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JOSÉ MANUEL LEÓN MELIÁ
Domingo, 30 de octubre 2016, 00:04
Contra todo pronóstico, y ojalá sirva de precedente, la película de inauguración de la 61 edición del Festival de Cine de Valladolid inició su andadura por el terreno oficial a concurso con buen pie y con una película, 'Las furias', la primera del dramaturgo y ... director de teatro madrileño Miguel del Arco, que hizo, y con mucha justicia, romper el maleficio que envolvía la languidez de galas precedentes.
Iniciar el certamen de la Seminci apostando por un filme español, de corte dramático, es una señal satisfactoria y enorme responsabilidad, que sirve tanto para aplaudir el buen estado de nuestra producción, no siempre bien atendida, como una coartada para encarar el resto de la programación con unas expectativas que al principio no parecían acompañar. Aunque una primera proyección no debería disuadirnos y convencernos de tal manera que los árboles no nos dejaran ver el bosque.
'Las furias' es un drama peliagudo y de rasgarse las vestiduras. Se adentra con estilete, sarcasmo y mala baba por el proceloso universo de la familia. Qué duda cabe que el mundo de la familia, lo que ocurre a su alrededor, no sólo está muy presente en este filme, sino que desde que se inventó el cine aporta, en muchas de sus crispadas o amortiguadas tensiones y conflictos, unas vetas de inspiración inacabable. A pesar de haber visto cantidad de asuntos relacionados con su institución todavía me quedo perplejo cuando visiono un largometraje que abre nuevos y borrascosos frentes que, bien tratados en la pantalla, me siguen sorprendiendo y explorando una temática repleta de costuras.
Miguel del Arco juega a desmitificar y vapulear una serie de personajes enredados y aprisionados en posturas egoístas y egocéntricas. La felicidad que antes reinaba entre ellos deviene en una grotesca deformación causada por heridas sin restañar. Y el incidente que acelera la descomposición del conjunto familiar no es otro que la venta de una casa familiar. Aquí, en la costa, cerca de la playa, y como reclamo para la celebración de un evento festivo, los bajos instintos, envidias, rencores y malos entendidos asoman con tal virulencia y punzante ironía, que la estabilidad, en el filo de la navaja, y mantenida por respeto, se resquebraja enseñando todas las fisuras.
'Las furias' es un retrato coral, narrado con gran fuerza y desgarrador sentido del humor. Ves cómo evoluciona y te das cuenta de que hay sucesos, normales y corrientes, que por una parte te hacen gracia y te ríes, pero por otro, y debido al estado de permanente batalla y gresca, maldita la gracia que tiene. Se tiran los trastos a la cabeza, parece que se quieren y adoran, pero en el fondo hay mucho resentimiento y enconados flecos que envilecen sus relaciones.
Aquiles, Aki (Alberto San Juan), que está intentando escribir un libro sobre sus padres y hermanos, dice, y con bastante razón, que su familia es un grupo de desnortados. Esta descolocación, se observa, sin poder remediarlo, por el patriarca, Leo, magnífico, José Sacristán, antiguo actor de teatro especialista en Shakespeare, que, inválido por su alhzéimer, ve, sin entender nada, cómo su exmujer, Marga (Mercedes Sampietro) tiene una amante, Bárbara Lennie; que su hijo mayor, Héctor (Gonzalo de Castro) se va a casar con Ana (Emma Suárez), pero guarda un terrible secreto; que su hija, Casandra (Carmen Machi) no se lleva bien con su marido, Gus (Pere Arquillué); y que su única nieta, quien le cuida, tiene trastornos mentales y sueña con la terrible pesadilla de 'Las furias', mujeres figuradas que le empujan hacia la tragedia y que son el símbolo de la bomba de relojería que es la familia.
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