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Álex Sánchez
Sumario del caso 'niño pintor' de Málaga: las pistas falsas en las que se perdió la investigación
Crónica negra

Sumario del caso 'niño pintor' de Málaga: las pistas falsas en las que se perdió la investigación

Las 288 páginas del expediente judicial, desvelado por primera vez, contienen avistamientos, pinchazos telefónicos, una supuesta nota de auxilio e incluso un detenido

Juan Cano

Málaga

Lunes, 20 de noviembre 2023, 16:07

Año 1987. La muerte de cuatro jóvenes palestinos en la Franja de Gaza desata la primera intifada. ETA protagoniza su atentado más sangriento, el de Hipercor, con 21 muertos y 45 heridos. El artista Andy Warhol fallece tras una operación de vesícula y empiezan a emitirse los primeros cortos de Los Simpson. Los Reyes de España visitan Sevilla para poner la primera piedra de la Expo'92. La policía todavía usa la máquina de escribir y las calles aún no están llenas de cámaras. En ese contexto, un menor de 13 años desaparece en Málaga. Se llama David Guerrero Guevara. Pero se le conocerá como el 'niño pintor'.

Han pasado 36 años y la investigación sigue encallada en el mismo punto. SUR ha accedido al sumario judicial del caso, un tomo encuadernado de 288 páginas que recoge las principales diligencias que se han ido realizando en todo este tiempo. Es la parte visible del iceberg. En la Unidad de Policía Judicial adscrita a los juzgados, que se encarga actualmente de la revisión del expediente, conservan cinco cajas con los legajos policiales de la época custodiados en secreto bajo el argumento de que es una investigación abierta.

El primer rastro judicial de la desaparición data del 13 de abril, justo una semana después de que a David Guerrero se le perdiera la pista nada más salir de su casa, en la barriada malagueña de 25 Años de Paz, para dirigirse a sus clases de pintura. Se trata de un oficio que la Policía Nacional envía al juez y que ya contiene una primera hipótesis que siempre sobrevoló el caso: «[...] sospechando que el menor no se ha ido voluntariamente, sino inducido u obligado por otra u otras personas, dadas sus cualidades para la pintura y la gran afición que tenía por esta».

En un primer momento y

tal como recoge la primera denuncia de desaparición, se sospecha de un familiar de David.

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tal como recoge la primera denuncia de desaparición, se sospecha de un familiar de David.

En un primer momento y tal

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se sospecha de

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En un primer momento y tal como recoge la primera denuncia de desaparición, se sospecha de

un familiar de David.

Aquella afirmación policial, que a la vista del sumario no es más que una conjetura basada en que mostraba un talento precoz, fue probablemente lo que provocó que a David Guerrero se le conociera por el sobrenombre de 'niño pintor' y que en el imaginario colectivo se asentara la idea de que era un Picasso en potencia. Aquel error de percepción -era un adolescente que sobresalía en la pintura, pero que aún necesitaba tiempo e instrucción para desarrollar esa habilidad- seguramente contribuyó a desenfocar el caso desde el origen.

La declaración oficial de los padres ante el juez data del 12 de noviembre de 1987, es decir, siete meses después de la desaparición. Jorge Guerrero, el padre de David, explicó al magistrado que su hijo no tenía problemas con la familia, ya que todos respetaban su afición por la pintura, «de la que nunca hizo negocio, recibiendo únicamente algún regalo, de vez en cuando, de la familia o amigos a los que pintaba un retrato o similar».

Tres personas aseguraron haber visto a un niño con gran talento para la pintura dibujando en una calle de Lisboa

El padre administraba esos regalos y los destinaba a la compra de material para pintar. También aclaró que durante dos años había estado recibiendo clases en la peña El Cenachero, actividad que alternaba con sus estudios de EGB, a los que tanto él como su hijo daban prioridad. «Quiere hacer constar que, de haber sido inducido por alguien a irse, debe ser alguien de su entorno más cercano, ya que nunca fue un muchacho callejero», recoge la declaración.

