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Juan Cano, Natalia Reigadas, Evaristo Fdez. de Vega y María Díaz
Málaga | Badajoz
Lunes, 6 de mayo 2024, 16:35
Habían pasado tres años desde la extraña desaparición de Manuela Chavero y la investigación volvía a la casilla de salida. La Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil había descartado a un centenar de sospechosos tras comprobar, una a una, todas sus coartadas. Hasta que a uno de los agentes se le ocurrió la idea de comprobar la factura de la luz, o más bien la curva del gasto energético, en la segunda vivienda de un vecino de Monesterio que les inquietó casi desde el principio. Era Eugenio Delgado. Aquel ardid iluminó el camino que condujo hasta el presunto asesino y, con él, al cadáver de la víctima. El joven se sentará la semana que viene en el banquillo para responder por el crimen y enfrentarse a la prisión permanente revisable que pide para él la Fiscalía.
Desaparece una mujer en Monesterio en julio de 2016
“A Manoli se la han llevado”. Asegura su familia
En 2019, se inicia una nueva búsqueda con personal especializado en desapariciones
El 20 de septiembre de 2020 detienen a Eugenio.D por el homicidio de Manuela Chavero
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Para Manuela había sido un día anodino. La tarde del 4 de julio de 2016 estuvo haciendo deporte, habló por teléfono con su hijo Adrián y luego salió a tomar algo con una amiga. Llegó sobre las once de la noche a su casa, una vivienda unifamiliar situada en el número 23 de la calle Cerezo, a las afueras de Monesterio, el pequeño municipio de apenas 4.000 habitantes en la provincia de Badajoz. La última persona con la que mantuvo contacto telefónico fue con un joven de 21 años con el que estaba tonteando. Manoli le escribió por WhatsApp para verse, pero él le dijo que estaba cansado. Ella respondió con un «jajaja» a las 1.55 horas del día 5 de julio. A los diez minutos, el chico volvió a escribirle: «¿Dónde estás que no me contestas?». Pero su mensaje ya no obtendría respuesta.
Al no tener noticias de ella, y viendo que tampoco cogía el teléfono, un hermano y una amiga de Manuela entraron en la casa al día siguiente. La tele estaba encendida y el móvil se encontraba sobre la mesa. La ropa, perfectamente doblada. En el bolso estaba su documentación y hasta el juego de llaves de la vivienda, porque Manuela, que salió sin llevarse absolutamente nada, cogió en el último instante las de su hijo, que estaban sobre el mueble de la entrada. El menor y su hermana estaban con el exmarido de Manuela, que vivía en Sevilla con su nueva pareja. A los niños les tocaba estar con su padre esa quincena de julio y ella se había quedado sola en el domicilio familiar.
La desaparición se consideró inquietante desde el primer momento porque, a todas luces, Manuela salió de casa con el ánimo de volver. La Unidad de Policía Judicial de la Guardia Civil de Zafra se hizo cargo de la investigación, que empezó como lo hacen todas en estos casos: en el entorno. Los agentes reconstruyeron cada uno de los círculos vitales de la mujer, que tenía 42 años y, aparentemente, carecía de enemigos. Era la segunda de cinco hermanos que habían nacido y se habían criado en Monesterio, donde residían también sus padres. Emilio Chavero ya no podrá ver que al menos se ha hecho justicia. Murió el verano pasado con 86 años.
A los tres meses, un equipo de siete agentes de la Sección de Homicidios, Secuestros y Extorsiones de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil, a petición de los compañeros de Badajoz, se incorporó a la investigación del caso de Manuela Chavero. Probablemente ninguno de ellos imaginó que aquel viaje les anclaría a Monesterio durante nada menos que cuatro años. A esos siete guardias civiles, que trabajaron -a veces invisibles- sobre el terreno, se sumaron puntualmente especialistas en medios técnicos o análisis de conducta, los 'mindhunters' (cazadores de mentes) del Instituto Armado.
La primera radiografía del pueblo presentaba pros y contras. Monesterio es un pueblo del interior donde todo el mundo se conoce y donde, a diferencia del 'gran hermano' que es una ciudad, las cámaras de videovigilancia escasean. Pero también los edificios. La casa de Manuela está rodeada de viviendas unifamiliares de una o dos alturas, de ahí que los agentes recurrieran a un estudio completamente vanguardista que nunca habían hecho hasta entonces: un mapa de geolocalización de los teléfonos. Los especialistas del Grupo de Apoyo Técnico Operativo, más conocido como GATO, situaron los 537 móviles que estaban más cerca del domicilio de la desaparecida la madrugada del 5 de julio de 2016.
Al indagar en el registro del teléfono de Manuela, los investigadores observaron que tenía varias llamadas recibidas que se habían realizado desde un número oculto. A los agentes les escamó que, además, se habían hecho la tarde de autos y al día siguiente de la desaparición. Solicitaron a la compañía identificar a la persona titular de esa línea y llegaron hasta un menor del pueblo que se dedicaba a llamar a mujeres maduras y escuchar al otro lado de la línea en silencio cuando ellas descolgaban porque le «excitaba», según reconoció.
