Juanita Somalo posa en su casa.

Paisaje con figuras (y La Rioja al fondo)

El periodista Emilio Gancedo publica 'Palabras mayores', un viaje a través de la memoria rural de España que incluye el retrato de la riojana Juana Somalo

Jorge Alacid

Martes, 10 de marzo 2015, 22:18

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Juana es Juana Somalo, protagonista de uno los más emocionantes episodios que alberga el libro 'Palabras mayores', cuyo subtítulo ('Un viaje por la memoria rural') aclara al lector que en este volumen encontrará, gracias al buen olfato y mejor estilo del ... periodista Emilio Gancedo, ecos del Cela que una vez atravesó la Alcarria y la huella del paseante Labordeta con su país en la mochila reviviendo un mundo en decadencia: la España ajena a las grandes ciudades. La España donde habitan legendarias figuras como esta mujer, cuya exagerada vida pespuntea el capítulo dedicado a La Rioja con su innata capacidad para el relato oral que le permite rememorar las vicisitudes de su infancia en Logroño, su regreso a Brieva, el drama de la Guerra Civil y el drama también mayúsculo de los pueblos despoblados primero y abandonados después. Un abrumador despliegue del chispeante ingenio de una anciana que se confiesa «a medias» (le falla la visión de un ojo, el oído de un lado y perdió hace tiempo medio riñón), pero que sólo precisa esa mitad de sí misma para alcanzar mayor lucidez que muchos seres humanos de una pieza.

Juana Somalo, parada y fonda del viajero Emilio en sus andanzas por una España que se resiste a perecer entre la modernidad mal entendida. La hija del serrano que pretendió mejor fortuna en las salitreras chilenas de Iquique y retornó a casa con su sombrero de jipijapa y un enorme baúl más o menos igual de pobre que cuando dejó Brieva. Juanita, cuya voz cruza por los pliegues del recuerdo donde todavía se percibe el aliento del país que fue o el país que pudo haber sido. De ese fermento rescata el autor de 'Palabras mayores' al extremeño Francisco, un paisano de Las Hurdes a quien se le aparecen humanoides mientras recoge leña por el monte. O el menorquín Pau Bosch, aún maravillado por su primer encontronazo con ese fenómeno llamado turismo cuando tal cosa ni siquiera existía: unos extranjeros bañándose en un mar que Pau creía sólo para él. O la Castilla que perece pero que siempre vuelve de la mano de gente como este Exuperio, antiguo cura, sastre fallido, campesino de oficio y boticario por afición. O, de nuevo, nuestra Juanita, quien conserva como una alhaja el ejemplar de Episodios Nacionales que salvó de la trágica fogata donde acabaron al estilo nazi los libros de su maestro de Brieva, don Alejandro Ruiz Pascual. «No lo mataron, pero lo murieron», le cuenta al visitante. Brillante frase.

Juana Somalo, quien debe su formidable instrucción a un antiguo pariente, oficial de la Guardia Civil en cuyo hogar logroñés residió cuando bajó de Brieva para curarse la vista, sigue siendo hoy esa niña que se admiraba de las filigranas de forja en los balcones de la capital, henchidos de claveles. La niña que pronto aprendió de memoria los versos de Espronceda, la niña boquiabierta ante la biblioteca de aquel Pigmalión con tricornio, a quien aún añora: «».

El precio de todos

Juana Somalo, nacida en 1921, el año en que voló el autogiro de Lacierva, el año en que Hitler asciende al poder y se crea el Partido Comunista de España, sorprende con su sagacidad, fruto de su voracidad lectora, que le permite regalar perlas como éstas al viajero: «». Juanita, habitante casi solitaria de un territorio que pronto tal vez desaparezca: la España rural y casi desértica, de la que huyeron sus pobladores y todavía siguen huyendo, pese a privilegiadas salvedades (que las hay, y en el mismo Brieva). Un país en fuga que se extiende por los mil rincones que durante medio año cruzó el autor del libro, el país donde se oyen los tambores del Teleno, las tierras míticas de la Maragatería y patria de Maxi Arce, donde las truchas se pescan a mano; la casita murciana donde reside el peculiar Joaquín, a quien sin embargo llaman Guillermo, memoria viva de un extinguido mundo de bancales y ramblas; las serranías de Granada donde un hombre llamado Progreso, nada menos que Progreso («Mi padre no sabía firmar más que con el avisa que en su casa no faltaba la luz: «».

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Una España en retirada, en fin. La España que languidece entre las brumas del recuerdo que Gancedo ha recopilado para que alguien hable de ella cuando haya muerto. Para que un día rebroten por Brieva nuevas chiquillas como esta Juanita que un día fue también una cría abrillantada por el oro de la cultura libresca, cuyo perfume todavía conserva como el tesoro que es: el oro de la educación. La buena educación que entronca con la raíz del saber popular, cuando en los pupitres y en la calle se estudiaban como letanías laicas estas coplas que otros riojanos como ella tampoco olvidan. Ripios aprendidos en papel de envolver. .

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