Antonia Guevara también mostró al juez su convencimiento de que su hijo no se había ido voluntariamente de casa, aunque no sospechaba de alguien en concreto. «Es un niño muy casero, sin amistades excepto las escolares y dedicado por completo, fuera de las horas de estudio, a la pintura», detalló la madre de David Guerrero.

La policía empezó por solicitar la intervención del teléfono de una persona del entorno de los padres, aunque sin argumentar por qué. Y el juez la concedió también sin justificarlo, lo que se convertiría en una constante en la investigación. Un mes después, los agentes también pidieron pinchar los números de dos vecinos y de Confecciones Sur -donde trabajaba el padre- que habían sido facilitados previamente por la familia a la prensa -ellos no tenían teléfono- y difundidos por los medios de comunicación para canalizar cualquier pista que alguien pudiera tener sobre el paradero de David Guerrero.

El motivo de intervenir esos tres números de teléfono fue que empezaron a recibir en ellos una serie de llamadas extrañas, donde unas veces no se decía nada y en otras ocasiones alguien trataba de imitar la voz del menor desaparecido. La providencia del juez ordenaba que esos números se conectaran al «circuito de llamadas maliciosas de la Compañía Telefónica Nacional de España», que es como se llevaban a cabo los pinchazos en aquella época.

En otro oficio enviado días después, los policías de Homicidios destacaban la «solidaridad generalizada» que había despertado el caso, pero también el «oportunismo descarado con absoluto abuso de la credulidad de las personas, especialmente sometidas a la presión y angustia propias» de una desaparición tan inquietante «por parte de videntes y vividores». El padre y dos amigos comprobaron durante años cada uno de esos testimonios, tratando de investigar en paralelo cualquier información por descabellada que pareciera su procedencia.

A partir de ahí, las únicas pistas que contiene el sumario son las de los avistamientos. La primera con apariencia de fiable llegó a primeros de septiembre de 1987 y apuntaba a Portugal. Un hombre compareció en comisaría para alertar de que, al escuchar en la radio la noticia de la desaparición de David Guerrero, recordó que a finales de agosto, durante un viaje de vacaciones junto a su mujer, vio en una calle de Lisboa a un niño de unos 12 años pintando en el suelo. Él se detuvo a contemplarlo, asombrado por lo bien que lo hacía.

El ciudadano aportó una descripción de aquel crío, al que vio en una calle peatonal que desemboca en la famosa plaza del Comercio. Estaba pintando una virgen en el suelo, lo que acrecentó el interés de los investigadores, dado que la imagen con la que más se ha asociado a David es una foto en la que aparece junto al Cristo de la Buena Muerte, el cuadro que esos días exponía en la galería La Maison, adonde se dirigía la tarde su desaparición (sólo era una parada previa a las clases de pintura en la peña El Cenachero). Cuando los policías le mostraron al ciudadano las fotos de David, el hombre afirmó que la forma del pelo, de la nariz y de la frente podían coincidir. Y matizó que la imagen donde más se parecía al crío que él vio en Lisboa era precisamente la del Cristo.

Esa foto de David junto al Cristo de la Buena Muerte también supuso cierta distorsión en el caso, porque realmente el menor no mostraba un especial interés por el arte sacro, aunque haya parecido lo contrario. Sólo pintó aquel cuadro -lo hizo en un par de horas- porque se lo pidió un amigo de su padre para que pudiera participar esos días en una muestra de pintores malagueños llamada 'Recordando la Semana Santa' como artista invitado.

La pista lisboeta cobró interés porque, además, Portugal no era un lugar ajeno para David, ya que había estado antes de su desaparición en el viaje de fin de estudios. Pero también porque hubo dos personas más que acudieron a comisaría para informar del mismo avistamiento. Uno de ellos aseguró haber visto dibujando en la calle a un crío al que creyó reconocer como David Guerrero. Se acercó a él y le dijo: «Qué bien pintas». El menor levantó la cabeza y no respondió. Pero observó que tenía una mirada «distraída y anormal».

