Vengo observando últimamente que a la gente, a mi gente sencilla de La Rioja, familiares, amigos y conocidos, les preocupa muy poco –por no decir nada– que el precio de la luz sea un puro cachondeo por las nubes, que llenar el depósito del coche ... cueste casi el doble que hace un año, que la compra de huevos, leche, pan, aceite, fruta y verduras en cualquier súper o tienda esté hoy a niveles prácticamente prohibitivos, todo esto a la gente le resbala, no le preocupa lo más mínimo.
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Como tampoco le preocupa que el Gobierno de la nación se acabe de gastar ciento y pico millones de euros en la compra de coches de alta gama para los desplazamientos de ministros, directores generales, asesores, incluidos los de Podemos que hacen una excepción a su ética particular. A la par que el mismo Gobierno –tan altruista él– nos manda a los ciudadanos a desplazarnos en patinete, en bici o andando, que es muy sano. Todas estas cosas no les quita el sueño para nada a padres, madres, obreros, parados, pobres, enfermos, jubilados. Para nada.
¿Saben ustedes lo que preocupa de verdad al pueblo mondo y lirondo? El que una adolescente de 16 años pueda abortar sin el consentimiento de sus padres. Casi nada lo del ojo y lo llevaba en la mano.
Hablando ahora en serio. Si para cualquier intervención quirúrgica que haya que hacer a una adolescente de 16 años –del estómago, de una pierna, de la vista– hace falta autorización paterna, porque es una menor, ¿cómo es posible que para destrozar un feto en su vientre con todo lo que conlleva de ataque a un organismo preparado para dar vida, y con el riesgo objetivo y grave que conlleva, no sea ni siquiera preceptivo decirlo a los padres? ¿En qué cabeza cabe una cosa tan disparatada y demencial?
Por otra parte, si una chavalita de 16 años puede abortar a espaldas de sus padres, ¿por qué regla de tres no puede votar o conducir? ¿Es mayor o no es mayor? Y más todavía, ¿qué médico se va a responsabilizar de hacer algo así? ¿Quién va a acompañar a esta adolescente en la espera de la intervención, momento horroroso para una mujer adulta, cuánto más para una menor? ¿Quién la atenderás si algo sale mal en la operación? ¿La ministra Montero tan ducha ella en estos menesteres? ¿O tal vez la exministra Celáa, la que dijo aquello tan esperpéntico de que los hijos no son de los padres, echándose encima a todo el mundo, que la encaró con aquello tan obvio y natural de que tampoco son del Estado?
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En fin, qué razón llevó el presidente de los obispos, monseñor Omella, cuando hace cuatro días criticó que el Gobierno «utilice el aborto en momentos de crisis política para desviar la atención de otros temas importantes».
Y ahora la pregunta del millón: la naturaleza de las cosas pide la defensa de la vida en todos sus estados. Esta no es cuestión solamente religiosa. ¿Por qué razón se va a ayudar para abortar y no se ayuda a las mujeres que quieren tener hijos? ¿A quién se le ha ocurrido la barbaridad esa de crear un registro de objetores de conciencia para médicos y enfermeros/as que no quieren participar en abortos, sentando un precedente absolutamente antidemocrático, sectario y propio del hitleriano Goebbels?
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Voy a terminar con el testimonio de un buen médico escrito en nuestro diario allá por diciembre del 19. Decía lo siguiente: «Que en España se provoquen cada año 90.000 abortos a petición hay que contemplarlo como un fracaso, sobre todo colectivo. El fracaso de una sociedad con la natalidad congelada que necesita muchos nacimientos para garantizar su propia supervivencia, pero que dedica más esfuerzos a fomentar la interrupción que la culminación de tantas gestaciones. Hay que promover medidas que promuevan en serio la natalidad, aunque resulta más fácil, rápido y barato financiar una anticoncepción que una habitación más, una excedencia o una guardería. Qué mejor desarrollo y progreso de la sociedad en todos sus ámbitos (eso es progresismo) que fomentar su crecimiento y qué política social más antisocial –y más suicida– que impedirlo por todos los medios, por legales que sean».
Y terminaba mi buen amigo (quien por cierto no hizo ninguna referencia a nada religioso) diciendo algo tan simpático y estimulante como lo que sigue: «Por lo que a un servidor respecta, ver brotar a nuestros hijos de las entrañas de su madre han sido las experiencias más felices, intensas y duraderas de nuestra vida». ¡Ahí queda eso!
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