Qué alivio sentí yo hace un par de semanas
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Qué alivio sentí yo hace un par de semanas. Y no precisamente por la ley de ahorro energético, que ya veremos en qué queda, sino por la actuación, en ese mismo día, de una psicóloga española, Ione Belarra, a la sazón ministra de Derechos Sociales ... y Agenda 2030. Por cierto, que esto último es para mí tan nuevo que, la verdad, no acabo de pescar de qué va la cosa. Ese día se aprobó una ley de protección animal.
Obviamente, cuando se habla de protección animal no se estan refirendo a los osos polares del Ártico (bichos con los que no nos rozamos nunca), y tampoco a las ratas o las cucarachas (animales con los que nos rozamos bastante más y que nos dan tanto asco a todos). ¡No! Básicamente estamos hablando de los perros como animales de compañía. A los gatos ya les llegará su día.
Para empezar, según esa ley, los perros ya no pertenecerán al PPP. ¡Ojo! Que no es un partido político elevado al cubo, sino la categoría de 'perros potencialemte peligrosos'. Ya no habrá perros peligrosos por su genética, por su tamaño, por su morfología o por su dentadura y garras, sino que habrá perros potencialmente peligrosos solo si –o solo porque– no han sido convenientemente educados y gobernados por sus dueños. De ahora en adelante y según esta nueva disposición, un chihuahua (perrillo que hay que cuidar para ni pisar) puede llegar a ser potencialmente peligroso y tener que llevar bozal, y ser conducido por su dueño con una cadena de hierro. En cambio, un doberman (perro esencialmente peligrosísimo) deja de ser PPP si su dueño lo educa como si fuese un corderito inocente (esto mismo pensaban los cuidadores de leones, cocodrilos, orcas, serpientes y otros animales hasta que fueron noticia de los rotativos por ser atacados por sus 'mascotas').
A propósito de animales peligrosos: recuerdo que en una ocasión, pedaleando en bicicleta de Lardero a Alberite, un perrazo enorme se abalanzó sobre mí y me tiró al suelo. A mí, con 90 kg de peso. El dueño del perro me echó en cara mi temeridad por «ir a mucha velocidad con la bicicleta». Dispuesto a mostrarle mi asombro ante tamaña acusación, me quité el casco. Como él me reconoció como «el cura del periódico», ahí acabó la cosa gracias a Dios, pero ganas no me faltaron de gritarle un par de cosas. Algo parecido me sucedió, en dos ocasiones distintas, en el parque La Ribera de Logroño. La segunda, por poco me desnuco al caer hacia atrás por el salto, hacia mí, de un perro tan grande como un león.
Diré una obviedad que necesita ser escuchada: los perros son animales de compañía que han de ser protegidos de los hominínidos si estos se ensañan con ellos, pero ¡claro!, los homínidos tambien requieren protección frente a ciertas mascotas, sobre todo si son peligrosas o han de llevar bozal y cadena de hierro al cuello.
Y quiero hablar de otra cosa de la que apenas nadie habla (conste en primer lugar que una mascota a la que su dueña, una abuelita, le dice cosas cariñosas y simpáticas, me llega al alma y me entenece): en Logroño, dos de cada tres paseantes es un abuelo, un anciano, un viejo, un señor muy mayor (como yo) o como se le quiera llamar a la tercera edad. La próstata funciona como funciona y la necesidad de acudir a un wc suele ser recurrente y apremiante. Sin embargo, ¿qué pasa? Que en el itinerario que yo hago –y por poner un ejemplo– o entro en la sacristía de la parroquia de Santiago, o en los servicios públicos del Espolón o de la estación de autobuses (siempre queda la solución de un bar, pero es molesto para el interesado y supongo que también para el dueño, a no ser que se encargue una consumición). ¿Por qué un perro puede evacuar donde quiera y como quiera?
Más aún, donde yo vivo (avenida de la Constitución) hay una zona amplísima para paseo con bancos a tutiplén y zonas verdes donde decenas de niños, casi siempre muy pequeños, juegan al balón, se tumban por la hierba y cogen cosas tal que ramas y hojas. ¿Deben resignarse a jugar donde los perros han aliviado sus necesidades una, dos, tres y hasta veinte veces? ¿Esta situación no merece la atención del político por salud pública? Al final de la calle Constitución, hacia el Ebro, hay un pipicán. Nunca he visto perros allí dentro.
Y algo bastante más grave en mi opinión: yo tengo un vecino que vive varios números más arriba, ya hacia el Ayuntamiento de Logroño, al que el médico le ha prescrito –sí o sí– caminar todos los días. Él lo hace en una cinta de correr (creo que se llama así). El buen hombre, para no molestar a los vecinos, no hace uso del chisme hasta pasadas las 9 de la mañana, porque hay ancianos, enfermos o niños a los que se puede incomodar.
¿Por qué no se pondera y regula sobre el ruido ocasionado por los perros que ladran estrepisotosamente a cualquier hora del día o de la noche? Sobre todo, los perros grandes y los pequeños con mala leche, que incluso provocan las riñas entre sus dueños y que fastidian y/o asustan a vecinos y transeúntes?
Termino diciendo que, en vez de centrarse en estas memeces, bien haría la señora Belarra en ver con qué poblacion española (número, edad, salud, capacidades) contará la nación para cumplir 'su agenda 2030', porque no creo que perros y gatos vayan a sacar adelante este país.
Tampoco creo que esta ley logre hacer 'mejores gestores de sus mascotas' a las personas, por mucho que el curso sea obligatorio y gratuito. Sí creo que los canes solo muerden excepcionalmente y que más nos valdría conseguir el objetivo de que niños y jóvenes puedan sentarse a leer y jugar en la hierba sin temor a pisar una mierda o contagiarse de las enfermedades transmitidas por los excrementos animales. A todos nos vendría genial preservar nuestros oídos y serenidad de ladridos impetinentes.
Los ciudadanos solo podemos armarnos de paciencia para disculpar al vecino en aras de la paz. Que nos ayuden un poco los políticos con normas nacidas de la sensatez.
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