Antonio Paniagua
Domingo, 31 de mayo 2015, 08:27
Su vida es apasionante, agitada y llena de contradicciones. Bartolomé de las Casas (1484-1566) protagonizó cincuenta años cruciales del siglo XVI, aquel tiempo en que la monarquía hispánica emprendió la conquista y colonización de América. Su obra se presta a interpretaciones dispares, de suerte ... que es reivindicada por unos y vilipendiada por otros. Fue un hombre incansable, que denunció las «tiranías» y «latrocinios» de los conquistadores y que defendió con vehemencia a los indios. Por un lado abogó por la condición de vasallos libres de los nativos, pero por otro llegó a pedir la importación de esclavos negros a las colonias, si bien es cierto que luego se arrepintió de ello.
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Bernat Hernández, profesor de Historia Moderna en la Universidad Autónoma de Barcelona y autor de una biografía reciente editada por Taurus a iniciativa de la Fundación Juan March, cree que se ha abusado de la figura del clérigo para postular tesis contemporáneas de un hombre que vivió a caballo de los siglos XV y XVI. «Bartolomé de las Casas no fue un caso excepcional, perteneció a un nutrido grupo de frailes, juristas y teólogos que también ejercieron de protectores de los indígenas». Hijo de mercaderes, conquistador, encomendero, fraile, capellán militar, proyectista de sistemas de civilización, obispo, político, teólogo y jurista, entre otras cosas, Bartolomé de las Casas era un hombre de múltiples caras. «Es muy difícil acercarse a su personalidad, por lo que debe evitarse cualquier tipo de reduccionismo, porque sus ideas, aisladas, pueden ser objeto de críticas furibundas o halagos sin fin».
El clérigo concita a veces juicios severos, pues es considerado por muchos como el padre intelectual de la leyenda negra de la España imperial debido a sus invectivas contra el exterminio de indígenas. De drásticos principios morales, De las Casas fue también hábil manejarse con soltura en los círculos de poder. «Supo moverse muy bien entre las facciones cortesanas. Era una persona con gran poder de convicción y persuasión, se entrevistaba con reyes y papas». No en balde, trató con tres monarcas (Fernando el Católico, Carlos V y Felipe II), lo que permitió la aprobación de leyes reformistas que inspiraron siglos después a los preconizadores de los derechos humanos. «El dominico ofrece instrumentos para aproximarse al distinto, al otro, ideas que son muy originales en su época, aunque no exclusivas. Lo que hace grande su figura es que dedicó también tiempo a los nativos anónimos».
Al margen de los estereotipos, Bernat Hernández le califica como «el primer hombre atlántico». No en vano hizo diez viajes transatlánticos entre la Península y América y realizó expediciones a las Antillas y Nueva España, a tal punto que se calcula recorrió 22.400 leguas en barco, en carro, a caballo y a pie. Es decir, el clérigo podría haberse pateado 100.000 kilómetros, lo que empequeñece la figura de Colón.
Llegó al Nuevo Mundo en 1502, a los 18 años, como hombre de armas con afán de hacer fortuna. Logró el estatuto de encomendero y tuvo a su cargo indios esclavizados y tierras. Pero, como otros hombres de su tiempo, sufrió una crisis de conciencia e hizo suya la causa de los indios. «Su denuncia de la conquista de Indias es inteligente, tanto por los argumentos que emplea como por los medios que usa para presentarlos. Son famosos sus exageraciones, hipérboles y sobrepujamientos que utilizaba para convencer al auditorio».
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Antepuso la evangelización a la ocupación por las armas y, como hombre de Dios, no dudó en invocar el uso de los sacramentos como arma de presión contra quienes no devolvieran sus bienes a los indios. En su 'Confesionario', propugnaba un sistema especial de penitencia para conquistadores, encomenderos y comerciantes de armas. En muchos casos llegó a exigir la reparación de los daños, bien en vida o mediante cláusulas testamentarias.
Para el historiador y autor de la biografía, De las Casas peca de un «rigorismo moral» y un «dogmatismo» que contrastan con la moderación de Francisco de Vitoria. Lo cierto es que sus tesis encontraron adeptos, hasta el punto de que el conquistador Francisco de Fuentes sumió a su familia en la miseria para restituir a los indios el patrimonio expoliado y lograr así la absolución.
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