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MIGUEL LORENCI
Viernes, 27 de noviembre 2015, 23:54
Apoyándose en el pasado, Ingres fue el gran impulsor de la pintura moderna. Esta es la tesis de la histórica muestra que el museo del Prado dedica a Jean-Auguste-Dominique Ingres (Montauban, 1780 -París 1867), uno de los pintores más influyentes de la reciente historia del arte. Un genio del dibujo y el color, un gran maestro del retrato que no desdeñó ningún género, osado renovador del desnudo y la composición y sin cuya aportación sería imposible comprender a Picasso, Matisse o Dalí. «Ingres plantó la semilla de la modernidad y del arte contemporáneo», afirma Carlos González Navarro, uno de los dos comisarios de esta excepcional muestra que la reina Letizia inaugura el próximo lunes 23 y que se abre al público el martes 24. Es la primera gran retrospectiva que se dedica en España al genio de la pintura del XIX, de quien no hay una sola pieza en las colecciones públicas españolas.
Ni una de las más de sesenta obras que reúne el Prado se había visto antes en España. Estarán aquí hasta la primavera próxima gracias a la generosidad del Louvre y otros grandes museos y colecciones belgas, inglesas, italianas y norteamericanas. Es un apasionante viaje por el poliédrico y germinal universo de Ingres jalonado por dos autorretratos: el de un pintor joven y arrogante que expresa en 1804, con 28 años, su admiración por Rafael con el que se abre el recorrido, y el de un Ingres maduro y severo, que con 78 años, en 1858, ha impuesto su maestría tras vencer críticas feroces, que cierra la muestra. Un artista reconocido que ha culminado su viaje del clasicismo y el academicismo a la modernidad huyendo de cualquier clasificación y abriendo sendas que transitarán los grandes de la vanguardia del siglo XX.
Es un recorrido cronológico y temático con hitos como 'La gran odalisca', el 'Retrato del señor Bertin' o 'El baño turco', joyas de la historia del arte y termómetros de la genialidad de su autor. «Picasso se basa en 'El baño turco' para 'Las señoritas de Aviñón', Dalí se inspira en Ingres para sus icónicos retratos de Gala, e Ingres fue una referencia para Madrazo, su discípulo español, para Matisse, Man Ray o Picabia», apunta Miguel Zugaza. Para el director del Prado, Ingres es «el último gran discípulo de Rafael, uno de los pintores más universales de Francia y una de las cimas de la pintura universal».
«Miró hacia el pasado pero inició una aventura excepcional», coincide Vincent Pomarède, conservador del Louvre, comisario también de la muestra y toda una autoridad en Ingres. «Es uno de los mayores dibujantes de la historia, un genio del color, innovador del retrato y reinventor del desnudo mediante unas obras que tienen algo musical y con las que trata de hacer melodías», apunta Pomèrede. Destaca cómo Ingres, enemigo acérrimo de Delacroix, supo tornar en innovación una admiración por Rafael -«su Dios»-, David y Leonardo que le anclaban «en apariencia» al clasicismo de corte académico. «Nunca es estático, académico y frío; es un innovador dinámico, apasionado y constante», resume el experto francés.
La estrella de la muestra es 'La gran odalisca', uno de los desnudos más seductores, atractivos e influyentes de la historia de la pintura. Es la segunda vez que esta legendaria tela, fundacional del arte contemporáneo y reinterpretada sin descanso, sale del Louvre en el último siglo. «Ingres casa en ella el deseo platónico y la sensualidad carnal para mostrar a una mujer desnuda sin ningún pretexto, por pura sensualidad y en un ejercicio de placer. Es uno de los grandes desnudos de la historia de la pintura», explica Carlos González Navarro, rendido a la «sensualidad desordenada» de la tela que Picasso tuvo por un «ideal de belleza».
Caroline Murat, hermana de Napoleón y reina de Nápoles, encargó a Ingres que pintara en 1813 una pareja de sensuales damas. 'La gran odalisca' y una 'Bella durmiente', que no se conserva. Ingres reconoció que la modelo de su odalisca no era Caroline Murat, y que quiso hacer un homenaje a la 'Fornarina' de Rafael, con un turbante a modo de pañuelo. Presentada en el salón de París de 1819, fue rechazada por obscena y condenada por su escasa precisión anatómica. La elogió Luis XVIII, pero la compró un riquísimo banquero y pasó después a manos de un aristócrata que la mantuvo en su colección hasta su muerte.
Distorsiones
En 1899 se integró en la colección del Louvre, que desde 1907 la exhibió al lado de otro desnudo histórico, la 'Olympia', de Manet, que también se pudo ver en el Prado. Desde entonces solo abandonó el museo parisino para viajar a Roma en 2003. Sus distorsiones anatómicas dieron pie a curiosos debates al constatar que Ingres pintó tres vértebras de más y el movimiento feminista la adoptó como imagen para sus reivindicaciones.
Igual de influyente es 'El baño turco' (1862), puente hacia el cubismo que Picasso inauguraría con sus damas de Aviñón. Ingres trabajó durante media vida en esta singular tela circular que recrea un harén y se rinde al atractivo del tema lésbico en el mundo romántico. Según Javier Barón, conservador del Prado, es «el testamento del desnudo» de Ingres y se la tiene por el epítome de la contemplación sensual de la feminidad que revisa la exposición.
La muestra incluye retratos míticos como el de 'La condesa de Hau-ssonville' o 'Napoleón I en el trono imperial', pero para los comisarios la genialidad de Ingres brilla en el de Louis-Francois Bertin, otro referente de la historia del arte que cede el Louvre.
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