Los agentes de la UCO decidieron hacer un 'perfilado geográfico' del entorno de Manuela Chavero e identificaron a un centenar de sospechosos, algunos de ellos con antecedentes por delitos sexuales, móvil que siempre ha sobrevolado la investigación de la desaparición. Entre ellos surgió un nombre que despertó su interés: Manuel González, más conocido como 'El loco del chándal', condenado a 169 años de cárcel por abusar de 16 mujeres y asesinar a una de ellas en la década de los noventa en Cataluña. González había obtenido la libertad por la suspensión de la doctrina Parot, lo que supuso aplicar los beneficios penitenciarios sobre el periodo máximo de cumplimiento efectivo entre rejas, y no sobre el total de la pena.
Cuando pusieron el foco en 'El loco del chándal', los investigadores descubrieron que frecuentaba La Ponderosa, el principal bar de copas de Monesterio y uno de los pocos establecimientos que seguían abiertos hasta bien entrada la madrugada. También comprobaron que González había coincidido allí en varias ocasiones con Manuela Chavero. Y que ella pasó por la puerta del establecimiento con su coche la noche de autos. Esa línea de trabajo, que por momentos cobró bastante fuerza, se disolvió como un azucarillo cuando comprobaron que González tenía una coartada sólida. Además, en 2017 lo detuvieron por una doble tentativa de homicidio, acusado de quemar la puerta de la casa del alcalde de su pueblo, Almadén de la Plata (Sevilla).
Los investigadores se adentraron en paralelo en dos vías de investigación. La primera se centró en los dos chavales con los que Manuela tenía contacto por teléfono en aquel momento. A uno de ellos se le descartó muy pronto, pero los agentes advirtieron contradicciones en el testimonio del segundo y lo investigaron con más ahínco. El joven, que además fue la última persona que conversó con ella por WhatsApp, manifestó que había estado tomando algo con unos amigos y que después se fue a casa, una ruta que en ningún caso pasaba por la zona donde vivía Manuela, pero el estudio del GATO reveló que su móvil estuvo en las inmediaciones del domicilio en la franja horaria de interés. Pese a ello, los agentes acabaron descartándolo como sospechoso siete meses más tarde.
La segunda vía fue la del exmarido y se denominó la línea económica. En el registro de la casa de Manuela, se encontró un segundo móvil, ya antiguo, pero que ella aún conservaba y que almacenaba conversaciones con él en las que mantenían una disputa en torno a unas sociedades creadas en gananciales y de las que él pretendía sacar a su ex. Además, surgió un testigo protegido cuyo testimonio acentuó las sospechas sobre su posible implicación en la desaparición. Fue una línea «de mucho desgaste» para los investigadores, que invirtieron más de dos años en iluminar los rincones más oscuros de la vida del exmarido, hasta llegar a descartarlo.
En 2019, cuando se cumplían ya tres años de la desaparición sin demasiados avances, los agentes de la UCO repasaron, una vez más, los entornos de Manuela. En el círculo de los vecinos estaba Eugenio Delgado, un joven de 23 años que en sus primeras declaraciones, prestadas en 2016 y 2017, no arrojó datos interesantes para la investigación. Aseguró que había estado pasando el día con unos amigos en la playa de El Portil, entre las localidades onubenses de Punta Umbría y Cartaya, a unos 160 kilómetros de Monesterio. En esa primera conversación mantuvo que su relación con la desaparecida era «mínima».
La tercera conversación con Eugenio Delgado lo cambió todo. Su relato denotaba un «doble lenguaje» y una ambigüedad que encendió el radar de los agentes de la UCO, curtidos en investigaciones especialmente complejas, como ésta. Realmente él no vivía cerca de Manuela. Delgado residía en una casa situada en la calle Sevilla heredada de su padre, que falleció años antes, al igual que su madrastra, que sufrió una caída en la ducha cuando él era un adolescente, y cuya muerte se consideró accidental. Sin embargo, su madre, que se mudó con su hija a Ponferrada (León) cuando se separó del padre, sí tenía una vivienda en el número 29 de la calle Cerezo, a apenas 50 metros de la casa de Manuela, aunque nadie vivía en ella.
