Miguel Lorenci
Domingo, 29 de marzo 2015, 07:29
Su apellido ensombrece y niega su nombre. Déco procede de la voz francesa decoratif y denomina la fascinante explosión creativa en el París de los felices veinte. Pero la palabra se volvió contra el arte que describe, de extrema belleza y oscura leyenda. Al extremo ... de degradarlo a la categoría de arte menor e invitar a despreciarlo como meramente decorativo o artesanal. De negarle su espacio en la historia del arte, en los grandes museos y en la apreciación crítica.
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La Fundación Juan March reivindica ahora la crucial importancia de aquella efervescencia creativa que iluminó la modernidad durante todo el siglo XX, y que se quiso arrinconar como el kitsch contemporáneo. Lo hace con una exposición más que atractiva concebida para reparar una injusticia. Reúne 350 obras de un centenar largo artistas, conocidísimos o anónimos, que muestran el esplendor de un arte vigoroso eclipsado por las vanguardias y el puñado de potentes ismos con los que convivió, y tildado de superficial y de producto de consumo.
«El art déco, difícilmente definible, es como un complejo perfume con notas del cubismo, de África, Egipto y Oriente, del Neoclasicismo, el art nouveau o la Sezession vienesa, y quiere ser alternativa a la vanguardia», apunta Manuel Fontán, comisario junto al gran especialista Tim Benton, de la primera muestra que se dedica en España al déco, llamado «el último estilo total» o «cubismo domesticado». Es la primera fuera de un museo generalista o de artes decorativas y en una institución como la March, centrada en el arte moderno, «que el déco anticipa».
Un mítico automóvil de carreras como el Amílcar de 1926, el eterno frasco de perfume de Chanel nº 5, los atrevidos vestidos las flappers de la misma firma, los suntuosos muebles de Herbst, Ruhlmann o Subes para los magnates de la era Gatsby, la fascinación por la velocidad, las máquinas, los grandes trasatlánticos como el Normandie o por edificios joya como el Chrysler de Nueva York o la arquitectura de Metrópolis de Frizt Lang, conviven en un espacio en el que se respira el burbujeante y seductor espíritu déco.
El gusto moderno. Art déco en París, 1910-1935 se organiza en ocho secciones que muestran la evolución de un fenómeno «tan fascinante como poco conocido», y que desde un arranque un tanto cursi acaba anticipando y modelando la modernidad. Pintura, escultura, mobiliario, moda, joyería, perfumería, cine, arquitectura, vidrio, cerámica, laca y orfebrería, además de tejidos, libros, fotografías, dibujos, planos, maquetas, carteles publicitarios y revistas, se combinan en reconstrucciones y recreaciones que testimonian «el gusto moderno y el aire de un tiempo tan difícil de captar como presente en nuestra cultura contemporánea», apunta Fontán.
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Buena parte de las obras son piezas muy valiosas y poco conocidas de autores célebres, de vasijas y joyas de Lalique o Cartier a fotos de Man Ray. Proceden de más de 50 colecciones públicas y privadas de Europa y Estados Unidos. Las hay igualmente valiosas, pero de autores menos conocidos.
Con su brillante acúmulo de belleza extrema, la exposición critica la expulsión del art déco de la historia del arte moderno, el desinterés crítico y el olvido de conservadores de museos y comisarios de exposiciones. A partir del revival déco de los años setenta, reivindica además de su obvia belleza «el interés y la complejidad cultural y artística de su carácter moderno».
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Más de 120 creadores
En total son 122 creadores, artistas-decoradores, diseñadores, modistos, interioristas, arquitectos, artesanos, joyeros, cineastas, fotógrafos o escenógrafos a través de cuyas obras se articula una indagación en los orígenes del art déco en el París de la primera década del siglo XX.
Revisa el cubismo como una de sus fuentes, con piezas estelares de Braque, Picasso o Gris junto a otras de Léger, Delaunay o Lipchitz y ofrece una panorámica del lujo y la funcionalidad de los interiores franceses de los años veinte. Con la Exposición Internacional de Artes Decorativas e Industriales de París en 1925 el déco se universaliza. Se aprecia en la selección de preciosos objetos concebidos para el consumo más selecto y la creación de nuevos hábitos sentimentales, ornamentales e intelectuales. Una selección que permite calibrar el efecto del art déco sobre la moda, la perfumería, los complementos y los objetos decorativos durante los años veinte y treinta.
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