamos esperar», se felicitó Guillermo Solana, director del museo al agradecer el inesperado regalo tras una cerrada ovación de los asistentes a la presentación.
El Thyssen es el único museo en España con obra de Freud. Tenía hasta hoy cuatro pinturas suyas a las que se suma la que ahora Francesca dona al patrimonio español, junto a 'Reflejo con dos niños (Autorretrato)', de1965; 'Gran interior. Paddington', de 1968-69; 'Último retrato', de 1976-77 y el primer retrato del barón, 'Retrao de hombre (Barón H. H. Thyssen Bornemisza' de 1981-82.
«La exposición cumple un sueño acariciado durante años que se hace realidad sobre el pintor más vinculado al Thyssen y al barón», dijo Solana de una muestra que quiere «dar un enfoque nuevo, distinto y original a Freud y a su obra». Lo hace con 55 pinturas, casi un decena menos que las mostradas en la National Gallery, pero todas de un calidad excepcional, que recorren sus 70 años de actividad.
«Antes de ser un pintor admirado fue una celebridad, y su obra se ha contaminado de ese enfoque sensacionalista y atormentado sobre su vida privada, de modo que se atendía más al sexo mórbido que la sustancia de su pintura», reflexionó Salana. «Herrmann y Alarcó nos han abierto los ojos sobre la obra del mejor pintor del último siglo, el que se ocupa de la pintura mucho antes que del deseo», se felicitó el director del museo Thyssen
«Había que olvidarse de la biografía excesiva de Freud, alejarlo de su leyenda y centrarse en su obra, que es una constante reflexión sobre la pintura», insistió Alarcó. «Su fama escandalosa interfiere la percepción de su obra y la oscurece», coincidió el comisario británico.
Así, tanto los comisarios como Solana invitan a disfrutar con calma de este «maestro de la lentitud», un artista al quien solo le preocupaba la pintura, que podía dedicar meses y meses a un solo cuadro y que entendió el cuerpo humano y su carnalidad como un paisaje en el que la sensualidad se mezcla con la ternura.
«En su centenario había que volver al principio, y es una magnífica oportunidad de abordarlo y disfrutarlo con una mirada pausada. Freud es un pintor lento y se merece una mirada lenta. Nos enseña a mirar con lentitud, de modo que con esta exposición y este artista volvemos a esa mirada detallada que estamos perdiendo en esta época de vértigo ante la inmediata y las pantallas», proponen Alarcó y Solana.
Fue Freud un lobo solitario en la pintura que a través de una carrera de más de setenta años «mantuvo su independencia», destaca la comisaria. «No se contagió de ninguna moda ni de ningún ismo. Buscó su camino y se mantuvo firme. Su intención era aportar una solución diferente al arte». señala Alarcó, destacando su afán de singularidad.
También la ambición de unos retratos y autorretratos con los que quería detener el paso del tiempo que entendía como paisajes humanos y que muestran nuestra vulnerabilidad. «Le interesa el ser humano más que el retrato», dice Alarcó. «Me gustaría que mis retratos fueran 'de' personas y no 'como' ellas. Mi idea del retrato proviene de la insatisfacción que siento por los retratos que se parecen a la gente», dijo el propio Freud.
Subversiva, incisiva y en ocasiones indecorosa, la pintura de Lucian Freud, a contracorriente de las tendencias abstractas y conceptuales que se fueron sucediendo a su alrededor, estuvo siempre dedicada a la presentación del cuerpo humano y a retocar al hombre contemporáneo. Lo que verdaderamente le interesa es descubrirnos la pintura sobre la pintura, su personal reflexión meta-artística y la intensificación de la realidad que siempre quiso alcanzar.
Visitante asiduo de las grandes pinacotecas, se pueden rastrear en su obra toda una serie de alusiones a los grandes maestros, desde Holbein, Cranach, Hals, Velázquez, Rembrandt o Watteau, hasta Ingres, Courvet, Rodin o Cézanne, «aunque esa vinculación convive con una fuerte voluntad independencia»
Tenía un pase especial en la National Gallery, que recorría por la noche en busca de sus maestros y era asiduo visitante del Louvre y del Prado, «donde admiró a Velázquez y a Goya», cuenta Alarcó. Comenzó pintando sentado, con un hieratismo que compartía con su modelos, pero luego cambió y pintó de pie. «Su manera de hacer fue otra, siempre escenificaba sus cuadros y nunca perdió la minuciosidad y era un maestro de las texturas, concluye Alarcó.
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