¿Violentó Olózaga a la reina Isabel II?

El político riojano fue acusado de obligar a la soberana a firmar la disolución de las Cortes en 1843, mientras los rumores políticos lo señalaban como su amante

Marcelino Izquierdo

Sábado, 17 de diciembre 2016, 21:53

Algo muy extraño ocurrió en la alcoba de Isabel II del Palacio Real de Madrid en la noche del 28 de noviembre de 1843. Tan extraño, que los historiadores todavía hacen cábalas 163 años después. Todo parece indicar que lo que estalló como un escándalo ... político y sexual de la época entre la reina y el político riojano Salustiano Olózaga no fue sino un golpe de Estado encubierto por el que los moderados se hicieron con el poder. Y sin disparar ni un tiro.

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A raíz de la caída de Baldomero Espartero como regente -tras la revuelta militar liderada por los generales Serrano y Narváez en el verano de 1843-, y recién nombrada Isabel II mayor de edad y reina de España con tan sólo 13 años, fue designado Salustiano Olózaga presidente del Consejo de Ministros como político de prestigio del ala más «templada» del progresismo.

Sin embargo, al designar el político nacido en Oyón un gobierno progresista monocolor, el Congreso de mayoría moderada respondió eligiendo como presidente de la Cámara Baja al conservador puritano Pedro José Pidal. Ante esta coyuntura, pretendió Olózaga dar un golpe de efecto y convocar nuevas elecciones para recuperar el poder parlamentario; fue entonces cuando saltó a la opinión pública el 'escándalo Olózaga'.

En la sesión del 1 de diciembre, el moderado González Bravo, como notario mayor del Reino, leyó ante las Cortes la declaración escrita de puño y letra de Isabel II: «En la noche del 28 del mes pasado, se me presentó Olózaga y me propuso firmar el decreto de disolución de las Cortes. Yo respondí que no quería firmarlo, teniendo, para ello, entre otras razones, la de que esas Cortes me habían declarado mayor de edad. Insistió Olózaga. Yo me resistí de nuevo a firmar el citado decreto. Me levanté, dirigiéndome a la puerta que está a la izquierda de mi mesa de despacho. Olózaga se interpuso y echó el cerrojo de esta puerta. Me agarró del vestido y me obligó a sentarme. Me agarró la mano hasta obligarme a rubricar. Enseguida Olózaga se fue, y yo me retiré a mi aposento. Antes de marcharse Olózaga me preguntó si le daba mi palabra de no decir a nadie lo ocurrido, y yo le respondí que no se lo prometía».

Honra e inocencia

El alboroto entre los escaños fue de los que hacen época. Por mucho que Olózaga y sus correligionarios intentaron defender el honor del político riojano, la acusación era tan grave y escabrosa que no fue posible disiparla con simples palabras. «Mi honra no puedo sacrificarla ni a la reina ni a dios ni al mundo entero; hombre de bien, inocente, he de aparecer ante el mundo, aunque fuera en la escalera de la horca», exclamó. Pero ante el cariz que tomaban los acontecimientos, y ante el temor de perder la vida ante un pelotón de ejecución, optó Olózaga por escapar rumbo a Portugal y posteriormente a Francia.

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Añadidos a la calumnia, los moderados, con el reaccionario Luis González Bravo a la cabeza, lanzaron los rumores de que don Salustiano había sido el amante de la reina-niña, el encargado de iniciarla en el arte del amor e, incluso, de desflorarla. Esta última teoría fue sustentada por el historiador Ricardo de la Cierva en su novela 'El Triángulo: alumna de la libertad', finalista del Premio Planeta 1988.

Es verdad que el joven Olózaga tenía fama de amante fogoso e infatigable conquistador. Ahí está su insistente cortejo a María Dolores de Quiroga, quien rechazó la oferta matrimonial del abogado riojano e ingresó en la orden de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora con el nombre de sor Patrocinio. Años más tarde, sor Patrocinio -conocida en toda España como la «monja de las llagas»- entraría en la corte borbónica y ejercería enorme influencia sobre la propia Isabel II.

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Pero... ¿qué pasó, en realidad, entre la reina y Olózaga? Según Álvaro Figueroa, conde de Romanones, ninguno de los dos dijo la verdad. En su reeditado libro 'Un drama político, Isabel II y Olózaga', el político y escritor aristócrata asegura que Isabel II se mostró reacia a disolver las Cortes, a lo que el presidente del Consejo de Ministros trató de imponer su voluntad: «Creemos que (Olózaga) le cogió, no la mano, sino las manos para acariciárselas suavemente. Lo sucedido se redujo, al parecer a un arrebato surgido en un momento en que los sentidos son los amos. ¿Fue una finalidad política la que movió a Olózaga? ¿Una pasión intensa? No; sólo vanidad, la vanidad plebeya de un hombre grande: la de haber triunfado sobre una mujer que era reina, hipótesis no absurda, dado el temperamento de doña Isabel, dominador constante de toda su vida».

Golpe de Estado

Que la reina mintió -o le obligaron a mentir-, es evidente: los cerrojos de las puertas de su alcoba que, según su testimonio, don Salustiano atrancó, nunca existieron. Olózaga, por su parte, se aprovechó de que Isabel era sólo una niña a la que engatusó con su labia y arrebatadora personalidad. «Cuando me despedí, la reina me regaló una caja de bombones para mi hija», esgrimió el político como epílogo a su almibarada versión.

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El académico Alejandro García Nieto, en su ensayo 'Los «sucesos de Palacio», del 28 de noviembre de 1843', publicado en el año 2007, pone el foco en «la intervención de la marquesa de Santa Cruz, aya de la reina y espía en Palacio del partido moderado, a quien Narváez y González Bravo habían alertado para que vigilara bien los despachos reales ya que sospechaban que Olózoga podría presentar en cualquier momento un decreto de disolución de los Cortes a fin de preparar desde el ministerio un nuevo Congreso con cómoda mayoría del partido progresista».

Una indisposición impidió a la marquesa acudir aquel día a Palacio, pero una vez recuperada, «interrogó hábilmente a la reina sobre el despacho de la noche anterior hasta que se enteró de lo sucedido». Cuando Narváez acudió a entrevistarse con Isabel II, el aya le informó de la firma real. «Buscando una salida, llamaron a Pidal, cuya llorera subió más aún las alarmas de Isabel 11, convencida ya de que había realizado algo muy mal. En su consecuencia ella misma, o entre todos, urdieron la excusa de la violencia», añade García Nieto.

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La caída de Salustiano Olózaga y de todo el progresismo hizo posible que el partido moderado impusiera su control durante los siguientes diez años. En la 'Década Moderada', con Narváez como líder, se aprobó la Constitución de 1845, que dilapidaba numerosas conquistas sociales y políticas; la reforma de la Hacienda, que con su apuesta por los impuestos indirectos encareció el coste de la vida; o el Concordato, por el que el Vaticano bendecía a Isabel II a cambio de prebendas y donaciones.

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