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Miguel Lorenci
Jueves, 26 de junio 2014, 17:52
Se le conoce por sus iniciales, como solo ocurre con los muy grandes. Henri Cartier-Bresson, HCB, fue el ojo más sagaz de un siglo XX que sintetizó en «instantes decisivos», vagabundeando por el planeta y retratando con magistral sencillez personajes y situaciones históricas. Alérgico ... al protagonismo, fue una presencia casi imperceptible siempre en el lugar adecuado y el momento justo. Creador tan respetado como huidizo, fundador con Robert Capa de la mítica cooperativa Magnum, el sanedrín de la fotografía, fue a su pesar el jefe de la tribu, el más capaz y respetado de su oficio.
Nacido el 22 de agosto de 1908 en Chanteloup, cerca de París, en una rica familia dedicada al negocio textil, HCB se interesó primero por la pintura. Fracasó tres veces en el examen final de bachillerato y probó suerte en el taller del pintor André Lhote.
Optó por la fotografía tras una estancia en Costa del Marfil, donde captó sus primeras imágenes. El escritor Paul Morand le aconsejó viajar a Patagonia para ver «muy bellas tormentas». Acabó haciendo de la foto «una forma de vivir» y recorriendo el globo tratando de «poner en un mismo punto de mira la cabeza, el ojo y el corazón».
En 1932 expuso en Madrid y Nueva York. Fue testigo de las vísperas de nuestra guerra civil, de la China anterior a Mao o de la evolución soviética post-estalinista. Recorrió la India, el sur profundo de Estados Unidos y sus grandes urbes, el corazón de África, Indonesia, México, Japón, Cuba y toda Europa.
En Estados Unidos conoció al cineasta Jean Renoir. Sería su ayudante en películas como Una fiesta de campo y La regla del juego. Aunque siempre se tuvo por un mal cineasta al que el cine «enseñó a ver», HCB realizó también dos documentales sobre la República y la guerra civil española, Victoria de la vida (1937) y España vivirá (1938), y otro sobre los supervivientes de los campo nazis, El regreso (1945).
Cautivo de los alemanes entre 1939 y 1943, logró escapar y se incorporó a la Resistencia, asociado a un grupo de profesionales que fotografió la Liberación de París. El homenaje póstumo que le rinde el Museum of Modern Art de Nueva York en 1947 -cuando se le creía muerto- le confiere notoriedad mundial a los 39 años. Ese mismo año, con los reporteros Robert Capa, David Seymour -Chim- y George Rodger, funda, sobre la barra de un bar neoyorquino la mítica agencia Magnum, de la que acabaría distanciado.
Retratos y emoción
De Truman a De Gaulle, de Faulkner a Picasso, de Matisse a Giacometti, Braque o al Gandhi en las horas previas a su asesinato, fueron pocos los grandes protagonistas del siglo XX y los acontecimientos históricos que escaparon a la lente de su sigilosa Leica.
Pero HCB fue más que un notario en imágenes. Dotó a sus instantáneas de la fuerza de una pintura sin artificio. Nuca utilizó un flash ni otro objetivo que no fuera un 50 milímetros ni retocó un encuadre en la ampliadora. La luz, las líneas, la sobria composición y la emoción de sus imágenes remueven sentimientos para convertirse en símbolos.
Repartió sus intereses entre reportajes, libros y exposiciones por todo el mundo hasta que en 1972 se consagra en exclusiva al dibujo y la pintura, su vocación originaria. Dibujaba muy rápido. «No se utiliza impunemente un aparato fotográfico como un paquete de nervios durante cuarenta años», se disculpaba. Viudo de Ratna Mohini, contrajo segundo matrimonio con Martina Frank y apenas fotografío escenas de familia. Sólo se autorretrató con los lápices.
Sus imágenes siguen siendo modélicas en las escuelas de fotografía de todo el mundo y nadie discute un magisterio legendario que su muerte no hizo más que acrecentar.
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