J.M. LEÓN MELIÁ
Lunes, 26 de octubre 2015, 01:03
Memoria, duelo y violencia en el corazón de una familia colombiana: tres ejes sobre los que pivota 'Carta a una sombra', película que la cineasta Daniela Abad levantó en colaboración con Miguel Salazar. La cinta, a partir de libro escrito por Héctor Abad, padre de ... Daniela, a raíz del asesinato de su padre, el doctor Héctor Abad Gómez, se exhibe dentro de Futuro en Español este miércoles en Logroño (20.15 horas, Cines Moderno).
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¿Cómo surge el proyecto de reavivar la figura de Héctor Abad?
La idea de hacer 'Carta a una sombra', no fue ni mía ni de Miguel. El proyecto lo empezaron unos holandeses, que estaban interesados en adaptar el libro 'El olvido que seremos', no a ficción, sino a documental. Le propusieron a mi padre hacerla y él aceptó, a condición de que la codirigieran con alguien local. En ese momento Héctor acababa de conocer a Miguel Salazar y lo propuso como codirector junto a los holandeses.
Y luego se incorpora usted...
La primera vez que grabaron en Medellín, yo estudiaba cine en Barcelona, pero estaba de vacaciones en Colombia y les ayudé en la producción, coordinando las citas con mis tías y familia. De esta manera, pude estar detrás de la cámara y asistir a las entrevistas y algunas filmaciones. Después de unos días empecé a tener la sensación de que tenía que ayudar en la película. Cuidar, por así decirlo, a mi familia. Sentía que la mirada de los holandeses era muy alejada, demasiado extranjera, para llegar a comprenderlos a fondo. Sin embargo, aunque me sentía culpable de no participar, no dije nada, pues ya el equipo estaba formado y yo vivía lejos. Luego, el matrimonio entre Miguel y los holandeses no funcionó y Miguel y yo decidimos codirigir juntos la película. Esperamos a que yo terminara la carrera y en ese tiempo nos dedicamos a la investigación, al trabajo de mesa, al archivo. Cuando volví, después de un año, empezamos a grabar.
¿Siempre pensó en recurrir a la familia y amigos más íntimos para trazar el perfil de su abuelo?
El documental está inspirado en el libro que escribió mi padre, por lo tanto queríamos usar sus mismos recursos. Uno de los más evidentes es que se trata de una historia íntima, familiar. Por eso, desde el principio, supimos que debíamos usar los mismos personajes que aparecen en el libro y tener los mismos protagonistas: Héctor Abad Gómez y Héctor Abad Faciolince. Además teníamos una carta a favor: se trataba de mi familia, por lo tanto el acceso a las entrevistas era fácil y las conversaciones iban a ser mucho más distendidas de lo que serían si se tratara de un desconocido. Decidimos que, añadido a la familia, habían otros dos personajes que eran fundamentales para completar la historia: Silvia Blair, la alumna predilecta de mi abuelo, y Carlos Gaviria, su amigo y único sobreviviente a esos años de violencia. Carlos era un humanista, la figura más parecida que teníamos en la actualidad de Héctor Abad Gómez.
La palabra 'carta' parece una plegaria al padre injustamente asesinado por sus ideas liberales.
El título de la película surge de una frase que aparece en el libro y con la que se concluye el documental. En 'El olvido que seremos', mi padre dice que la paradoja más grande de su vida es que todo lo que ha escrito, lo ha escrito para alguien que no puede leerlo y ese mismo libro no es otra cosa que la carta a una sombra. Es decir, la carta de un hijo a su padre asesinado. Desde el principio nos pareció un excelente título, no sólo porque aparecía en el libro, sino porque de alguna manera nosotros también le estábamos escribiendo a Héctor Abad Gómez, una carta, que una vez más, no iba a tener respuesta. Indirectamente, era una carta a sus asesinos, y al espectador, para que conociera la historia y pudiera trasmitirla.
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Su abuelo, Abad Gómez, era un avanzado de la salud pública, preocupado por los desfavorecidos.
La salud pública era su obsesión. Hoy esta es una rama que, por lo menos aquí en Colombia, no tiene mucho prestigio entre los médicos. Si eres un médico egresado y te especializas en salud pública, la gente deduce que no tienes la capacidad de acceder a una especialidad más difícil, como la medicina interna, la dermatología o algo por el estilo. Creo que él logró, al menos por un tiempo, que la salud pública fuera importante. Gracias a él ahora existe la Facultad Nacional de Salud Pública de la Universidad de Antioquía. Consiguió por ejemplo, poco después de que terminara la carrera, que en Medellín se hiciera el primer acueducto que tuvo la ciudad.
¿Qué otros méritos destaca de la labor profesional de su abuelo?
Organizaba jornadas en las que iba a los barrios más pobres de la ciudad y revisaba cómo estaba la gente y sobre todo los niños. También se fijaba en los animales: según él, por ejemplo, si los perros estaban flacos quería decir que la población en la que vivían tenía poca comida, pues no tenía ni sobras para darle a las mascotas. Mi abuelo era obsesivo con las vacunas y organizó las primeras campañas de vacunación. Trajo la vacuna contra la poliomielitis al país. Se inventó algo que no sale en la película, pero que fue muy importante, como las Promotoras Rurales de Salud: mujeres de barrios y pueblos, a las que él les enseñaba conceptos básicos en salud, para que pudieran cuidar a la gente en lugares donde no siempre había un médico. Les enseñaba por ejemplo cómo cuidar una deshidratación, cómo poner una inyección, cómo identificar algunas enfermedades mediante sus síntomas... También se inventó algo que aún existe en Colombia: el año rural. Un año en el que los médicos, antes de graduarse de la universidad, deben practicar la medicina durante un año en un pueblo, para que sean conscientes de las realidades de su propio país. En fin, hacía millones de cosas, se le ocurrían montones de ideas. Era hiperactivo y entusiasta. Y era docente. En sus clases enseñaba salud pública y llevaba a los estudiantes a los barrios, a las cárceles, a los tugurios... Esto lo volvía, a los ojos de los otros, alguien peligroso. Les mostraba demasiado a sus alumnos. Además la salud pública es, en la medicina, quizás la rama más cercana a la política, con la que tiene que enfrentarse constantemente. Y esto obviamente tampoco gustaba.
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Sin embargo, no tuvo el reconocimiento científico que merecía...
De esto no estoy segura. Creería que sí. Mi padre y mi abuela siempre dicen que a Héctor Abad Gómez no se le dio el reconocimiento que merecía. Era, sin embargo, conocido en Medellín y aún ahora, también gracias al libro, es un nombre que a la gente por lo menos le suena, aunque en muchos casos no sepa qué haya hecho concretamente por el país.
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