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Pasado mañana celebra la Iglesia Católica la Jornada de los abuelos y de los ancianos. ¿Razón? Es la fiesta de los santos Joaquín y Ana, padres de la Virgen María. Muchos países dedican también un día a la memoria de los mayores, bien sea el ... 26 de julio o bien el 1 de octubre. Me da igual.
Aquí lo decisivo y lo fetén es saber a ciencia cierta qué es lo que nuestra sociedad posmoderna, falta de valores, pretende hacer con los ancianos, con los abuelos. Ha habido y hay culturas en las que el anciano, el abuelo, ha sido y es el inspirador y orientador que guía y conduce a todo el clan familiar. Como también se da la cultura en la que «el descarte», del que tan gráficamente habla muy a menudo el papa Francisco, llega hasta el extremo de la eliminación del anciano por el coste de su mantenimiento y su poca utilidad práctica. Esto se ha dado hasta hace cuatro días.
¿Y qué pasa hoy? ¿Realmente la familia es esa institución humana en la que todos y cada uno de sus componentes –padres, hermanos, abuelos, tíos, cuñados, primos– son queridos por sí mismos, independientemente de la utilidad que generan o del placer que producen, y desde el nacimiento hasta la muerte natural? ¿Qué pintan hoy los abuelos? ¿Qué se puede esperar de ellos?
Yo, también abuelo y anciano, estoy convencido por mí mismo y por la experiencia de tantas personas mayores que trato, que en la vejez se puede y de hecho se da mucho fruto. En la vejez el árbol de la vida sigue dando fruto. Esta idea va claramente a contracorriente respecto a lo que el mundo calificado puerilmente de moderno (siempre ha sido moderno) piensa de esta edad de la vida. Trato y hablo con muchos ancianos/as a los que da miedo su propia ancianidad; la consideran una enfermedad con la que hay que evitar todo contacto. Y así mucha de nuestra gente ideologizada y atontada por tantos medios de comunicación, quiere a los abuelos y ancianos cuanto más lejos mejor, que se junten entre ellos, y si es en instalaciones (residencias) preparadas para ellos, mejor. «Allí estarán muy bien cuidados y nos evitarán hacernos cargo de sus preocupaciones y de sus angustias, pues tiempo no tenemos», dicen para justificarse.
Yo me considero una persona agraciada porque tuve la oportunidad de disfrutar de mis abuelos, aunque no como yo hubiese querido. Hace setenta años la mortalidad era muy alta. Mis abuelos paternos apenas los conocí. A mi abuela materna, Vicenta, yo la he citado más que a todos los santos Padres juntos y eso que era lo que hoy llamaríamos de forma un tanto redicha «una mujer iletrada, no sabía leer ni escribir», como sucedía en los pueblos a la mayor parte de los abuelos de entonces. Pero tenía lo que yo llamo orgullosamente la sabiduría de la buena. Nos quería de verdad a todos los nietos. Nos acogía con toda la paciencia del mundo y nos hacía amar a la naturaleza, a los animales, a las personas, y a Dios y a la Virgen de la Concepción, patrona del pueblo. La cátedra de mi abuela Vicenta era la caponera de la cocina y el estímulo más ansiado por todos los nietos era un panecillo –en forma de pájaro– con chorizo dentro recién sacado en el horno que había en casi todas las casas, o el melocotón guardado entre el trigo del granero, que nos sabía a gloria. De vez en cuando se escapaba algún pescozón, instancia que estaba al alcance de todos los abuelos del pueblo, y no pasaba nada... Que yo sepa ninguno de mis coetáneos quedó frustrado ni traumatizado por ello. Al contrario. Nos juntamos a menudo y todo es un recordatorio entrañable y cariñoso de aquellos años.
Quiero terminar haciendo referencia a la dureza especial que la pandemia ha significado para muchos de nuestros abuelos y ancianos. Muchos han enfermado seriamente. Otros muchos han perdido a la mujer o al marido. Muchos han pasado una soledad que ha resultado un verdadero calvario. Sin embargo, han tenido la valentía de no perder lo que más ha caracterizado siempre a la gente mayor: la ternura. Han hecho de la ternura no sólo un sentimiento privado, que alivia heridas, sino una forma de relacionarse con los demás y que también debería respirarse en el espacio público.
En resumen, la Jornada Mundial de los Abuelos y de las Personas Mayores nos ayudará a todos a crecer en el cariño por ellos, a descubrirlos como maestros de ternura, guardianes de nuestras raíces y transmisores de la buena sabiduría. Que no es poco.
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