El otro testigo era un dibujante de Lisboa que frecuentaba la rúa Augusta, zona de reunión de «retratistas y pintores en asfalto». En julio de 1987, coincidió que le llamó la atención un chico que aparentaba tener 14 o 15 años y que utilizaba «técnicas cubistas y dibujos geométricos». Cuando pasaba por allí, se quedaba a verlo dibujar, aunque desconocía si era español porque nunca se paró a hablar con él.

Cuando le mostraron imágenes de David Guerrero, dijo que aquella cara «no le era desconocida», aunque no podía asegurar de forma categórica que fuese el crío que vio en la calle. Entonces, los agentes le enseñaron la foto del Cristo de la Buena Muerte. Y el testigo manifestó que le parecía haber visto una imagen semejante pintada en la rúa Augusta por el chico que se parecía a David. Según dijo, desde septiembre dejó de verlo por la zona.

Los tres testimonios coincidentes en el tiempo, el talento del niño de la rúa Augusta, el arte sacro y el viaje previo de David a Portugal contribuyeron a que la policía abrazara con esperanza esa línea de investigación. Los agentes de Homicidios solicitaron una comisión rogatoria -una petición para desplazarse a otro país- y enviaron dos inspectores a Lisboa.

Tras cinco días de «intensas gestiones», concluyeron que los testigos lo habían confundido con otros jóvenes de similar edad por sus características físicas, «los motivos religiosos de su arte y, en algún caso, manifiesta maestría en la ejecución de sus obras», reza el oficio que envió la policía al juez el 9 de octubre de 1987 y que zanjó la pista (falsa) portuguesa.

El avistamiento más importante que contiene el sumario, y que a tenor del sumario no pudo ser confirmado ni descartado, fue el del tren de Barcelona. El 4 de noviembre de 1987, una mujer de Archidona que residía en la Ciudad Condal, acudió a comisaría para informar de que había reconocido a David Guerrero como el menor con el que coincidió en un vagón en las mismas fechas en que se produjo su desaparición.

La mujer explicó que el 30 de marzo de aquel año viajó a Málaga junto a sus hijos, de 6 y 14 años, para acompañar a su hermano, que iba a someterse a una intervención quirúrgica al día siguiente. Según dijo, permaneció en Málaga nueve días, que fue el tiempo que tardó su familiar en recuperarse de la operación, y luego volvió a Barcelona.

La testigo inició el viaje de regreso a la Ciudad Condal la mañana del 9 de abril en un electrotren que le costó 16.000 pesetas. El vagón era de segunda clase. Frente a ella se sentaron dos varones. Uno de ellos era un joven de unos 13 años y el otro, un hombre de entre 55 y 60 años, alto, de complexión fuerte, pelo corto, canoso y peinado hacia atrás, y con entradas bastante pronunciadas. También describió al menor, que iba en chándal y camiseta blanca. Portaba una mochila azul de deporte y ella creyó recordar que en algún momento mencionaron que ahí llevaban «herramientas del niño».

Durante las siete horas de viaje que compartieron en el mismo vagón, el chico se levantó dos o tres veces para ir al baño. Una de ellas su acompañante fue a buscarlo porque se retrasaba un poco. La mujer apreció que la relación entre ellos era la de «amigos o conocidos», pero no le dio la impresión de que pudieran ser familiares porque «no se expresaban con confianza ni hicieron mención a parentesco alguno». A ella le pareció que el menor podía estar «preocupado o pensativo». Incluso, observó «emotividad, teniendo que ser abrazado y tranquilizado por su acompañante», que sí aparentaba estar tranquilo.

Los policías de Homicidios de Barcelona pidieron a la mujer que reprodujera, de la manera más literal posible y en orden cronológico, las conversaciones que escuchó en el tren. Ella pudo apreciar que el menor se expresaba «en castellano con acento andaluz, en tono bajo». Hablaron, dijo, de la «referencia bíblica del nombre de David, que según parece era el del chico», y comentaron que era un nombre «muy bonito».

