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Lleva siete décadas pintando sin desmayo, pero asegura que ni él ni nadie «sabe bien qué es el arte». «Me limito a seguir mi instinto y a dejar que las cosas ocurran. Y soy más creativo cuando no hago nada», advierte Alex Katz, (Nueva York, ... 1927), quien al filo de los 95 años ofrece su primera gran retrospectiva en España.
El Museo Thyssen resume en cuarenta pinturas, algunas de factura reciente y muchas de tamaño monumental, la singular y feliz trayectoria de este gigante del arte actual, todo un 'outsider' de la pintura estadounidense. Un dotado artista que adelantó y navegó en la ola del pop para dejarla atrás cambiando las reglas del género e incorporando a su vitalista pintura claves de la abstracción y el expresionismo.
«Resumir setenta años de pintura de un Dios de la pintura como Katz en solo cuarenta obras supone un 'tour de force', una audacia. Dado el tamaño de muchas de ellas, ha sido cómo meter un velero en una botella de cristal», explica Guillermo Solana, director artístico del museo y comisario de la muestra del año de su casa. Programada para 2020, a punto estuvo de irse al garete, primero por la pandemia y luego por el brutal encarecimiento de los transportes y los seguros. «Al final tuvimos línea directa con Dios. Es como si organizaras una exposición de Tiziano y él mismo te dijera qué cuadro tendrías que colgar y cómo. Es un privilegio», se felicita Solana. En cartel hasta el próximo 11 de septiembre, se adelanta además a la que dedicará a Katz el Guggenheim de Nueva York.
«Katz se mantuvo y se mantiene fiel a la figuración, y es de los pocos artistas que ha sobrevivido en este género a veces minusvalorado o directamente denostado», dice Solana. «Adueñándose de los grandes formatos y recursos propios de la abstracción, dota a su pintura un talante heroico», se ufana Solana ante la obra «vitalista y 'cool'» de Katz que «vive en el presente y descargado de nostalgia».
Parco en palabras, espigado, enjuto y ágil, calvo como una bola de billar, con negrísimas gafas de sol, chaqueta blanca, camisa negra y corbata roja, Katz tiene la apariencia de un viejo jefe mafioso o del padre pícaro de Mike Jagger. Refractario a las «inútiles» ruedas de prensa y a compartir emociones y reflexiones, espacia las palabras y contesta inicialmente con monosilabos. Pero al final el cascarrabias abuelo del pop se ablanda y ofrece algunas claves de su trabajo.
«A medida que soy mayor paso más tiempo pintando en soledad, pero no tengo problemas con la gente, que antes bebía y fumaba por ahí y ahora ni bebe ni fuma y se encierra en casa», explica el gran retratista social que hoy coquetea con el paisaje.
Se levanta cada día a las siete y media de la mañana y pinta los siete días de la semana. «A veces solo 20 minutos y a veces 12 horas», confiesa. «Si trabajas demasiado manualmente, la cosa no funciona. Hay que hacer mucho trabajo intelectual», asegura. «Soy mucho más creativo cuando no hago nada. Si aprovechas ese tiempo de inactividad física, progresarás», asegura el casi centenario artista que aún se encarama a andamios y escaleras en su estudio neoyorquino para pintar, a menudo en pocas horas, gigantescas telas que exigen un notable esfuerzo físico. «No cacharreo nada con pantallas, tabletas u ordenadores y apenas toco el teléfono», afirma.
«Me he limitado a seguir mis instintos y no me ha ido mal», asegura esbozando una malévola sonrisa. «Con veinte años tiré miles de cuadros -exagera- pero con cuarenta ya tenía una técnica refinada y mejor criterio. Ahora soy activo y competente», se reivindica. «Quiero encontrar la verdad, que es muy variable, y lo hago por vías muy distintas, sin saber nunca si funcionarán o no. Sigo mis instintos y venzo los miedos que aún tengo». «Trato de dar sentido a lo que hago durante un tiempo y luego hago otra cosa», explica justificando su evolución, alternando sus coloristas y monumentales retratos con paisajes igual de vívidos y enormes, pero muy sintéticos. Puede así dedicar un lienzo de casi cuatro metros a una solitaria rama de arce.
«El arte es cambio constante, y el éxito o el fracaso tiene más que ver con lo que digan los marchantes que con tus intuiciones», reflexiona. «La gente cree saber qué es el arte, pero es el arte el que te alcanza y te define a ti. Es algo inesperado».
El Thyssen no tenía en su fabulosa colección ninguna pintura de Katz, pero gracias a la compra de Borja y Blanca Thyssen de una pieza excepcional, podrá incorporarse a su nómina. El hijo de Tita Cevera ha adquirido por una cantidad no revelada 'Vivien', una espectacular tela de casi cuatro por dos metros en la que Katz incluye cinco veces el rostro de su nuera. Sus nuevos dueños se han comprometido a dejarla en el museo cuando a finales del verano se clausure la muestra.
«Mis cuadros son tradicionales y no hay ningún problema en que estén aquí, en el Thyssen, junto a los grandes maestros de la historia», dice sin atisbo de modestia un pintor de cotización multimillonaria (una de sus piezas rozó los 4 millones en 2019), cuya obra se diputan los mejores museos del mundo.
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