
JONÁS SAINZ - CRÍTICA DE TEATRO
Lunes, 10 de abril 2017, 00:46
Con tanto idiota de verdad en el mundo nunca había pensado que Shakespeare lo fuera. Lo comprendí al terminar la función. Y comprendí también casi a la vez que yo mismo soy también tonto de remate jugando al juego del teatro. Fue al ver que entre el público había quien aplaudía feliz puesto en pie y quien se cruzaba de brazos en señal de disgusto. La verdad es que no era 'Romeo y Julieta de bolsillo' -adaptación infantil y pequeña del gran clásico- ni tanto ni tan calvo, pero yo entendí mejor a los más entusiastas. A fin de cuentas, era el Día Mundial del Teatro y el espectáculo, el mismo que abría una nueva edición del Bretón con la Escuela, un juguete para niños o similares. También a mí y a mi asesora en teatro infantil nos agradó el juego. Pero nos asustó aquel señor con cara de pocos amigos, tan serio que parecía ni respirar de puro enojo. Fue él quien me recordó al censor Javier Marías: «Si uno va hoy al teatro se expone a cualquier sandez de directores que adaptan grandes clásicos a las tontunas contemporáneas», ha escrito en ese tono bordedogmático que se impone en nuestros días. «Como hoy hay licencia para falsearlo todo, se corrige al idiota de Shakespeare», añade el autor de 'Tiempos ridículos' en un artículo en el que también reconoce sin rubor que él en realidad no va al teatro desde hace años para no llevarse esos sobresaltos. Pues que le aproveche la abstinencia como a mí la de su lectura, entre poco y nada. Ya he dicho que soy doblemente medio bobo. Acaso de tanto ir al teatro.
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Y eso que también a mí me irritan las adaptaciones cuando son pretenciosas. Pero la de la compañía Criolla es simplicísima, simpática de puro llana, divertida y, lo mejor, innegablemente didáctica. Su valor principal no es acercar a los niños la historia abreviada de Romeo y Julieta como quien edita una versión para primeros lectores; ellos ya han visto en la tele Gnomeo y otras zarandajas animadas, esas sí realmente espurias. Lo valioso es descubrirles que se puede hacer, que no es tan grave, que se puede coger un libro antiguo y valioso de lo más alto de la librería del abuelo y jugar a representar sus aventuras y amoríos. Qué importa que sea una obra maestra, una joya de la literatura dramática o una pieza para grandes compañías y teatros enormes. Algún día llegarán a eso si no les hemos extirpado antes a base de consagraciones la capacidad de imaginar. Ahora se trata de jugar, play, play, play... y divertirse.
Jugando, Emiliano Dionisi y Julia Gárriz no es que corrijan al idiota de Shakespeare, es que lo garabatean de arriba a abajo y le pintan una sonrisa como harían unos chiquillos, sin mala intención ni hacer daño a nadie. Al contrario, lo ponen a jugar a hacer teatro, lo que a William le gustaba. Le desmontan 'La más excelente y lamentable tragedia de Romeo y Julieta' y hacen de los amantes de Verona dos muñecos inocentes con los que pasar un rato. Capuletos, Montescos, el conde Paris, fray Lorenzo y demás personajes, unos amigos para la aventura. Si termina bien o termina mal es ya cuestión de cada cual. Y es que además animan a interpretar.
Enseñar a los niños a jugar al teatro es enseñarles a soñar y a pensar. Y que sean tan idiotas como para intentar ser libres.
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