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EDUARDO AISA
Miércoles, 24 de octubre 2018, 08:28
Se nos ha ido María Rosa del Campo, nuestra soprano logroñesa más universal, casi de la mano de la gran Montserrat Caballé, con la que coincidió varias veces en los escenarios. Y se nos ha ido discretamente, como era ella, comedida y recatada. ¡Cuántas veces he querido concertar una entrevista con María Rosa para recoger información y testimonios gráficos y montar el gran homenaje que merecía! Pero siempre me daba largas, un poco por discreción, un poco por vergüenza. Los aficionados a la ópera conocíamos algo de su formidable carrera lírica, especialmente en Alemania y Centroeuropa, pero ha tenido que decirnos su adiós definitivo para que el gran público pueda conocer la importancia de esta extraordinaria cantante.
María Rosa Jiménez del Campo, que falleció el pasado 27 de septiembre, nació en Logroño el 20 de marzo de 1935 en el seno de una familia conocida en el comercio de la ciudad. Estaba dotada de una voz privilegiada, así que, aunque realizó estudios de Comercio, su auténtica vocación se dirigía siempre hacia el canto. Consiguió ser admitida como alumna de la famosa pedagoga de canto Lola Rodríguez Aragón, finalizando sus estudios en Madrid en 1961 con sobresaliente en todas las asignaturas y premio extraordinario fin de carrera. Buscando una preparación completa, había compaginado sus estudios de canto con clases de italiano, alemán y arte dramático.
En 1961 perfecciona su técnica con la famosa soprano Toti Dal Monte en el Conservatorio Benedetto Marcello de Venecia, posteriormente amplía estudios en el Mozarteum de Salzburgo gracias a una beca de la Fundación Juan March y completa su preparación en Viena en la especialidad de lied alemán con la profesora Ilse Rapf. Un paso decisivo en su carrera fue su ingreso en el Conservatorio Superior de Música (Hochschule für Musik) de Berlín, donde recibió clases de la primera soprano de la Ópera de Berlín y famosa cantante Elizabeth Grümmer, cuyos valiosos consejos orientaron toda su carrera. En Berlín tiene lugar su debut en la ópera con el papel de Olympia de 'Los cuentos de Hoffmann' de Offenbach y posteriormente La Reina de la Noche de 'La flauta mágica' de Mozart.
A esas alturas, casi con treinta años, María Rosa del Campo es ya una extraordinaria soprano ligera coloratura, con una fabulosa preparación técnica y una voz de precioso timbre, que empiezan a disputarse todas las casas de ópera alemanas. El arranque fue en Bonn, entonces capital de la Alemania Federal, en cuyo teatro de ópera debutó el papel protagonista de 'Rigoletto' de Verdi y de 'El barbero de Sevilla' de Rossini con tanto éxito que, en los saludos, el público le arrojó tal cantidad de ramos que el escenario parecía una alfombra de flores. Luego siguieron Kaiserslautern, Bremen, Stuttgart, Munich, Berlín Occidental y Oriental, Austria, Italia... debutando nuevos roles: «Lucia di Lammermoor», la Norina de 'Don Pasquale', la Fiordiligi de 'Così fan tutte', la Konstanze de 'El rapto en el serrallo'...
En 1967 la reclama Discos Columbia en España para la nueva grabación de 'Doña Francisquita' con Jaime Aragall de pareja y bajo la ilustre batuta de Lamberto Gardelli, así como 'Luisa Fernanda' acompañada de Teresa Berganza y dirigida por Rafael Frühbeck de Burgos. En agosto de 1970 forma parte del reparto de una de las grabaciones icónicas de la historia del disco, el 'Don Carlo' de Verdi dirigido para 'La voz de su amo' por Carlo María Giulini con una pléyade de cantantes estelares como Plácido Domingo, Montserrat Caballé, Ruggero Raimondi, Milnes, Verret, Estes... y allí, al final, María Rosa del Campo como 'La voz del cielo' con una sola pero preciosa frase que surge del cielo mientras arden en la hoguera los condenados en el Auto de fe. La grabación fue en Londres y comentaba María Rosa: «Me recogían en Rolls Royce para llevarme a los estudios de grabación». ¡Qué tiempos aquellos!
En los años 70 firma contrato fijo con la Ópera de Stuttgart como primera soprano y desarrolla una actividad muy intensa, hasta que ya entrando los 80 vuelve a España y ante la penuria de la vida lírica madrileña, decide retirarse y regresar al hogar familiar en Logroño. Fue fiel asistente a toda la actividad musical de nuestra ciudad, donde los aficionados con todo cariño la llamábamos «la voz del cielo«. Era tan vergonzosa que siempre nos aclaraba que los besos apasionados con los tenores en el escenario nunca eran en la boca, sino simulados acercando las mejillas.
Tuvo ocasión de compartir escenario con todos los grandes de la época, Domingo, Kraus, Lavirgen, Caballé, Lorengar, Berganza, de los Ángeles, etc. y presumía de su gran amistad con el barítono Wolfgang Brendel y con el gran pianista acompañante Miguel Zanetti con el que hizo innumerables conciertos de lied y de canción española. Aunque sus comienzos fueron eminentemente mozartianos, ella confesaba que, entre las óperas que cantaba, sus favoritas eran 'Rigoletto' y 'Lucia di Lammermoor'.
Si fuéramos capaces de situarnos en los oscuros años cincuenta y sesenta en nuestro país, donde una señorita, incluso mayor de edad, precisaba la autorización de su padre para firmar cualquier contrato y para casi todo, podríamos valorar el mérito tan impresionante de esta mujer que salió sola al mundo desde un ambiente provinciano, con decisión y sin miedo, para triunfar en lo que le apasionaba, el canto y la ópera. ¡Y a fe que lo consiguió!
Ahí tienen una meritoria persona con un excelente historial como para darle nombre a una calle de nuestra ciudad: Calle María Rosa del Campo, cantante de ópera. Ella, con su discreción habitual, no lo habría pedido nunca, pero yo, después de bucear en sus papeles y repasar su vida, sí lo pido con toda rotundidad.
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