Recordó la testigo que conversaron sobre el libro de Don Quijote de la Mancha «en referencia al paisaje que se veía desde el tren», al que hicieron alusión «como posible tema pictórico». El hombre le dijo entonces al menor que tenía tendencia a la muerte y que podía buscar temáticas más alegres. Entonces, escuchó al menor pronunciar las siguientes palabras: «No te defraudaré». Cuando llegaron a Barcelona, el hombre se ajustó una gorra estilo marinero, de color oscuro. El chico le preguntó que cuánto les quedaba para finalizar el viaje y él respondió que «una media hora»

Dos semanas después, la testigo supo de la desaparición de David Guerrero en Málaga por mediación de unos conocidos de Blanes, donde ella tenía un apartamento. Para informarse mejor, la mujer compró el semanario de sucesos El Caso y llamó a la redacción de Madrid para comunicar lo que le había pasado en el tren, pero no logró hablar con la persona que cubría el tema. Dejó correr el asunto hasta que volvió a encontrarse con la noticia en el periódico El Día a mediados de octubre, por lo que llamó a su redacción. Esta vez sí pudo informar de la situación que vivió y días después «la Policía de Málaga» contactó con ella.

Los inspectores de Homicidios la citaron el 4 de noviembre para realizar un reconocimiento fotográfico. Le pusieron por delante varias fotos de jóvenes sin que en ellas apareciera indicación alguna sobre su identidad. La mujer las observó detenidamente y señaló en tres imágenes a un chico en concreto (en una estaba él con un grupo de amigos). El menor de las fotos que indicaba la testigo, y que eran distintas a las publicadas en prensa, era David Guerrero. La policía lo consideró un «reconocimiento pleno, con las lógicas salvedades».

Mientras los investigadores trataban de profundizar en la pista del tren de Barcelona, las alarmas saltaron en otro tren, el ferrobús que comunicaba La Coruña y Orense. El 28 de noviembre de 1988 (año y medio después de la desaparición), un hombre acudió a una comisaría gallega para informar de que su hija había localizado, «medio escondido entre los asientos», una tarjeta de invitación de la discoteca Deima, situada en Monforte de Lemos (Lugo), correspondiente al 28 de agosto.

En el reverso de aquel trozo de cartón, podía leerse, escrito a mano con un bolígrafo, lo siguiente: «Mil quinientos ochenta y dos. Necesito ayuda, me han secuestrado, si alguien lee esto que avise a la policía. Me conocen por el niño pintor de Málaga. Por favor, ayuda. Me llevan a Monforte de Lemos. Hoy es día 21-11-88. Este papel lo cogí en la calle. Tras examinar aquella tarjeta, los inspectores del Grupo de Homicidios apreciaron que existía «gran similitud» entre la letra manuscrita en la invitación y la de David Guerrero.

De nuevo esperanzados con el hallazgo, los investigadores remitieron varios textos del joven malagueño junto con la tarjeta a la Sección de Documentoscopia del Servicio Central de Policía Científica de Madrid, donde analizaron trazo a trazo las caligrafías dubitadas (la de la invitación, cuyo autoría se desconocía) e indubitadas (las de David Guerrero). Al compararlas, concluyeron «con claridad meridiana» que el mensaje de auxilio no había sido escrito por el menor desaparecido. Otra pista falsa.

El sumario contiene un informe fechado en el mes de junio de 1989 -ya habían transcurrido más de dos años- donde se abren nuevas líneas de trabajo centradas en el entorno pictórico de David Guerrero, y más concretamente en la academia de pintura de la peña El Cenachero, adonde debía haber llegado la tarde de autos. La policía investigó con detenimiento a un joven que dejó de ir a las clases el mismo día que el menor desapareció. El hombre alegó que eran demasiado caras, algo que a los investigadores les pareció incongruente con abandonar la academia un día 6 con el mes ya pagado. Los agentes de Homicidios subrayaron que su declaración estaba «repleta de inexactitudes» y que, cuando volvieron a citarlo en comisaría, acudió acompañado de un abogado -pese a que le dijeron que era algo voluntario- y se negó a testificar.

En el mismo documento, los inspectores de Homicidios resaltaron que el director de la academia, el pintor José Guevara, que además era primo de la madre de David, «no ha colaborado en la medida de lo deseable», lo que obligó a los agentes a ir identificando, uno a uno, al entorno pictórico del niño, se entiende que sin su ayuda. Además, recuerdan que el artista estuvo investigado durante días porque «se marchó a Madrid, so pretexto de exponer, cosa incierta, según investigaciones, junto a otras personas».

