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Claire de Montlivault posa con una de sus retratadas
Próxima estación… Claire

Próxima estación… Claire

Una artista parisina retrata a contrarreloj a los pasajeros de la línea 4 del Metro de Madrid

José Antonio Guerrero

Domingo, 8 de febrero 2015, 07:23

Claire se atrinchera en un rinconcito del tren. Saca sus pinceles y alza la vista oteando el horizonte de rostros serios que se extiende a lo largo del vagón. En unos segundos ha elegido su pieza. El tiempo empieza a correr. Busca algo especial. Miradas. Sobre todo miradas que le conmuevan. Pero la chispa puede saltar en la sencillez de unas manos o en algo tan poco prosaico como unos mocasines negros. Pinta a toda prisa. El azar dirá de cuántos minutos dispone antes de que el modelo desaparezca porque ha llegado a su destino. ¿Se bajará en esta parada? ¡Bien, no lo ha hecho. Puedo seguir! ¿Y en la siguiente? Por favor, que no lo haga. Todavía no. Esa lucha contra el tiempo, esa presión, determina su forma de pintar. Verla en acción es un espectáculo. Concentrada como un depredador, el trazo se mueve firme, veloz, ajeno al baqueteo de los raíles. Sus pupilas laten a toda velocidad en medio de ese combate por atrapar el instante preciso y plasmar en su cuaderno la emoción que le transmite ese pasajero fugaz del que solo desea que no se baje en la próxima.

De Pinar de Chamartín a Argüelles. De Argüelles a Pinar de Chamartín. Y vuelta a empezar. 23 estaciones que dibujan los 16 kilómetros de la línea 4 del Metro de Madrid. Durante tres horas al día es el estudio móvil de Claire de Montlivault (www.cdemontlivault.com) ( París, 1971). La artista francesa ha encontrado aquí, a doce metros bajo tierra, la inspiración para pintar a la gente normal y corriente con la luz que le dicta el corazón. En Viena, donde vivió hasta desembarcar en España, paseaba sus pinceles por los bares y los viejos cafés, retratando a una clientela ecléctica.

En su pulsión artística siempre ha buscado a gente auténtica, sin aderezos, rostros sin trampa ni cartón, de los que te cruzas en el barrio por la mañana cuando llevas a los niños al colegio. Por ese fondo gris, feo y hostil discurre la vida real a la que Claire ha sacado brillo con su paleta de colores.

Sus lienzos son un espejo de esa geografía humana que cada día se sube y se baja del suburbano madrileño dejando ahí dentro frustraciones, lágrimas y esperanzas y sueño y aburrimiento también. Hay miles de personas y miles de miradas; solo hay que buscarlas. Todas transmiten algo, pero hay que mirar profundamente en los ojos de las personas para captar lo que llevan dentro, cuenta la artista, que ha residido en varios países (Francia, Italia, Estados Unidos, Austria) antes de recalar en España con su marido y sus tres hijos hace ya seis años. Aquí, dice, ha encontrado su sitio y su estilo.

Vencer el miedo

Claire, que estudió artes gráficas en la prestigiosa escuela parisina de Penninghen, se tomó su tiempo antes de emprender esta aventura entre túneles. La empezó a pergeñar un buen día de hace tres años cuando, sentada en una parada del metro de Madrid, se fijó en un hombre que pasaba a su lado. Vi su mirada y pensé: qué pena que no tenga aquí mis pinturas para captar esos ojos. Y luego me pregunté: ¿Y por qué no lo hago?.

A la mañana siguiente agarró su cuaderno y se metió en la boca del metro, aunque de puro nerviosismo fue como meterse en la boca del lobo. Durante dos años y medio la paciente Claire se limitó a sentarse en el mismo vagón, observar a los pasajeros, estudiar sus rostros, tomar notas, calcular tiempos siempre con la idea de cómo podría dibujar a un viajero en un par de estaciones. De aquella experiencia viene esa curiosa percepción temporal de contar por paradas la duración de sus retratos. No dice Este me llevó un cuarto de hora sino que habla de cuatro o cinco paradas. Antes de empezar a pintar a la gente, se aplicó en vencer el miedo. Es que te expones mucho, tus barreras de seguridad desaparecen, te presentas un poco desnuda. Con el paso de las semanas y de las estaciones Claire aprendió a hacerse invisible. Eso sí que fue un arte.

Tres meses ha estado dibujando a los usuarios de la línea 4. Con prisa y sin pausa. A la caza de un rasgo, una mirada, unas manos que le inspiren. Se lanza a por ello y no para hasta que se abren las puertas del vagón y su modelo, que durante unos minutos ha sentido la rara ilusión de la fama, desaparece entre la multitud que marcha cansina por el andén. Ahí ya deja de ser único y pasa a ser uno más. Pero ha quedado grabado en el cuaderno de esta francesa, que se siente un poco ladrona por robar el aire noble de ese anciano anónimo o los ojos generosos de aquel niño. Le resulta excitante no saber cuándo el elegido se va a apear, pero también agotador.

¿Y cómo reacciona la gente cuanto te ve?

Muchos se sienten felices y honrados de que alguien les mire de verdad. Suele producirse un cruce de miradas y un imperceptible gesto de asentimiento. Entonces saco mis pinceles y me pongo a trabajar. Se crea una bonita atmósfera, ese ambiente en el vagón me encanta.

Vencer el miedo

Claire acaba extenuada física y mentalmente, pero feliz. En cada sesión rodante puede reunir entre 20 y 25 bocetos. No todos valen, claro. Algunos se quedan a la mitad. Unas cejas, unos zapatos, una cara sin terminar. Cest la vie. En tres meses de trabajo ha podido concluir 92 bocetos, de los que acaba de exponer ochenta en un espacio cedido por el Metro de Madrid en la estación de Retiro. Algunos pasajeros se han reconocido en las pinturas y han buscado a su autora para comprarle el retrato (tiene prohibido vender los cuadros en la muestra).

Cada trabajo se completa con un texto, unas frases con las que Claire expresa con sencillez lo que sintió haciendo ese dibujo. De todos ellos recuerda el de un niño rumano. No dejaba de mirarme. Iba con su madre, pero tenía unos ojos tan tristes.... Pedía a los pasajeros que se apartaran para que le pudiera seguir pintando. Era una mirada sin miedo, como la de todos los niños. Se apeó en tres paradas. Fue generoso, me lo dio todo.

Dejamos a nuestra pintora francesa en su esquinita del vagón. A esta mujer le brilla la ilusión en sus ojos verdes. Será por eso que siempre se baja en Esperanza. La razón es menos poética. Vive en ese barrio. El metro de la línea 4 también para en Goya y luego en Velázquez dos gigantes en el tren de la historia, una pincelada anecdótica para este final de trayecto. Quizá la próxima estación sea la de Claire.

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