paola aragón
Sábado, 18 de julio 2015, 07:48
Francisco de Goya no era un pintor oscuro. Francisco de Goya pintaba los sueños, la invención. Y lo hacía a todo color. El Museo del Prado de Madrid ha querido hacer justicia a uno de los artistas plásticos más importantes de la historia, al que ... se suele tildar de apagado u oscurecido, casi lúgubre o tenebroso.
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La restauración del cuadro 'La era' (1786), uno de los cartones para tapices del pintor español, forma parte del proceso de renovación que el Museo del Prado ha llevado a cabo en diez salas de pintura española del siglo XVIII. En palabras del director del museo, Miguel Zugaza, los cambios "han liberado los corsés historiográficos a los que se somete a Goya" y este cuadro, una vez restaurado, constituye un instrumento perfecto para desenterrar la faceta más cromática -y silenciosa- del pintor, al haberse eliminado las densas capas de barniz de resina natural que cubrían su superficie y habían provocado una fuerte oxidación que lo ensombrecía.
La restauración, además, ha sido posible gracias al buen estado de conservación en que se encontraba la pieza, ya que muchos otros cartones se guardaron enrollados, y esto habría sido fatal para 'La era', a la que, por sus características, habría provocado daños irremediables.
De entrada, las dimensiones colosales (2,76 x 6,41 metros) del cartón -que así se denomina a las pinturas destinadas a convertirse en tapiz, a pesar de estar realizadas sobre lienzo, ya que es un modelo que procede de los bocetos para frescos y antiguamente sí se pintaban sobre el material homónimo- son el primer indicio de la grandiosidad de la obra.
El cuadro abarca una pared entera al fondo de la sala en la que está situado, y antes incluso de traspasar la puerta, al espectador le inunda "la gran variedad de recursos pictóricos, la diversidad de pinceladas, de texturas, el equilibrio" que caracterizan a "la obra más compleja de la colección de cartones", según explica Almudena Sánchez, restauradora del Museo.
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Ya de cerca, comienzan a emerger los detalles impredecibles, aparentemente insignificantes que, sin embargo, son esenciales para lograr esa excelencia que Goya consiguió materializar con sus pinceles. Tanto técnica como simbólicamente, el lienzo ofrece un arsenal desbordante de matices que pueden mantener al público inmerso en él, contemplándolo durante horas hasta llegar a desentrañarlos todos, si es que lo consigue.
Manuela Mena, jefa de Conservación de Pintura del Siglo XVIII y Goya, señala la importancia que se daba en aquella época a "la invención" de los pintores, que, dentro del marco de lo que se les encargaba, procuraban hacer algo distinto, algo inventado, de su propia cosecha.
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Mena indica la síntesis que Goya lleva a cabo en 'La era' para cumplir este objetivo: la influencia matemática que deriva en una composición triangular perfecta con los niños como eje; el caballo en primer término que mira fijamente al exterior, en referencia a Rubens; los borrachos a la izquierda de la pieza, herencia de Velázquez; y el gran peso de la Antigüedad Clásica con elementos como el hombre tumbado, que recuerda a Tiziano. Todo ello, mezclado con lo que Mena califica como "su gran conocimiento de la humanidad", culmina en la creación de un mundo goyesco, original y único.
Por su parte, Sánchez cuenta que la restauración ha permitido distinguir "las nubes claras y algodonosas", y se puede "ver la luz propia del cielo de verano; los delicados tonos rosas del castillo, o los grises evanescentes que lo sitúan en la lejanía", explica. También la transparencia del vaso de vino, con un trabajo de la luz envidiablemente ejecutado a través de "dos pinceladas rojas concretas y certeras"; y, sobre todo, las singularísimas expresiones de los personajes.
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El marco que se ha colocado alrededor del cuadro tampoco ha sido elegido de manera aleatoria, sino que representa un modelo clásico, en color dorado, que ni resta protagonismo, ni deja de estar a la altura del cartón.
'La era', que encarna el verano, forma parte de una colección de trece tapices sobre las Cuatro Estaciones que debía ser colgada en las paredes del palacio de El Pardo por orden de Carlos III. La muerte del rey hizo que el encargo no llegara a cumplirse, y El Prado solo conserva once cartones del proyecto. En lo referente a la temática, el cuadro muestra una escena que, a pesar de tener ese aliño de invención, pretende seguir "la idea ilustrada de valorar al pueblo", como cuenta Mena, incorporando la vida diaria a la decoración de las residencias reales.
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