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Un día hasta ahora desconocido de la primera quincena de marzo de 1821, hace 200 años, el monasterio de San Millán de la Cogolla sufrió el expolio de las Glosas Emilianenses por parte del Gobierno liberal de España. Décadas y décadas llevan las autoridades riojanas solicitando la devolución de las joyas arrebatadas dos siglos atrás, una de las cuales contiene 'El primer vagido de la lengua española', según lo definió el maestro Dámaso Alonso, pero la Administración siempre se ha negado en redondo.
Como describió el padre Juan Bautista Olarte –quien fuera uno de los mayores expertos en la biblioteca de Yuso–, el denominado Códice 60 salió de San Millán a Burgos por orden de Joaquín Escario, jefe político de esa ciudad castellana, a principios de marzo de 1821, junto con otros setenta y dos valiosísimos ejemplares (códices góticos, códices galicanos e impresos incunables). En Burgos permaneció el botín hasta 1872, año en el que fue trasladado a Madrid. Hoy en día, este tesoro del patrimonio riojano expoliado se encuentra en la Real Academia Española de la Historia.
Tras el triunfo del general Riego en 1820 y la implantación de lo que sería el Trienio Liberal (1820-1823), dio el Gobierno un gran impulso a las desamortizaciones de los bienes de la iglesia, iniciadas en el siglo XVIII, y que tendrían mayor repercusión a lo largo del XIX con Mendizábal (1836-1837), Espartero (1841) y Madoz (1854-1856). «En la desamortización de 1821 se redujeron los diezmos a la mitad y se impuso al clero una contribución de 120 millones de reales, lo que significó la masiva secularización del clero y el cierre de la mitad de los monasterios y conventos masculinos en España, más de 300. Los bienes se incorporaron al Tesoro Público, entre ellos el monasterio de San Millán», explica el profesor Francisco Fernández Pardo.
Las Glosas Emilianenses no son sino pequeñas anotaciones en los márgenes de los códices manuscritos originalmente en latín, plasmados en varias lenguas como el latín, el primer español medieval y el primer euskera, y que se encontraban hasta hace 200 años en San Millán de la Cogolla. Entre las líneas del texto principal y en los márgenes de varios pasajes del denominado Códice Aemilianensis 60, que data de finales del siglo X o principios del XI, fue donde el monje copista pretendía aclarar el significado de algunos de los pasajes del texto latino, para su mejor comprensión a las lenguas que entonces se hablaban.
Las razones aducidas por las autoridades políticas para confiscar las Glosas eran, principalmente, dos: una, patrimonial y otra, económica. España estaba inmersa en una larvada guerra civil desde el levantamiento liberal y varias partidas absolutistas, formadas por ciertos guerrilleros de la contienda contra Napoleón, como el burgalés cura Merino y el riojano Cuevillas, merodeaban conventos y monasterios abandonados para robar sus propiedades. Días antes del expolio de las Glosas, la Jefatura Política de Burgos –a la que pertenecía esa zona de La Rioja– había detectado rumores en esa dirección.
En cuanto a los motivos económicos, a nadie se le escapaba que tras la Guerra de la Independencia y la progresiva pérdida de las colonias, las arcas del Estado estaban vacías y los bienes de la iglesia podrían paliar el agujero, sobre todo los bienes inmuebles (terrenos) y otros muebles, como objetos de oro y plata o libros de gran valor. De hecho, algunos de los incunables desamortizados por toda España fueron a parar a colecciones privadas e, incluso, podían encontrarse en prestigiosas librerías de las grandes ciudades hasta el siglo XX.
Con el monasterio exclaustrado, los carros llegados desde Burgos en febrero de 1821 se fueron llevando los antiquísimos códices riojanos de la biblioteca emilianense, pese a las protestas de algunos monjes que se habían quedado en el pueblo y del propio vecindario. Custodiados en la ciudad castellana, en 1851 reclamó Madrid la «remisión de códices pertenecientes a los monasterios de San Millán de la Cogolla y San Pedro de Cardeña (Burgos), ordenada por la Dirección de Fincas del Estado en virtud de la aplicación de la legislación relativa a la desamortización». Pero no sería hasta 1872 cuando llegaran a la capital de España.
Sin embargo, el verdadero valor de las Glosas no fue descubierto hasta 1911, gracias al académico Manuel Gómez Moreno, quien transcribió un millar de glosas del Códice 60 y las envió a Ramón Menéndez Pidal.
«En estas Glosas Emilianenses –manifestó el eminente medievalista tras un exhaustivo estudio– podemos ver el habla riojana del siglo X muy impregnada de los caracteres navarro-aragoneses». Era, sin duda, el origen escrito de aquella primera lengua romance que ya no era latín sino el germen del español o castellano. Y así lo corroboraron otros insignes como Rafael Lapesa, Emilio Alarcos o Manuel Alvar.
Desde hace décadas, diferentes autoridades riojanas han reclamado el regreso de las Glosas al monasterio del que nuncia debieron salir, pero los diferentes gobiernos se han negado hasta ahora. Habrá que seguir insistiendo, porque es de justicia.
En el margen derecho del folio 72r del Códice 60, un monje copista, posiblemente llamado Muño, inmortalizó el primer texto en castellano encontrado hasta ahora. Decía así: «Cono aiutorio de nuestro dueno dueno Christo, dueno Salbatore; qual dueno get ena honore et qual duenno tienet ela mandatione cono Patre cono Spiritu Sancto enos sieculos delo sieculos, facamus Deus Omnipotes tal serbitio fere ke denante ela sua face gaudioso segamus. Amén» («Con la mediación de nuestro Señor, don Cristo, don Salvador, que comparte el honor y la jerarquía con el Padre y con el Espíritu Santo por los siglos de los siglos, Dios omnipotente nos haga servir de tal manera que nos encontremos felices en su presencia. Amén»).
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