Rompiendo su silencio diario, Turruncún vivió y palpitó ayer en un espléndido día de fiesta. A iniciativa de la parroquia de Arnedo, decenas de personas se reunieron en el merendero de la aldea abandonada en 1974 para celebrar una eucaristía en homenaje a la memoria ... de los turruncuneros y a sus descendientes.
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Días atrás sonreía Javier Martín al recordar que es párroco de Arnedo y también de Turruncún. Desde la ciudad del calzado promovió esta iniciativa festiva para emoción de los turruncuneros todavía vivos y de sus descendientes y amigos. «Es un homenaje a los sucesores y una forma de poner en valor a la localidad vecina de Arnedo», afirmaba el sacerdote mientras se acercaba al cementerio a rezar por los que allí descansan.
Fue un emotivo momento después de la eucaristía que ofreció a las 13.00 horas en el merendero, fuera del abandonado casco urbano de Turruncún. Y buscando los participantes la sombra ante el intenso calor del mediodía de ayer –y manteniendo una mirada al humo que ascendía al otro lado por el monte Yerga–.
En un paraje precioso lleno de verde a los pies de la peña Isasa, Turruncún llegó a tener más de 200 habitantes a medida que avanzaba el siglo XX, muchos atraídos por el trabajo en las minas. Pero el éxodo a las ciudades buscando otros empleos lo fue vaciando. Llegó a tener casa del cura, casa del secretario, casa de la maestra... y también colegio, que fue el último edificio público en construirse y estrenarse y el que menor estado de deterioro presenta entre unas calles castigadas por el paso del tiempo y los derrumbes.
El catón Luis Cuevas fue el último sacerdote encargado de Turruncún. El 19 de diciembre de 1969 se presentaba. En ese momento había doce vecinos residiendo. Un cura alfareño fue el último en bautizar, Francisco Martínez Bermejo.
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De los vecinos que pasearon por sus calles pocos quedan vivos. Y menos los que, físicamente, tienen la movilidad para acercarse. Sí lo hizo ayer Angelines, hija de la última vecina que salió del pueblo en diciembre de 1974, después de que naciera su hermano. «Celebrábamos el día de las patronas el 22 de octubre, unas fiestas que congregaban a mucha gente por ser las últimas de la zona. Había zurracapote en las bodegas, dianas por las mañanas, rosquillas para los músicos. Al ir a misa con las patronas, estrenábamos los abrigos aunque hiciera calor», recordaba Angelines. Las imágenes de las patronas mártires de Turruncún, santas Nunilo y Adolia, presidieron ayer la eucaristía oficiada por Javier Martín con la emoción de los asistentes.
Entre 1997 y 2003, los últimos descendientes de la localidad celebraron una romería de la mano de hermanos carmelitas. Pero terminó olvidándose. La cita de ayer aspira a repetirse más adelante como muestra de homenaje.
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Después de la eucaristía, los asistentes compartieron una comida en el merendero. Fue momento para mil recuerdos, sonrisas, para revivir un pueblo que se niega a hacer realidad el calificativo de fantasma. Porque los turruncuneros lo siguen teniendo muy vivo y muy presente.
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