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Hace 81 años, en la madrugada del 15 al 16 de febrero de 1941, un voraz incendio calcinó la mayor parte del casco antiguo de Santander. El desencadenante y propagador del fuego fue un fortísimo viento, de rachas huracanadas, cuyos efectos se dejaron sentir en toda la franja norte de España.
En Santo Domingo de la Calzada deparó una noche «horrible», como recuerda el calceatense Eduardo Villanueva, que en abril cumplirá 97 años y vivió en primera persona lo acontecido.
Tenía 16 años y asistía a un concierto vespertino de la banda municipal de música, dirigida por el recordado maestro Leopoldo Vallés. «Empezó a soplar mucho viento, que se llevaba las partituras de los músicos y todo, y en pocos minutos parecía un huracán, por lo que tuvo que suspenderse el concierto», recuerda desde su residencia en Madrid.
Caían tejas, ramas... El viento arrastraba muchos objetos. El público del concierto salió despavorido, en busca de un refugio, y muchos lo hallaron en el frontón de pelota ubicado justo enfrente del quiosco de la música. «Pensábamos que ahí estaríamos a salvo, puesto que había un espacio cubierto, debajo de la galería del Círculo Jaimista, pero también había peligro y muchos salimos de allí en busca de un sitio mejor», rememora el calceatense.
Él y otros se metieron en el Café Suizo. «El fuerte viento abría violentamente las puertas y tuvimos que poner mesas de mármol del establecimiento, atrancadas contra la entrada, para que no se abriera», cuenta. Allí estuvieron a oscuras toda la noche, hasta que amaneció. «No se podía salir de allí porque el viento te llevaba y además era muy peligroso ir por las calles, ya que caían muchas tejas», cuenta.
Aún recuerda impresionado cuando, con la luz del día, pudieron comprobar los muchos daños que había causado el viento. Los tejados de la catedral y del claustro, así como la torre, se vieron gravemente dañados. «También vimos –rememora Eduardo– muchos árboles, castaños del Espolón que eran enormes, derribados de raíz, y que uno de ellos cayó sobre las fachadas de las casas números 8 y 10 del paseo, donde se hallaba la ferretería de Graciano Rioja, hoy cafetería «La Ferretería», y la casa de Ricardo Marín, luego agencia de viajes «Scápate», respectivamente. También rompió miradores, entre otros los de algunas plantas del Suizo, y balcones».
Pese a lo aparatoso que resultó aquel vendaval, Eduardo no recuerda que hubiera heridos. «Afortunadamente ocurrió de noche, ya que de haber sido el ciclón a pleno día, sin duda alguna, habrían ocurrido muchísimas desgracias», indica el nonagenario.
Visto el desastre ocurrido con la caída de los castaños del paseo del Espolón, el Ayuntamiento acordó arrancar todos los que quedaron sanos para sustituirlos por los árboles plátanos actuales, que tanta sombra dan durante la época estival a paseantes y usuarios de las terrazas hosteleras. En la zona de La Rioja Alta también se vieron muy afectadas otras localidades, entre las que el calceatense cita Nájera, Ezcaray, Valgañón, Herramélluri y Villalobar.
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