Los agentes, no obstante, se inclinan en el informe por la hipótesis de una fuga voluntaria e inducida del menor. Se apoyan en una «encuesta» realizada en el entorno social de David fuera de las dependencias policiales de la manera más «relajada e intrascendente». Varios coincidieron -según la policía- en percibir un cambio de comportamiento en el menor en las fechas previas a la desaparición. Su mejor amigo contó a los investigadores que últimamente lo notaba «raro y distraído» y que, cuando le preguntó qué le sucedía, él le dijo que «le dolía la cabeza». A otra chica, que también se interesó por su estado, le contó que «le dolía el estómago». También dijo que David le venía dibujando un retrato en sus horas libres y que lo terminó «de forma acelerada» un día antes de su desaparición.

Los policías recogen el testimonio de una compañera de trabajo del padre de David Guerrero que acudió a comisaría y que pidió conservar el anonimato. La mujer relató a los agentes que desde un mes antes de la desaparición venía notando raro al menor y que así se lo hizo saber a su madre mientras pasaban un día de campo con las familias. Antonia Guevara, dijo, le reconoció que así era y acto seguido regañó a su hijo para que se fuese a jugar con el resto, ya que se encontraba «apartado y pensativo».

Los inspectores de Homicidios concluyeron entonces que, por su edad, difícilmente podría valerse por sí mismo, por lo que se inclinaban claramente por la hipótesis de que alguien le habría dado cobertura, «animándolo» a marcharse (lo que a su juicio explicaría el cambio de comportamiento y la alusión a enfermedades inexistentes) bajo la promesa de «un futuro esperanzador» en el mundo del arte.

En 1990, la policía recibió la que durante años fue la pista más sólida del caso. Una camarera de pisos del Hotel Los Naranjos, en el paseo de Reding, acudió a comisaría y contó que en 1987, en la época en que desapareció el menor, se alojó en el establecimiento un hombre de nacionalidad suiza y de unos 50 años. Se llamaba Rudolf Eschmann.

La mujer declaró a los policías que uno de esos días, al arreglar la habitación del huésped, encontró unas fotos de unas chicas de 12 a 14 años, ambas de raza negra, y una tercera imagen, en blanco y negro, de un chico de similar edad. Ella pensó que eran los hijos de Rudolf y le comentó: «¡Qué niños más guapos tiene usted!».

El hombre le respondió que no eran familiares suyos, sino «chicos bellos» -así aparece reflejado en el sumario- que fotografiaba en la calle o en el parque y que solía pedirles su dirección para, después, enviarle las instantáneas tomadas a su familia. Como la policía comprobaría más tarde, al parecer esta era una práctica habitual en Rudolf Eschmann.

La camarera de pisos declaró que el hombre estuvo hospedado en el hotel alrededor de un mes y que, según le dijo, se encontraba en Málaga sólo por turismo. Un día después de ver las fotos de los niños, encontró sobre la misma mesita una servilleta de papel, como las que usan en los bares. Cuando iba a tirarla, observó que tenía una anotación en español que decía «David Guerrero Guevara. Huelín (sic)» seguida de una dirección.

A la mujer le llamó la atención que la servilleta estuviese escrita en un correcto español, pese a que el huésped era extranjero y supuestamente sólo estaba allí de vacaciones. El instructor insistió a la camarera de pisos sobre si estaba completamente segura de haber leído ese nombre. Ella lo confirmó. Incluso aportó un dato más: al día siguiente, al hacer la habitación, encontró la servilleta hecha trocitos en la papelera.

La mujer reveló que, durante su estancia en el hotel, el suizo se ausentó unos días y parece que hizo un viaje a Marruecos, del que trajo una alfombra (al parecer, las coleccionaba) que situó entre la cama de la habitación y el cuarto de baño. Al cabo de unos días, Eschmann le anunció que se marchaba, haciendo alusión a que su hijo había arribado al puerto de Málaga desde Alicante.

