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ÁLVARO SOTO
Martes, 23 de octubre 2018, 00:38
madrid. Un día, a principios de los años 70, a Antoni Miralda (Terrasa, 1942) se le ocurrió salir a pasear por las calles de París con un muñeco blanco con forma de soldado en brazos. «Los gendarmes nos pararon dos veces porque aquello no se había visto nunca», recuerda sonriendo Miralda, pionero en España de las acciones colectivas con participación del público y ganador, ayer, del Premio Velázquez de Artes Plásticas 2018, concedido por el Ministerio de Cultura y dotado con 100.000 euros.
El jurado justificó su reconocimiento a Miralda «por una trayectoria artística sólida y transdisciplinar» que, «desde los años 60 a la actualidad, ahonda en el concepto de ritual y fiesta, con un sentido lúdico y participativo que evidencia el carácter político y crítico de su obra». Las acciones colectivas de este creador «involucran a gran parte de la población, tanto a audiencias vinculadas al mundo artístico como también a agentes de la vida cotidiana, exaltan en particular su capacidad de seducción estética y el carácter organizativo de su práctica», sostiene el jurado.
Formado desde los años 60 en Barcelona, París, Londres y Nueva York, Miralda es uno de los mayores representantes del arte participativo, con el estudio de la memoria inmaterial y la comunicación como asuntos recurrentes de su obra. Ha trabajado con objetos, 'mixed-media' (mezcla de disciplinas artísticas y bellas artes) y 'happenings', todo ello relacionado con la idea de la fiesta, las liturgias ceremoniales, los ritos florales, las procesiones... «En aquella época me preguntaban: '¿Pero lo que hace usted son coreografías, danzas, qué es eso?'. Lo que yo hacía era invitar a un público que no sabe qué va a ocurrir a compartir una actuación artística», explica.
Pero a finales de esa década Miralda incluyó un elemento más en su obra, los «objetos comestibles». De hecho, la comida es un referente por su codición de elemento de cohesión comunitaria. «Yo no estoy nada de acuerdo con aquella frase de que con la comida no se juega. Al contrario, la comida está para jugar y a mí me proporciona conexiones con el público. Además, me permite divagar sobre el hecho alimentario, las cosechas, los rituales del almuerzo o el hambre», destaca.
En esta línea, y partiendo del concepto 'comida como cultura', creó en Barcelona a mediados de los 90 el FoodCulturaMuseum, un museo sin paredes con el objetivo de explorar las conexiones entre comida, cultura popular y arte. El proyecto cuenta con una amplia trayectoria de actividades y exposiciones, entre las cuales se encuentran la creación del Food Pavilion para la Expo 2000 de Hannover y los proyectos Power Food y Sabores y Lenguas, que proponen reflexionar en torno al poder y la energía de la comida, la memoria culinaria, los intercambios y la riqueza gastrocultural.
«Me considero un artista de la reflexión y de la alegría. He visto mucha gente contenta y pasándoselo bien durante mis 'performances'», asevera Miralda, que saca el arte de los museos y lo lleva a los espacios públicos, donde, sin embargo, ahora es más difícil actuar que antes. «En estos tiempos no nos dejarían hacer lo que hacíamos en Nueva York en los años 70», aventura.
Las calles se han convertido en escenarios de manifestaciones políticas con sus propias coreografías. «Manifestaciones urbanas ha habido siempre, empezando por el carnaval, que es universal. Lo que ocurre ahora es que las manifestaciones políticas son más creativas», dice Miralda pensando, por ejemplo, en las concentraciones del último año en Cataluña, tanto las de los lazos amarillos como las constitucionalistas. «Aquí se aprendió mucho de los Juegos Olímpicos, mucha gente fue voluntaria entonces y esa creatividad se ha mantenido en el tiempo. La calle tiene muchísimo poder», asegura.
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