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Álvaro Soto
Jueves, 9 de febrero 2017, 21:07
El ilusionista más grande que vieron los tiempos se llamaba Erik Weisz y era el hijo de una familia pobre judía que había emigrado desde Budapest hasta Estados Unidos. Pero allí, en la tierra de las oportunidades, Erik Weisz se convirtió en Harry Houdini, ... el hombre que marcó para siempre la magia. El Espacio Fundación Telefónica de Madrid propone, hasta el 28 de mayo, en Houdini, las leyes del asombro un viaje por la biografía de este verdadero creador e innovador.
La exposición se centra en explicar cómo Houdini es hijo de su tiempo y de sus circunstancias. En una época en que la magia abandonó las embarradas ferias para ocupar los luminosos teatros de Nueva York o Boston, el mago supo sintonizar con un público que ansiaba liberarse de las cadenas de su triste vida diaria igual que Houdini se deshacía de las suyas sin dificultad aparente. «Los emigrantes, los pobres... escapaban de las estrecheces como lo hacía su admirado Houdini», explica Ramón Mayrata, historiador del mundo de la magia.
El éxito de Houdini, sin embargo, no tiene que ver tanto con la fantasía, sino con el esfuerzo diario. El mago, un observador que recoge lo mejor del inicio del siglo XX, sabía que sus trucos le exigían una gran fortaleza física, así que corría todos los días 16 kilómetros por Central Park, en Nueva York, nadaba en el río East y boxeaba. Pero sobre todo, Houdini trabajó «los fundamentos científicos, técnicos y físicos» y sembró una semilla que llega hasta hoy en día. «Algunos científicos continúan trabajando con magos porque saben que ellos se manejan bien en las zonas de sombra del cerebro», explica Miguel Ángel Delgado, uno de los comisarios de la exposición. La base científica chocaba frontalmente con el espiritismo, también en boga en la época, pero del que abominaba Houdini.
Escabullirse de una camisa de fuerza, escapar de la celda de una prisión, sobrevivir a la tortura acuática o hacer desaparecer un elefante son algunos de los espectáculos con los que Houdini sorprendió a los contemporáneos. Pero su huella ha marcado también a quienes cogieron su testigo. David Copperfield, el mago más conocido de las últimas décadas, es el mayor coleccionista de objetos que pertenecieron a Houdini, objetos que guarda, sin enseñárselos a nadie, en Las Vegas.
Contrariamente a la creencia popular, el gran ilusionista no murió durante un espectáculo. Lo hizo en 1926, a los 52 años, de una peritonitis provocada por el puñetazo de un joven estudiante (probablemente, un boxeador aficionado) que quería probar si Houdini era tan fuerte como decían. El mago recibió el golpe por sorpresa y unos días después, falleció.
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