La camarera de pisos reconoció que, días después, se enteró en el trabajo de la desaparición del 'niño pintor'. Cuando supo que se llamaba David Guerrero, recordó la servilleta hallada en la habitación del suizo y se lo contó a una compañera, que le aconsejó acudir a la policía. Ella no lo hizo por miedo a mezclarse en un «asunto turbio».

Como no podía «dormir tranquila», confesó lo que había visto a una amiga que era esposa de un policía, quien a su vez la puso en contacto con el instructor del caso, que le tomó declaración el 12 de julio de 1990. Cuando los investigadores terminaron de identificar a Rudolf Eschmann, descubrieron que había fallecido en enero de ese mismo año.

El 3 de agosto, la policía registró el apartamento que Eschmann tenía en la urbanización Lo Cea, en la localidad malagueña de Rincón de la Victoria. Los agentes hallaron en las paredes del dormitorio gran cantidad de fotos sobre papel cartón de niños y jóvenes, así como un álbum con imágenes similares. También encontraron una guía de Málaga editada en 1986, otra de la agencia municipal de transportes con las líneas de autobús, y varias revistas de parapsicología y ufología (disciplina que estudia los OVNIs y otros objetos voladores no identificados).

En aquellas fechas, el caso del 'niño pintor' sumaría el primer y único detenido hasta la fecha. Jean Pierre Eschmann, hijo de Rudolf y en aquel momento usuario del apartamento, fue interrogado en comisaría. Tras comprobar que la persona a la que se refería la testigo era su padre, y que cuando se produjo la desaparición él vivía en Jávea (Alicante), Jean Pierre quedó en libertad, ofreciéndose a colaborar con la policía en todo lo necesario.

Pese a que el principal sospechoso -Rudolf- ya estaba muerto, la Policía Nacional solicitó al juez una comisión rogatoria para desplazarse a Suiza y seguir investigando. El jefe del Grupo de Homicidios y un par de compañeros se desplazaron al país helvético y, junto a sus homólogos suizos, se entrevistaron con la esposa del difunto.

La mujer se mostró completamente escéptica respecto a que su marido, un empresario que había amasado cierta fortuna y amante de la fotografía, pudiera tener cualquier tipo de relación con la desaparición del menor. Aun así, dio acceso a los agentes a todo el archivo fotográfico de Rudolf, que estaba en una especie de gimnasio-sauna-despacho que sólo usaba él y que se hallaba en el sótano de su casa.

Los policías inspeccionaron 14 contenedores de diapositivas que albergaban medio centenar de imágenes cada uno tomadas en España y Marruecos durante el año 1987. Sólo intervinieron seis fotos para «futuras gestiones policiales», aunque en ninguna de ellas aparecía David Guerrero Guevara.

Los investigadores comprobaron que, efectivamente, Rudolf acostumbraba a fotografiar a menores. El motivo, según su hijo, no era otro que la naturalidad con la que los niños posaban, frente al modo impostado en que lo hacían los adultos. La mujer, en su día, aludió a que su marido sufría depresiones porque no aceptaba la idea de ser mayor, de ahí su «innegable» aproximación a la juventud, «con especial preferencia a las mujeres».

El último viaje de Rudolf Eschmann a Marruecos, donde falleció en la ciudad de Fez, abrió para la policía una nueva línea de investigación ante la posibilidad de que se pudiera haber llevado con él al menor. Los agentes lograron identificar a cuatro jóvenes -tres chicas y un chico- con los que Rudolf había tenido relación en aquel país. Los inspectores de Homicidios solicitaron hasta en dos ocasiones una comisión rogatoria a Marruecos para viajar hasta allí y tomarles declaración. Nunca obtuvieron respuesta.

La pista del suizo se volvió aún más inquietante cuando la policía intervino varias fotos de Rudolf Eschmann y las comparó con la obra pictórica del menor desaparecido. En otro informe del sumario judicial, los investigadores destacan el «extraordinario parecido físico» entre Rudolf y la última caricatura que hizo David antes de su desaparición.

