

Secciones
Servicios
Destacamos
J. SAINZ
Sábado, 23 de julio 2016, 17:44
Sigue siendo difícil de entender. ¿Por qué la escritora riojana María de la O Lejárraga, una mujer brillante, sensible, inquieta, comprometida, pionera de la defensa de los derechos de las mujeres en España a comienzos del siglo XX y diputada socialista durante la segunda República, por qué una mujer valiente y luchadora como ella quiso mantenerse en el anonimato literario y consintió que su obra fuera falsamente atribuida a su marido, el productor teatral Gregorio Martínez Sierra, incluso después de separarse y a pesar de que en su entorno se sabía que era ella quien escribía? ¿Cuáles eran sus razones?
La reciente puesta en escena de 'El amor brujo' por parte de La Fura dels Baus al cumplirse el centenario de la célebre obra musical de Manuel de Falla, ha vuelto a poner el foco en la paradójica historia de esta figura en la sombra pero muy relevante del modernismo literario español y también de la causa feminista. La compañía catalana ha reivindicado expresamente a María Lejárraga como autora del libreto que daba argumento a la partitura de Falla, algo que ya era bien conocido desde hacía tiempo, pero que La Fura ha querido subra- yar ahora para enarbolar una bandera contra la violencia machista en todas sus formas y por la defensa de la igualdad de la mujer.
'Gregorio y yo'
Aunque fue un secreto a voces en su época, quizás solo ella misma conocía a fondo el misterio de María Lejárraga. En su autobiografía 'Gregorio y yo. Medio siglo de colaboración', obra que firmó con su nombre de casada, María Martínez Sierra, ya en 1952 desde su exilio en Argentina, reconoce la autoría de todo cuanto escribió para su marido y durante largo tiempo se atribuyó exclusivamente a este. Pero incluso entonces algunos círculos le negaron el mérito que siempre prefirieron ignorar.
María de la O Lejárraga (San Millán de la Cogolla, 1874-Buenos Aires, 1974), primogénita de una familia con siete hijos, nació y pasó los primeros años de su infancia en el pueblecito riojano donde su padre ejercía como médico hasta ser trasladado a Carabanchel. En el entonces pueblo madrileño entablaron relación con la familia de industriales Martínez-Sierra y la joven María congenió enseguida con uno de los hijos, Gregorio (Madrid, 1881-1947), un chico con mala salud, seis años menor que ella y con la misma afición por el teatro, por Shakespeare y la literatura. Montar pequeñas funciones era su juego preferido y pronto empezaron a escribir a medias sus propias obras. Cuenta María que la primera que les publicaron ( 'Cuentos breves') fue recibida en su casa con tanta indiferencia que se prometió a sí misma no volver a firmar ningún libro más.
Pero no parece esa «rabieta», como ella misma la describe, razón suficiente para justificar un anonimato tan prolongado. Más tiene que ver con los prejuicios machistas de la época y el firme compromiso con la pedagogía de María, maestra en su juventud como su madre, en los años de la Institución Libre de Enseñanza. Al casarse con Gregorio, en 1900, los modestos ingresos de ella debían de ser los únicos de un matrimonio con inquietudes culturales como editar la revista literaria 'Helios', que se convirtió en referencia del modernismo, pero que a ellos les resultaría poco o nada lucrativa. «Siendo maestra de escuela -explica en sus memorias-, no quería empañar la limpieza de mi nombre con la dudosa fama que en aquella época caía como sambenito casi deshonroso sobre toda mujer 'literata'».
Más personal es un tercer motivo para su silencio; tiene que ver con el corazón, con lo que ella llamaba «el romanticismo de mujer enamorada, ese orgullo de humildad que domina a toda mujer cuando quiere de veras a un hombre», y también con un conformismo tal vez excesivamente generoso al permitir que los 'hijos literarios' de la pareja llevasen únicamente el nombre del padre. Un 'padre' al que ciertamente complacía la fama creciente del nombre Martínez Sierra en los círculos intelectuales y que terminó haciendo carrera como autor y productor teatral con un éxito que en modo alguno le correspondía en exclusiva.
La vida, desde fuera
La propia escritora da la clave para comprender su compleja personalidad al describir el estreno de una de sus obras: «Mi compañero andaba entre bastidores, como es costumbre, animando a los intérpretes, o más bien compartiendo con ellos el pánico de la primera representación; yo, en un palco, me limitaba a presenciar el alumbramiento con no menos terror, debo confesarlo; estaba en mi papel, que ha sido siempre, no tanto por voluntad como por constitución mental, el de mirar la vida desde fuera. Siempre he asistido como espectadora a mis propios conflictos y, gracias a un peculiar desdoblamiento, todas mis actividades me parecen ejecutadas por otras personas».
Con todo, la lealtad de María se demostró mucho mayor que la de Gregorio cuando este se hizo amante de la primera actriz de su compañía, Catalina Bárcena (Cuba, 1888-Madrid, 1978), que también se llevaba los aplausos del público dando voz sobre el escenario a las palabras que María escribía en su soledad. El matrimonio se separó en 1921 cuando 'la Bárcena' se quedó embarazada, pero aún así María mantuvo su colaboración con Gregorio y continuó escribiendo como Martínez Sierra para nutrir de obras a su compañía.
En el pasaje más pesimista de un relato colmado de positivismo, pero también de una incontenible melancolía, María confiesa haber «muerto en vida y tener que resucitar para seguir viviendo». Quizás fue eso lo que le llevó a romper su silencio. 'Gregorio y yo' se publicó en México en 1953, pero en España la obra fue prohibida por la censura franquista; pese a la distancia del exilio, la dictadura no olvidaba a una republicana que había sido diputada del PSOE por Cádiz en las elecciones de 1933 y se había distinguido en la lucha socialista y por los derechos de la mujer.
En el 36, en plena Guerra Civil, fue enviada a Suiza como agregada de la embajada y después, en Bélgica, se hizo cargo de miles de niños refugiados. Nunca volvería a España: el exilio fue, primero, Francia, con la ocupación y la Guerra Mundial, el hambre y casi la ceguera causada por unas cataratas que después podría operarse; luego Nueva York (también se cuenta que en Estados Unidos Walt Disney le plagió el argumento de 'La dama y el vagabundo'), después México y finalmente Argentina, donde escribiría, haría radio y moriría poco antes de cumplir los cien años recordando el pueblecito riojano de su infancia cubierto por la nieve.
Gregorio Martínez Sierra había terminado haciendo en 1930 una declaración pública reconociendo que todas sus obras estaban escritas en colaboración con María. Pero ella no reclamó nada hasta que la hija que Gregorio tuvo con Catalina pretendió heredar los derechos de autor de su padre al morir.
Al final de una larga vida llena de luz y de sombras, quizás lo más duro para María de la O Lejárraga fue sentir el desprecio de quienes vieron en su confesión, a caballo entre conciliación con la propia memoria y reivindicación de la 'maternidad' de la obra, una traición a su compañero ya fallecido y a la bienpensante intelectualidad burguesa. Como señala con acierto Alda Blanco, una de los muchos estudiosos de esta figura y de este misterio, María «se dio de bruces con un silencio que, irónicamente, ya no dependía de ella».
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Recomendaciones para ti
Pastillas, cadáveres en habitaciones distintas... la extraña muerte de Gene Hackman y su mujer
Oskar Belategui | Mercedes Gallego
Favoritos de los suscriptores
Destacados
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.