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Catorce de marzo del 2020. España está pendiente de la comparecencia televisiva de Pedro Sánchez, que anuncia la declaración del estado de alarma. Al mismo tiempo, en Santo Domingo de la Calzada un coche recorre sus calles con la música a todo meter. Dentro, Juan José Moral pilota la idea de la asociación Me Gusta Santo Domingo de infundir ánimos de cara al confinamiento domiciliario en ciernes. Por la megafonía suenan dos canciones: una aún no se escuchaba, pero no dejaría de hacerlo desde entonces: 'Resistiré'; la otra, 'Rioja Alta', cantada por Paco Formoso, que pretendía ser la antítesis del encierro a través de la idílica evocación a esta tierra y a la libertad que rezuma su letra.
En los balcones, los calceatenses saludan y aplauden al paso del vehículo, con alegría. La pandemia estaba por escribir. Nadie sabía aún nada de ella y menos imaginar que en poco tiempo convertiría a la ciudad en el epicentro del dolor infligido por un enemigo invisible, pero muy letal y rápido, que pronto comenzó a cobrarse su triste peaje.
De hecho, ya estaban pasando cosas. Ese mismo día 14, la Policía Local socorrió en su domicilio a un conocido hostelero de la ciudad, que murió el día 19 por COVID-19. El suyo fue uno de los ocho fallecimientos de los que hay constancia en la ciudad durante la primera semana del estado de alarma. De ellos, seis lo fueron por el virus –todos tenían patologías previas, cuatro eran de edad avanzada y otros dos tenían 50 y 64 años–, mientras que de los otros dos no se han podido confirmar las causas.
Los días 21 y 22 de marzo, Diario LA RIOJA interpeló al Gobierno regional sobre si la ciudad atravesaba una especial situación en relación a la incidencia del COVID-19 y si pensaba aplicar medidas «aún más excepcionales». La respuesta fue que «no se puede hablar de focos concretos, porque toda La Rioja está afectada» y que, por tanto, la gestión sería igual en todos los sitios. Cinco días después declaró a Santo Domingo de la Calzada «zona prioritaria».
Mientras, la lista crecía, sin que nada la frenara. Cada día, las noticias propagaban por el virtual patio de vecindad en el que se convirtieron las redes sociales, noticias que siempre eran malas, muy malas o pésimas, en función del número de fallecimientos. La principal fuente de información, a falta de otras, fue la catedral, que iba anotando a todos aquellos difuntos cuyos familiares pedían una oración por ellos: entre el 17 de marzo y el 28 de abril, el periodo más duro de la primera ola, apuntó 46 fallecimientos de calceatenses (55 en total hasta mediados de junio). No todos vivían en el ciudad y tampoco murieron todos por culpa del COVID-19, aunque sí la mayoría.
Facebook se convirtió en un luctuoso tablón de esquelas, en el que los calceatenses hacían llegar a los familiares de los difuntos las muestras de calor que no podían transmitirles presencialmente. Para arroparles aún más, Me Gusta Santo Domingo, con la colaboración de la parroquia, ideó los 'lunes de recuerdo': cada lunes a las ocho de la tarde se guardaba un minuto de silencio mientras las campanas doblaban a difunto, seguido de un fuerte aplauso.
Así, día tras día, entre noticias que dolían como cuchilladas, Santo Domingo de la Calzada penó una primera ola que siempre quedará en un recuerdo. Este se hizo tangible en el monolito que, desde los jardines de Hermosilla, habla de la primavera más triste de la historia de la ciudad.
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Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
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