El dibujo se lo regaló el menor a Gema Calderón, una compañera de extraescolares que le venía pidiendo desde hacía tiempo que le pintara algo, admirada por la destreza del adolescente. Ella lo conservó en su habitación y, cuando se enteró de que David estaba en paradero desconocido, lo llevó al colegio donde ambos estudiaban, el Divino Pastor, que se lo entregó a su vez a la Policía Nacional.

Las 288 páginas del sumario judicial concluyen con el sobreseimiento provisional del caso decretado el 16 de julio de 1996 ante la ausencia de sospechosos a los que se les pudiera atribuir la desaparición de David Guerrero Guevara.

Para añadir aún más misterio al enigma, la caricatura original apareció en el año 2020 en el domicilio de Gema Calderón (que ni siquiera figura empadronada en esa vivienda). Todavía no se ha conseguido aclarar cómo llegó hasta ahí, ya que formaba parte de las diligencias del caso y, por tanto, debía estar en manos de la policía o del juzgado.

El examen de huellas realizado por la Brigada de Policía Científica no ha podido determinar quién sustrajo el documento y lo depositó en el buzón de Gema Calderón. Lo que sí han podido comprobar los especialistas del Grupo ABIS-Fisonómicos es que, tras examinar toda la obra pictórica de David Guerrero, la caricatura no representa a Rudolf Eschmann. Es decir, si el menor hubiese querido dibujar al suizo, no lo habría hecho de ese modo, lo que diluye la que fue, durante años, la línea de investigación más prometedora del caso.

Un puzzle incompleto

El sumario sobre la desaparición de David Guerrero Guevara, más conocido como el 'niño pintor', es un puzzle incompleto por muchos motivos. Para empezar, porque incluye informes que responden a otros informes que no están incorporados a la causa. Varios mandos del Grupo de Homicidios que trabajaron en el caso aseguran que en aquella época no se documentaban todas las gestiones que se hacían en la calle. Tampoco se informaba puntualmente y por escrito a los jueces, como habitualmente ocurre hoy, ni se justificaban debidamente las peticiones para, por ejemplo, intervenir teléfonos. Bastaba con escribir que era «de interés para la investigación» para que un magistrado lo ordenara.

El letrado Pedro Apalategui, que entre otros muchos asuntos llevó la defensa de Dolores Vázquez en el 'caso Wanninkhof', y que atesora más de 50 años de ejercicio profesional, sostiene que era «lo normal» en una época donde aún no se había hecho la «digestión» de la Constitución. «Hay unos espacios en blanco entre lo que es la actividad policial y lo que debería ser el control judicial que llaman poderosamente la atención desde la perspectiva actual. En aquel momento aún no se entendían los derechos fundamentales y había una confesión policial. El derecho penal era acientífico», explica.

El abogado, que ha examinado el sumario a petición de la familia, observa constantes solicitudes de la policía de intervenir teléfonos «sin la menor motivación». Apalategui añade: «La necesidad de motivar enriquece la calidad de la investigación, porque no basta con decir que es de interés policial, ya que es un derecho fundamental de esa persona, el derecho fundamental a la intimidad. No valen las conjeturas, no valen las opiniones, no vale el razonamiento, sólo valen los indicios, que no acredita la culpabilidad, pero que sí apunta hacia la posibilidad de que estemos en presencia de una buena línea de investigación».

A la vista del sumario, el letrado malagueño critica la falta de dirección judicial en la investigación de la época, lo que condujo a que se dieran «palos de ciego» constantemente. «Muchas de las peticiones policiales se resuelven mediante una providencia, que es una resolución judicial que no necesita motivación, lo que supone una absoluta falta de instrucción que ahora llama poderosamente la atención, pero que en aquellas fechas era habitual. Fue una investigación dirigida policialmente y con un visto bueno del juez. No hay una cabeza que dirija la investigación. La policía hace lo que puede. Pero claro, el juez es, naturalmente, el que tiene que gestionar todo ese trabajo para encaminarlo».

Con estos mimbres, considera Apalategui que las posibilidades de éxito eran «mínimas» y que, de haberse llevado a cabo alguna detención, el juicio habría estado abocado a una nulidad precisamente por esa falta de respeto a los derechos fundamentales.

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