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En el siglo XII era una iglesia románica, en el siglo XVIII un teatro barroco y en la actualidad es el símbolo de un pueblo. Un emblema que acoge no sólo tan característico escenario sino también la torre de la villa con su papamoscas ( ... artilugio mecánico que abre la boca con cada campanada), la antigua escuela de niños y la 'campana de fuego', que se utiliza para avisar al vecindario en caso de incendio.
El edificio es el protagonista del conocido como barrio de San Andrés, que también alberga una fuente, un rollo conmemorativo del milenario de Castilla y un puente románico. Un rincón cargado de historia y a cuya recuperación contribuyeron hace ya casi dos décadas los arquitectos Ana Achiaga y Antonio del Castillo.
Ambos se pusieron al mando de una restauración nada fácil porque los restos del antiguo teatro habían quedado ocultos, cuando no destruidos, por la transformación del viejo escenario en un cinematógrafo en los años cuarenta. Para recuperar el añejo teatro, Achiaga y del Castillo tiraron de memoria, de la memoria de los más viejos del lugar, de aquellos que recordaban cómo era aquel mágico escenario antes del 'boom' del cine. Una vez rescatada la memoria del lugar, comenzaron los trabajos que eliminaron la 'máscara' de cal y yeso que ocultaba un bello armazón de madera que ahora luce en todo su esplendor tanto por fuera como por dentro.
Pero antes de que los arquitectos recolocaran dos galerías longitudinales, retiraran el falso techo y recrearan un sistema tradicional de cerchas de madera en la cubierta, los vecinos también se pusieron manos a la obra. Finales de los ochenta: tras décadas de esplendor, el viejo edificio, convertido en almacén municipal, se hundía. Toque a rebato de los propios vecinos, que durante varias jornadas montaron varias obras de teatro para recaudar fondos con los que comenzar la compleja restauración. El éxito de estas convocatorias fue secundado por el Ayuntamiento de la localidad y el propio Gobierno de La Rioja, que ya no podían mirar para otro lado ni hacer mutis por el foro.
El empeño de los canaliegos y su ancestral amor por el teatro -la compañía La Serrana funcionó hasta los años setenta- obraron el milagro. Después de su rehabilitación, el edificio lucía en todo su esplendor pero su interior carecía de vida sin funciones de teatro y sin los niños que en su día ocupaban el piso superior cuando acudían a la escuela. Así que una vez completada la primera fase -la restauración- comenzaba el reto de dar sentido a su tradicional función. Recuperar la escuela va a ser otro cantar, pero de momento, por si acaso, el telón se ha vuelto a levantar en su planta baja. En estas dos últimas décadas, su escenario ha acogido funciones teatrales puntuales, presentaciones de libros o incluso alguna boda civil. Ahora, ya en pleno siglo XXI, este edificio del pasado se abre al futuro con más luces que sombras.
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