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Travelling instalado en la entonces calle General Mola para el rodaje de 'Calle Mayor' ante la curiosidad de los logroñeses. :: foto enseñat
Estado de expectación en la calle Mayor

Estado de expectación en la calle Mayor

Se cumplen 60 años del rodaje en Logroño de una película que retrató la España de la dictadura

J. SAINZ

Miércoles, 30 de marzo 2016, 21:37

Una pequeña ciudad, en una provincia cualquiera. Una catedral, un río y una plaza con soportales. Y una calle Mayor. Sobre todo, una calle Mayor... Aquella pequeña ciudad era Logroño; La Rioja, aquella provincia cualquiera; y, por mediación del cine, la popular calle Portales logroñesa sería la Calle Mayor de la España profunda de la dictadura. Hacía veinte años de la guerra civil y eran también veinte años de franquismo. 'La paz de Franco' la llamaban, aunque era en realidad la paz de las cunetas, la paz de la represión o el exilio, del miedo y el silencio, la paz de los trabajos forzados, la paz de la censura y la policía social, la paz olvido y conformismo, la paz de curas, monjas y militares, a la paz de dios, la paz de aquella nación, una, grande y libre, la España rojigualda como dios manda, la falsa paz perpetua y gris de 'Calle Mayor'.

Se cumplen sesenta años del rodaje en Logroño de una de las mejores películas del cine español y todavía hoy resulta imposible sustraerse de la vigencia de aquel retrato social y moral de una época ominosa. Más allá de la mera evocación nostálgica de toda efeméride, el objeto de este recuerdo consiste en poner de manifiesto una paradoja histórica, por si alguna lección puede extraerse de ella: el contraste entre la expectación casi festiva causada por la llegada de las gentes del cine a una tranquila capital de provincia donde 'nunca pasó nada' y el siniestro estado de excepción decretado en el país ante las primeras manifestaciones opositoras al régimen. Entre esas dos aguas iba a surgir una obra maestra.

Ajena a todo lo que no fueran sus rancias costumbres, Logroño acogió con entusiasta curiosidad la llegada del equipo de rodaje en marzo de 1956. Tras un invierno crudísimo, llegaba la primavera y traía estrellas y otras gentes nunca vistas en la capital mundial del aburrimiento. «Sin duda alguna -relataba Nueva Rioja el día 20 en su columna 'Ventana a la calle'-, ayer, el tema del día fue ese de que Logroño va a convertirse, a partir de hoy, en escenario para una película. Al fin y al cabo, está justificada la curiosidad. Y no deja de satisfacernos que, después de ir probando de un sitio para otro, haya sido en Logroño donde, al fin, los realizadores del film hayan encontrado más acusado ese 'sabor castellano' que andaban buscando...».

Pero no fue exactamente ir probando lo que trajo el cine a Logroño, sino una carambola de sucesos en circunstancias políticas muy concretas que dieron en la cárcel con el cineasta Juan Antonio Bardem (Madrid, 1902-2002) cuando ya había comenzado el rodaje en Palencia, la ciudad elegida originalmente para localizar la acción. Tras el éxito en el Festival de Cannes de 'Muerte de un ciclista' (1955), el realizador emprendió la adaptación de 'La señorita de Trevélez', un sainete de Arniches que él convertiría en el drama de una solterona burlada por los señoritos gamberros de provincias y en metáfora de la mujer indefensa frente a la crueldad de los hombres, de los ideales de libertad pisoteados cobardemente por el poder.

La Dirección General de Cinematografía, que vigilaba estrechamente a un Bardem ya internacionalmente reconocido pero de clara tendencia izquierdista (de hecho militaba desde 1943 en el clandestino PCE), examinó con lupa el guión de 'Calle Mayor' y la censura exigió cambios en unas veinte secuencias. Precisamente, la principal preocupación de los censores, además de suprimir las efusiones amorosas de los novios y la constante aparición de clérigos, era que la acción no se identificara con España. En consecuencia, se añadió una introducción grandilocuentemente narrada que explicaba que los hechos podían suceder «en cualquier ciudad de cualquier país». También se procuró eliminar (sin mucho éxito) los rótulos de comercios y demás carteles que pudieran servir para localizar geográficamente la ciudad.

Finalmente, el rodaje comenzó en enero en los estudios Chamartín, en Madrid, y días después en Palencia. Pero el 11 de febrero, agentes de la Brigada Político Social irrumpieron en el hotel de Bardem y se lo llevaron detenido a Madrid. «Era un momento -recordaba el propio director años más tarde- en el que los intelectuales y los universitarios empezaban a moverse activamente contra la dictadura y también se empezaban a producir las primeras detenciones masivas».

El desencadenante de ésta había sido un enfrentamiento entre grupos de falangistas, ocurrido el día 9 en Madrid y saldado con un camisa azul herido grave. La prensa le ensalzaba como héroe y acusaba a los comunistas de instigar incidentes universitarios, pero nada informaba sobre tales revueltas en los campus de Madrid y Barcelona. Debido a ellas, por primera vez después de la guerra, el Gobierno declaró el estado de excepción, cesó a los ministros de Gobernación y Educación, así como al decano de la Facultad de Derecho madrileña y director general de Cinematografía.

En la cárcel, Bardem fue visitado por su protagonista, la actriz norteamericana Betsy Blair, que se negó a continuar con otro director que no fuera él. Habían trabado amistad en Cannes el año anterior y, aunque ella se negaba a trabajar en la España franquista, Bardem la convenció para contar, precisamente -aunque de forma muy metafórica-, una historia de opresión. Ella entonces no lo sabía, pero durante la 'caza de brujas' también estaba siendo investigada -junto a su marido Gene Kelly- por el FBI.

Cuando, al cabo de un mes, Bardem fue liberado, gracias a la presión de sus productores franceses, no quería volver a oír hablar de Palencia. Además de Cuenca, donde también se rodaron exteriores, alguien recordó entonces la similitud con la porticada calle Portales de Logroño -General Mola- y el equipo se desplazó a la capital riojana, donde fue recibido como una distracción exótica.

«El primer día de rodaje -recordaba Bardem cuando años más tarde, en 1990, regresó a Logroño de la mano de Cultural Rioja- estaba aterrado debido a la cantidad de gente que acudió a curiosear. Pero pedimos su colaboración y todos se prestaron desde el primer momento con entusiasmo».

No sabían los logroñeses que iban a ser retratados tan profundamente. Hasta el 7 de abril, la ciudad puso su mejor cara sin recelar que iba a quedar inmortalizada con su rostro más sombrío. Ahí, en planos que pertenecen a la historia del mejor cine español, están Portales, la plaza del Mercado, La Redonda, el café Los Leones, el Moderno, las salones del Círculo... Y también sus gentes, su trasiego arriba y abajo de la calle Mayor, su aire provinciano, sus misas y procesiones, sus buenas costumbres, sus malas miradas, sus bromas gamberras, sus rumores, sus prejuicios, la alienación de todos ante todos... Ahí estaba Logroño. Y en ese Logroño estaba encerrada toda una España presa de sí misma: como queda la triste Isabel al final de la película, viendo llover desde su ventana.

El mejor homenaje, verla de nuevo y volver a sentir cómo «. lejos, el expreso de la mañana, centelleó entre la armadura del puente metálico y pitó largamente al entrar en esa estación en la que no iba a detenerse. Después vino el silencio y en él, el rumor de la escoba municipal poniendo a punto para el día la calle Mayor».

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