Autovía Ruta de la Plata
Monesterio
Calle Sevilla
Casa de Eugenio Delgado
Casa ‘deshabitada’ propiedad de Eugenio
Casa de Manuela Chavero
Calle El Cerezo
Autovía Ruta de la Plata
Monesterio
Calle Sevilla
Casa de Eugenio Delgado
Casa ‘deshabitada’ propiedad de Eugenio
Calle El Cerezo
Casa de Manuela Chavero
Autovía Ruta de la Plata
Monesterio
Calle Sevilla
Casa de Eugenio Delgado
Casa ‘deshabitada’ propiedad de Eugenio
Calle El Cerezo
Casa de Manuela Chavero
Autovía Ruta de la Plata
Calle Sevilla
Monesterio
Casa de Eugenio Delgado
Casa ‘deshabitada’ propiedad de Eugenio
Calle El Cerezo
Casa de Manuela Chavero
De haber contado que apenas conocía a la desaparecida, Eugenio acabó reconociendo que se habían visto algo más. Al final, resultaron ser dos docenas de veces. La relación de un amigo de Eugenio con Manuela Chavero le llevó a entrar en la vida de la mujer. Incluso, reconoció, había jugado algunas veces con su hijo mayor a la PlayStation en la casa de ella. A los agentes de la UCO no les gustó Eugenio, así que empezaron a investigar hasta saber de él más que él mismo.
El primer dato que les inquietó es que, pese a tener varias explotaciones agrícolas heredadas de su familia en Monesterio, poco tiempo después de desaparecer Manuela Chavero empezó a trabajar como camionero en la ruta internacional. Apenas tenía vida social y sus rutinas eran muy estables: de casa al campo y viceversa. Pero las entrevistas con sus amigos desvelaron rasgos que iban perfilando a un sospechoso. Uno de ellos lo describió a los agentes como una «novia celosa» por su carácter absorbente, receloso y un tanto vengativo.
La novia de uno de sus amigos contó que, cuando ella y su pareja se mudaron del pueblo, Eugenio hizo 150 kilómetros en coche y la estuvo esperando en la puerta de su casa a que volviera del trabajo. Cuando ella llegó, sobre las cuatro de la madrugada, el joven salió a su encuentro, se le declaró llorando y le pidió que le diera un beso. Ella lo rechazó.
También tomaron declaración a dos chicas que vivían en la casa contigua a la de él y que manifestaron sentirse observadas por Eugenio, del que sospechaban que se asomaba por el muro lindero para verlas bañarse en la piscina. En esas fechas alguien entró en la casa de las muchachas y les robó 500 euros y un móvil desde el que se hicieron varias llamadas a números eróticos. Nunca se pudo acreditar si fue él. Para los agentes de la UCO, esos testimonios revelaban un comportamiento extraño, incluso infantil, en sus relaciones afectivas, y una actitud acechante y voyeurista sobre las mujeres.
Eugenio declaró que no salía por las noches y que, si lo hacía, era para ir al campo a evitar que le robasen animales de su finca. La madrugada de autos aseguró haber estado en su casa, así que los agentes trataron de cazarlo en el engaño. La gasolinera Repsol del Paseo de Extremadura, próxima a la casa de Manuela, grabó a las 2.04 horas un vehículo tipo berlina que no fue captado por la siguiente cámara de la avenida, por lo que tuvo que desviarse hacia la manzana donde vivía la desaparecida.
El coche siempre llamó la atención de los investigadores, pero la imagen no era lo suficientemente nítida como para ver la matrícula, ni siquiera la marca y el modelo. Los agentes recurrieron a la empresa gallega IVS, especializada en reconstrucción de accidentes, que ya colaboró con la UCO en el caso de Diana Quer, para descifrar de qué vehículo se trataba. Los agentes querían saber si era compatible con el Opel Vectra C GTS que conducía Eugenio Delgado.
Los peritos concluyeron que podía tratarse de un Opel Vectra, pero había un dato que no coincidía. El coche de Eugenio tenía los cristales traseros y los tapacubos tintados, mientras que el turismo de la gasolinera carecía de esos extras. Incluso esa pieza terminó encajando cuando un amigo de Eugenio declaró a los investigadores que, al poco de desaparecer Manuela Chavero, aproximadamente en noviembre de 2016, el sospechoso tuvo la idea de realizar esas modificaciones estéticas a su coche. Los agentes llegaron hasta la empresa de Mérida donde se hizo el cambio. Aún conservaban la factura de los trabajos en el Vectra.
La última defensa del muro que Eugenio levantó a su alrededor también cayó en esos meses. El joven había mantenido hasta entonces que la noche de autos no salió de su casa. Y la vivienda de la calle Cerezo, propiedad de su madre, estaba deshabitada. A los agentes se les ocurrió comprobar con Endesa si había consumo eléctrico a la hora de la desaparición. Ahí tuvieron el golpe de suerte que probablemente cambió el devenir del caso: el diferencial de la vivienda solía estar siempre bajado, por lo que el gasto energético era cero. Un ingeniero de la compañía eléctrica revisó la curva y detectó que el consumo se había reactivado entre las 2.15 y las 2.30 horas de la madrugada del 5 de julio. Alguien había subido el diferencial de la vivienda de forma manual.
Los investigadores hicieron una última consulta en el Servicio Extremeño de Salud (SES). El abuelo de Eugenio, la única persona de su familia que quedaba en el pueblo con posibilidad de acceso a la vivienda, había fallecido en esas fechas. Eugenio vivía solo en el pueblo y su madre estaba en Ponferrada. En ese momento, los agentes tuvieron la convicción de que estaban en la línea correcta.
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