

Secciones
Servicios
Destacamos
J. LUIS ÁLVAREZ
Viernes, 25 de marzo 2016, 01:12
«El 18 de julio podría haberse evitado». Sin embargo, el Gobierno de la República decidió permitir un alzamiento «para luego aplastarlo fácilmente», ya que pensaba que España tenía entonces un Ejército que era «un tigre de papel». Esta es la tesis del historiador e hispanista estadounidense Stanley G. Payne (Denton, Texas, 1934), que, cuando se va a cumplir el 80 aniversario del comienzo de la Guerra Civil, analiza las circunstancias que desataron la contienda en su libro 'El camino al 18 de julio. La erosión de la democracia -diciembre de 1935-julio de 1936-' (Espasa). El autor advierte de que su ensayo no pretende ser «otra historia de la contienda, sino que estudia sus orígenes inmediatos y la forma en que empezó».
La clave para que estallara la guerra se encuentra, a su juicio, en la última etapa de la Segunda República, cuando tuvo lugar la «desunión» de la sociedad civil española, el punto de inflexión de su historia más reciente. «Las causas de la Guerra Civil han sido siempre bastante claras. Es el efecto del proceso revolucionario en España, pero el desenlace podría haber sido de modos muy diferentes», explica este catedrático emérito de Historia de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE UU).
En la España de 1936 se vivió, según su análisis, un proceso revolucionario «con muchísimas alteraciones del orden» pero «sin un proyecto concreto», dirigido por los partidarios del socialista Largo Caballero, a la postre presidente del Gobierno durante la contienda. Estos pretendían llegar al poder «de un modo indirecto, provocando una reacción de los militares, que debía ser débil y fácilmente aplastable», explica el historiador. De esa manera, el gobierno formado por republicanos de izquierdas, tendría que admitir a los socialistas.
Permitir el alzamiento militar fue, según Payne, «una táctica muy indirecta», porque «podía haberse evitado, lo que los principales actores políticos no querían». «El Gobierno, que era aliado de los revolucionarios, calculó que sería mejor dejar hacer hasta provocar una rebelión militar, que entendían iba a ser muy débil y fácilmente aplastable», insiste el experto. La derrota de la asonada «daría más poder no a los revolucionarios, sino al Gobierno republicano de izquierda. Esto cimentaría la República exclusivista de izquierdas, pero no el régimen revolucionario». Sin embargo, esos cálculos fallaron, porque pensaron que «el Ejército era un tigre de papel, lo que era cierto. Como Ejército no valía demasiado y políticamente los militares estaban muy divididos. No querían actuar», según su análisis.
Asesinato de Calvo Sotelo
Según Payne, los cálculos del propio Mola apuntaban que «sólo el 15% de los militares estaban comprometidos. Y una revolución de ese 15% sería fácilmente aplastable». «Sin embargo, al Gobierno se le fue la situación de las manos» tras el asesinato de Calvo Sotelo, «lo que catalizó el movimiento en contra de muchos oficiales, algo que el Gobierno no esperaba. Ese fue el gran fallo», dice Payne.
Pero es que hasta misma tarde del 18 de julio, el Gobierno de la República, con Manuel Azaña al frente, seguía pensando que el alzamiento era positivo para sus intereses, pero «se veía que había calculado mal». «Era una sublevación mucho más fuerte. Azaña puso en marcha tres políticas diferentes en menos de 24 horas», apunta Payne. La noche del 18 de julio, el presidente del Gobierno, Santiago Casares Quiroga, «ante las dimensiones de la catástrofe, intentó por primera vez la conciliación, pero llegó tarde. No pudo evitar la Guerra Civil porque ya había empezado». Casares Quiroga dimitió y fue sustituido por Diego Martínez Barrio, que también fracasó, lo que hizo que Azaña nombrara presidente a José Giral, que acabó «rindiéndose a los revolucionarios armados, que llevaban la mayor parte de la fuerza, la revolución y los asesinatos en masa».
Considera Payne que Azaña y Casares Quiroga «fueron los más culpables por no haber llevado a cabo a tiempo la política de conciliación con los militares».
Este historiador asegura que los españoles aprendieron la lección de aquella tragedia fratricida, como demostró la Transición. Aunque en el siglo XXI «hay un pacto de olvido y se evita hablar de la historia para no introducir otros elementos de discordia, se mantienen muy vivo su conocimiento evitar volver a ella».
Ante la actual crispación política, asegura Payne que «no habrá otra guerra civil». «Habrá mucha discordia, lucha política y lenguaje insultante, pero no otra confrontación bélica porque los factores como la división total, el recurso a las armas y el caos internacional no existen». «Pero habrá mucha gente que se porte como si no hubiera aprendido nada de la historia», advierte.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.