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JAVIER ALBO
Jueves, 27 de mayo 2021, 02:00
Xabier Bosch tuvo muy claro, desde los 16 años, que quería hacer una casa redonda. «¿Por qué? No lo sé...», dice Rocío Ramos, sentada en una silla plegable que ha traído para conversar con el periodista, sentados ambos en el centro de aquel sueño de ... su expareja, que se levanta en las afueras de Manzanares de Rioja, entre campos de cereal, junto al camino que conduce a una antigua nevera, a La Fonfría y a muchos sitios más. Ha traído un par de sillas porque en la casa, muy redonda, no hay mobiliario alguno, porque está a la venta.
Xabier era catalán. Era, porque falleció hace trece años. Rocío, de Vitoria. Él, topógrafo, trabajaba en la Universidad Pública del País Vasco. Cuando se conocieron, él ya había comprado el terreno y levantado en él una caseta de madera a la que ambos decidieron mudarse. Desde aquella pequeña construcción, ambos, él sobre todo, inmerso en un mundo de mediciones y cálculos, empezaron a fraguar aquella casa redonda, también llamada 'de la cúpula', porque una corona el singular inmueble, en cuya abstracción parece haber metido mano Gaudí, aunque el arquitecto que llevó las riendas del mismo, principalmente, fue un tal Iñaki Urquía.
La casa se alza en un terreno de 26.315 metros cuadrados, antes dedicado al cereal. La hicieron por completo Xabier y Rocío –«no habíamos hecho nunca construcción», dice ella–, no sin pocas dificultades y contratiempos, muchas dudas y utilizando para ello un curioso andamio que llamaba la atención de todos. Todo llamaba la atención.
Todo iba sobre la marcha, despacio, cambiando la realidad y las circunstancias algunos planes iniciales –la termoarcilla, por ejemplo, sustituyó a la madera–, pero sin que nada frenara aquel sueño que tomaba forma como una prolongación más de la tierra que la acogía, cuyo contacto buscaron para formar parte de ella misma. Por ejemplo, para construir la bóveda él hizo un curso que se impartió en la catedral de Vitoria.
Es una casa hecha con criterios de bioconstrucción, orientada al sur, teniendo en cuenta el movimiento del sol a lo largo del año, que permite la entrada máxima del sol en invierno (llegando a alcanzar los 21 grados). Un alero limita la entrada del mismo en verano, de forma que mantiene «una temperatura agradable», dice su antigua moradora. El suelo, de barro cocido, funciona como masa térmica, lo que permite almacenar el calor del sol en invierno.
La casa tiene 167,70 metros cuadrados. De ellos, 111,20 están en su planta baja, donde, salvo en el cuarto de baño, no hay paredes. Es un espacio diáfano, al que entra la luz a borbotones desde cuatro cristaleras blindadas de dos metros de altura. En la segunda planta, desde la que se ve la primera, ellos ubicaron la zona de dormitorios. La vivienda se completa con una chimenea, un almacén exterior de 14,3 metros cuadrados. El agua se extrae de un pozo y la energía eléctrica mediante instalación fotovoltaica (por instalar). Es una casa sorprendente, personal, única.
Allí vivieron once años, con sus tres hijos, hasta que él falleció y el sueño se hizo trizas. Principalmente residían en la casa de madera, aunque, ocasionalmente también lo hicieron en la 'casa redonda', por entonces en obras.
«Es una casa para estar en contacto con la naturaleza, hecha con mucha consciencia. Vivir aquí te da mucha paz, te hace formar parte de la naturaleza, de la tierra», asegura Rocío. Y se vende. Su precio es de 230.000 euros, «negociables», dice su dueña (656 75 07 06 - rrm2008@hotmail.es).
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