Un reloj de horas, cuartos y medias, de la primera mitad del siglo XX. ALBO

El tiempo se detiene y se explica en Santo Domingo

Muestra de relojes y campanas ·

La exposición ubicada desde el año 2018 en la catedral explica cuál ha sido la evolución de los recursos con los que el hombre ha medido el transcurrir del tiempo desde el pasado hasta la más reciente actualidad

Javier Albo

Santo Domingo

Jueves, 14 de octubre 2021, 02:00

Seguramente no haya mejor lugar en Santo Domingo de la Calzada para ubicar una exposición de relojes y campanas que la torre exenta de la catedral, pues lleva siglos marcando el ritmo del tiempo. Todo el mundo lleva hoy en día un reloj o un ... teléfono móvil, pero cuando empiezan a sonar las campanas es difícil sustraerse a no contar cada tañido. Uno, dos, tres... Siguen ejerciendo su función.

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En el año 2018 abrió sus puertas la exposición, que sirvió para poner en valor un espacio –la casa del campanero– en estado ruinoso, vinculando pasado y futuro con un contenido muy ligado a la que fue su razón de ser. Ocuparse y preocuparse del paso del tiempo, de las campanas.

La muestra pretendía ser, además de un lugar de referencia en el que el tiempo se explicara, una suerte de 'cementerio' de campanas y relojes, al que llevarlos cuando ya no pudieran cumplir la función para la que fueron fabricados, como alternativa a chatarrerías o anticuarios.

Más que de museo, sus responsables prefieren hablar de exposición. En ella, el discurrir del tiempo, algo invisible e intangible, sin más huella que la que deja en aquello por lo que pasa, se explica.

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Distintas piezas que pueden verse en la exposición. Albo

En uno de sus espacios, ubicado en lo que era la vivienda propia del campanero, pueden verse, entre otros, máquinas realizadas a la francesa o a la inglesa en fraguas familiares; relojes de cuna o de locomotora, más modernos y de menores dimensiones.

Sobre esto último, en la conferencia que impartió el 22 de noviembre de 2018 José Manuel Ramírez, doctor en Historia del Arte, contó que, debido a la paulatina reducción del tamaño, «lo que era un oficio itinerante se transformaría, sin querer, en sedentario. Ya no era necesario que el maestro relojero se desplazara con sus caballerías de población en población para llevarse desmontado hasta su fragua un voluminoso y pesado reloj, al objeto de corregir en sus instalaciones los desgastes o deterioros que presentaba para volverlo luego a su emplazamiento habitual, negociando previamente precios de viaje, comidas, alojamiento digno, importe de su trabajo, etc.».

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Los relojeros eran muy respetados al saber cómo controlar el paso del tiempo

La exposición, en este espacio, se completa con más o modernos relojes, mecánicos, híbridos o electrónicos, y también, como homenaje a los relojeros de pequeño volumen, con la recreación de un pequeño taller.

Fuera de la torre, en un pequeño patio anexo que antaño fue huerto y lugar de almacén, se ha dispuesto una antigua fragua con todos sus elementos. «Se trata de una recreación necesaria para comprender las limitaciones de unos artesanos o 'maestros relojeros' que, antes de la revolución industrial, suplían con ingenio todo tipo de carencias», explicó Ramírez, que ha donado parte del material de la muestra. Y añadió: «Relojeros que eran muy respetados por sus conciudadanos, incapaces de comprender cómo podían dominar con las máquinas que fabricaban el paso del tiempo. De ahí que fueran considerados como seres dotados de poderes especiales».

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La muestra abre de lunes a domingo, de 10 a 14 y de 16 a 20 horas

Por supuesto, en esta exposición no faltan las campanas, que además del tiempo informaban de otras muchas cosas: fallecimientos, según el tipo de tañido si era hombre, mujer o niño; incendios, alarmas, fiestas, tormentas, actos religiosos... Por eso fueron tan importantes, también, los maestros campaneros. «Detrás de cada uno de los yugos que aquí se exponen, algunos de la catedral de Santo Domingo de la Calzada, hay mucho más de lo que a simple vista parece. No solo es cuestión de maderas más o menos viejas o de ser sustituidas por un armazón de hierro colado, sino de historia», dice Ramírez.

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